Lo peor de Pujol no es que haya defraudado a Hacienda y a los que creían en él, sino la Cataluña que nos ha dejado, la que guarda silencio ante la corrupción, la que quema banderas y odia desde la infancia, la excluyente, la que grita “España nos roba” mientras es expoliada por sus dirigentes, la del silencio ante la ejecución simulada de un concejal del PP en Cardedeu, la de las comisiones, la que vende sus votos al partido que gobierna en Madrid a cambio de impunidad y bula para expoliar.
Lo peor de Andalucía no son los EREs mafiosos de la Junta, ni el reparto entre amiguetes del dinero público destinado a fines nobles como el desempleo y la formación, ni la concesión de subvenciones, ayudas y puestos de trabajo a los amigos, mientras los adversarios y los indiferentes reciben desprecio y marginación, sino la Andalucía que nos han dejado en herencia: una tierra pobre cuando podía ser rica, dependiente de los nuevos “señoritos” políticos como antaño dependía de los caciques, pobre, cobarde, sometida y castrada por un poder que se ha hecho capilar y que ocupa todos los espacios, incluso los de una sociedad civil que ya no existe.
Lo peor de España no es la corrupción, ni el abuso de poder, ni el mal gobierno que nos ha conducido hacia la pobreza, el fracaso, el endeudamiento por mas de un siglo y la prostitución de la democracia, sino la herencia que ha dejado a sus ciudadanos una clase política mentirosa y depredadora, que ha engañado, manipulado, pervertido y destruido valores y todo lo que de nobleza y valor había acumulado la sociedad. Los políticos, con su mal ejemplo y su gobierno egoísta y sin servicio, han construido una España brutal e injusta, incapaz de ilusionar, nada cogedora, implacable con los pobres y desamparados, generosa y tolerante con los que tienen poder y dinero. España, por obra de sus políticos, ya no es una nación porque hay mas cosas que nos separan de las que nos unen. No solo quieren la independencia los catalanes y vascos, sino que cualquier español decente, sea castellano, manchego, valenciano, mallorquí o canario, desea huir de un Estado manejado por gente sin valores, que no castigan a los saqueadores y canallas y que se ampara en la impunidad y en la democracia prostituida para mantenerse en el poder a toda costa, mas para disfrutar del botín que para servir al pueblo. Han asesinado la democracia, los valores y la esperanza.
Nuestros niños y jóvenes están siendo mal educados y los culpables son tanto los políticos, que han impuesto el buenismo, la mediocridad, la falta de exigencias y el desprecio a los valores, como los padres, que no se atreven a inculcar en sus hijos los vitales conceptos de sufrimiento y esfuerzo, envolviéndolos en dulzura y disfrute desde la cuna a la tumba, lo que los convierte en pusilámines incapaces de ser competitivos en un mundo futuro donde solo sobrevivirán los mas esforzados y fuertes.
La herencia que nos dejan estos políticos españoles, probablemente los mas miserables del mundo occidental, es una sociedad dañada profundamente por una mezcla turbia de cobardía, impotencia, sumisión y aceptación viciosa del mal, como si fuera inevitable. Los ladrones pueden ser encarcelados; los malos políticos pueden ser sustituidos, pero las sociedades, cuando están dañadas, tardan generaciones en curar sus heridas. Nuestros políticos nos han castrado y han convertido al pueblo en un rebaño despreciable y sin dignidad que ni siquiera grita cuando es llevado al matadero.
Lo peor de Andalucía no son los EREs mafiosos de la Junta, ni el reparto entre amiguetes del dinero público destinado a fines nobles como el desempleo y la formación, ni la concesión de subvenciones, ayudas y puestos de trabajo a los amigos, mientras los adversarios y los indiferentes reciben desprecio y marginación, sino la Andalucía que nos han dejado en herencia: una tierra pobre cuando podía ser rica, dependiente de los nuevos “señoritos” políticos como antaño dependía de los caciques, pobre, cobarde, sometida y castrada por un poder que se ha hecho capilar y que ocupa todos los espacios, incluso los de una sociedad civil que ya no existe.
Lo peor de España no es la corrupción, ni el abuso de poder, ni el mal gobierno que nos ha conducido hacia la pobreza, el fracaso, el endeudamiento por mas de un siglo y la prostitución de la democracia, sino la herencia que ha dejado a sus ciudadanos una clase política mentirosa y depredadora, que ha engañado, manipulado, pervertido y destruido valores y todo lo que de nobleza y valor había acumulado la sociedad. Los políticos, con su mal ejemplo y su gobierno egoísta y sin servicio, han construido una España brutal e injusta, incapaz de ilusionar, nada cogedora, implacable con los pobres y desamparados, generosa y tolerante con los que tienen poder y dinero. España, por obra de sus políticos, ya no es una nación porque hay mas cosas que nos separan de las que nos unen. No solo quieren la independencia los catalanes y vascos, sino que cualquier español decente, sea castellano, manchego, valenciano, mallorquí o canario, desea huir de un Estado manejado por gente sin valores, que no castigan a los saqueadores y canallas y que se ampara en la impunidad y en la democracia prostituida para mantenerse en el poder a toda costa, mas para disfrutar del botín que para servir al pueblo. Han asesinado la democracia, los valores y la esperanza.
Nuestros niños y jóvenes están siendo mal educados y los culpables son tanto los políticos, que han impuesto el buenismo, la mediocridad, la falta de exigencias y el desprecio a los valores, como los padres, que no se atreven a inculcar en sus hijos los vitales conceptos de sufrimiento y esfuerzo, envolviéndolos en dulzura y disfrute desde la cuna a la tumba, lo que los convierte en pusilámines incapaces de ser competitivos en un mundo futuro donde solo sobrevivirán los mas esforzados y fuertes.
La herencia que nos dejan estos políticos españoles, probablemente los mas miserables del mundo occidental, es una sociedad dañada profundamente por una mezcla turbia de cobardía, impotencia, sumisión y aceptación viciosa del mal, como si fuera inevitable. Los ladrones pueden ser encarcelados; los malos políticos pueden ser sustituidos, pero las sociedades, cuando están dañadas, tardan generaciones en curar sus heridas. Nuestros políticos nos han castrado y han convertido al pueblo en un rebaño despreciable y sin dignidad que ni siquiera grita cuando es llevado al matadero.
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