Faltan tres días para que el próximo 16 de julio se cumpla el 805 aniversario de aquel lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir, un ultra radical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros.
Aquella batalla de las Navas de Tolosa fue una de las pocas veces en nuestra Historia en la que actuamos unidos y no divididos por nuestros dirigentes políticos. Por una vez, los que mandaban se unieron y lograron cambiar el destino de España, iniciando la ruina de los invasores musulmanes y sellando, con cemento de sangre y heroísmo, la unidad de una nación que poco después sorprendería al mundo por su vigor y sus gestas y se convertiría en el imperio dominante durante dos siglos.
Hoy, de nuevo inmersos en un nefasto proceso de división y destrucción, causado por líderes políticos divididos, de baja estofa ética y política, España, está postrada y en peligro de romperse.
Con la cabeza puesta en el independentismo catalán y en las manipulaciones, engaños y traiciones de sus políticos, la sociedad española ni siquiera es capaz de conmemorar como merece aquella victoria contra el Islam de hace 805 años, una gesta que aquí pasa inadvertida, pero que tiene más envergadura y trascendencia que lo que para los ingleses significa Trafalgar, para los griegos las Termópilas, para los norteamericanos el Álamo o para los portugueses Aljubarrota.
En lugar de celebrar nuestra grandeza, nuestro valor en la batalla y el haber liberado a Europa entera de la invasión de aquellos islamistas locos que querían arrasar primero España y después Roma, esta España, manoseada, disminuida y ensuciada por sus políticos, discute sobre las urnas que quieren comprar los catalanes para celebrar su referéndum de ruptura, sobre si lo que hace Puigdemont es o no es un golpe de Estado, si los socialistas son constitucionalistas o no o sobre las mentiras del poder y su voracidad y codicia como recaudadores de impuestos desproporcionados.
Como afirma Pérez Reverte, los españoles, por culpa de de los traidores y de los cobardes con poder, nos dedicamos, una y otra vez, a destruir nuestra grandeza y condenamos ...
Las Navas de Tolosa, por insidiosa.
La Batalla del Ebro, por fascista.
Lepanto, por intolerante
Tenochtitlán, por genocida.
Bailén, por retrógrado.
Amberes, Breda, Northlinghen, por no herir sensibilidades.
Coincido con la tesis de Pérez Reverte cuando afirma que España está frenada y castrada por un montón de ineptos, embusteros, interesados, desgraciados, chusma, incultos, maricomplejines, traidores y cobardes, que han dirigido, dirigen y dirigirán nuestras mentes, grandes culpables de la decadencia, la injusticia y la frustración de esta gran nación que es España.
Homenaje al rey castellano, Alfonso VIII, que reunió a 27.000 hombres en el campo de batalla de las Navas, que logró unir la fuerza de España y la ayuda de Pedro II de Aragón, con sus 8.500 catalanes y aragoneses y de Sancho VII de Navarra, que se presentó con una reducida peña de doscientos jinete, mientras Alfonso IX de León, representante entonces de lo que hoy son nuestros partidos políticos y dirigentes miserables, se quedó en casa, renunciando a la unidad porque estaba lleno de odio y resentimiento.
La conmemoración de aquella batalla, crucial para España y Europa, debería servir para que reflexionemos sobre la inmensa desgracia que representa para España ser dirigida y estar en manos de políticos torpes, egoístas, sin grandeza ni decencia, más empeñados en sus privilegios y en conservar su poder que en servir al pueblo y a la nación, verdadera tropa de miserables que flagelan y maltratan a su pueblo.
Pérez Reverte, cuando escribe sobre aquella gesta se pregunta por qué nosotros no hacemos una gran película sobre las Navas, como los americanos han hecho decenas sobre Guettisburg, y yo me pregunto por qué no obligamos a los miserables que nos malgobiernan a cambiar, por que no utilizamos la invencible fuerza del pueblo, en las urnas y en las calles, para erradicar la chusma que ha convertido España en un país injusto, desigual, saqueado, desprestigiado y tan descontento que se rompe y se envuelve en la melancolía y el lamento.
Tardamos ocho siglos en echar al Islam de la península y ahora, conducidos por el reverso de lo que eran aquellos tres reyes de Castilla, Aragón y Navarra, amigos de la corrupción, escasamente demócratas e incapaces de defender nuestros valores y símbolos de grandeza, nos dejamos invadir por cientos de miles de musulmanes a los que no se les exige ni siquiera comportamientos decentes e integración, muchos de los cuales llegan para delinquir y avasallar, creyendo que España es suya y con ánimo de acabar con nuestra cultura y nuestros valores, mal defendidos, una vez más, por la peor plaga de España, que siempre ha sido su clase política.
No sé cuanto tiempo nos queda para corregir el rumbo y evitar el desastre, pero no debe ser mucho si dejamos que los que nos conducen al abismo siguen manejando el país. Pero es evidente que, ante la conmemoración de las Navas de Tolosa, el pensamiento que nos invade es la necesidad urgente de sustituir a la chusma actual del saqueo, la destrucción y la ruina por servidores del Estado y del pueblo, si no queremos perecer.
Francisco Rubiales
Aquella batalla de las Navas de Tolosa fue una de las pocas veces en nuestra Historia en la que actuamos unidos y no divididos por nuestros dirigentes políticos. Por una vez, los que mandaban se unieron y lograron cambiar el destino de España, iniciando la ruina de los invasores musulmanes y sellando, con cemento de sangre y heroísmo, la unidad de una nación que poco después sorprendería al mundo por su vigor y sus gestas y se convertiría en el imperio dominante durante dos siglos.
Hoy, de nuevo inmersos en un nefasto proceso de división y destrucción, causado por líderes políticos divididos, de baja estofa ética y política, España, está postrada y en peligro de romperse.
Con la cabeza puesta en el independentismo catalán y en las manipulaciones, engaños y traiciones de sus políticos, la sociedad española ni siquiera es capaz de conmemorar como merece aquella victoria contra el Islam de hace 805 años, una gesta que aquí pasa inadvertida, pero que tiene más envergadura y trascendencia que lo que para los ingleses significa Trafalgar, para los griegos las Termópilas, para los norteamericanos el Álamo o para los portugueses Aljubarrota.
En lugar de celebrar nuestra grandeza, nuestro valor en la batalla y el haber liberado a Europa entera de la invasión de aquellos islamistas locos que querían arrasar primero España y después Roma, esta España, manoseada, disminuida y ensuciada por sus políticos, discute sobre las urnas que quieren comprar los catalanes para celebrar su referéndum de ruptura, sobre si lo que hace Puigdemont es o no es un golpe de Estado, si los socialistas son constitucionalistas o no o sobre las mentiras del poder y su voracidad y codicia como recaudadores de impuestos desproporcionados.
Como afirma Pérez Reverte, los españoles, por culpa de de los traidores y de los cobardes con poder, nos dedicamos, una y otra vez, a destruir nuestra grandeza y condenamos ...
Las Navas de Tolosa, por insidiosa.
La Batalla del Ebro, por fascista.
Lepanto, por intolerante
Tenochtitlán, por genocida.
Bailén, por retrógrado.
Amberes, Breda, Northlinghen, por no herir sensibilidades.
Coincido con la tesis de Pérez Reverte cuando afirma que España está frenada y castrada por un montón de ineptos, embusteros, interesados, desgraciados, chusma, incultos, maricomplejines, traidores y cobardes, que han dirigido, dirigen y dirigirán nuestras mentes, grandes culpables de la decadencia, la injusticia y la frustración de esta gran nación que es España.
Homenaje al rey castellano, Alfonso VIII, que reunió a 27.000 hombres en el campo de batalla de las Navas, que logró unir la fuerza de España y la ayuda de Pedro II de Aragón, con sus 8.500 catalanes y aragoneses y de Sancho VII de Navarra, que se presentó con una reducida peña de doscientos jinete, mientras Alfonso IX de León, representante entonces de lo que hoy son nuestros partidos políticos y dirigentes miserables, se quedó en casa, renunciando a la unidad porque estaba lleno de odio y resentimiento.
La conmemoración de aquella batalla, crucial para España y Europa, debería servir para que reflexionemos sobre la inmensa desgracia que representa para España ser dirigida y estar en manos de políticos torpes, egoístas, sin grandeza ni decencia, más empeñados en sus privilegios y en conservar su poder que en servir al pueblo y a la nación, verdadera tropa de miserables que flagelan y maltratan a su pueblo.
Pérez Reverte, cuando escribe sobre aquella gesta se pregunta por qué nosotros no hacemos una gran película sobre las Navas, como los americanos han hecho decenas sobre Guettisburg, y yo me pregunto por qué no obligamos a los miserables que nos malgobiernan a cambiar, por que no utilizamos la invencible fuerza del pueblo, en las urnas y en las calles, para erradicar la chusma que ha convertido España en un país injusto, desigual, saqueado, desprestigiado y tan descontento que se rompe y se envuelve en la melancolía y el lamento.
Tardamos ocho siglos en echar al Islam de la península y ahora, conducidos por el reverso de lo que eran aquellos tres reyes de Castilla, Aragón y Navarra, amigos de la corrupción, escasamente demócratas e incapaces de defender nuestros valores y símbolos de grandeza, nos dejamos invadir por cientos de miles de musulmanes a los que no se les exige ni siquiera comportamientos decentes e integración, muchos de los cuales llegan para delinquir y avasallar, creyendo que España es suya y con ánimo de acabar con nuestra cultura y nuestros valores, mal defendidos, una vez más, por la peor plaga de España, que siempre ha sido su clase política.
No sé cuanto tiempo nos queda para corregir el rumbo y evitar el desastre, pero no debe ser mucho si dejamos que los que nos conducen al abismo siguen manejando el país. Pero es evidente que, ante la conmemoración de las Navas de Tolosa, el pensamiento que nos invade es la necesidad urgente de sustituir a la chusma actual del saqueo, la destrucción y la ruina por servidores del Estado y del pueblo, si no queremos perecer.
Francisco Rubiales
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