La Iglesia Católica está hecha un lio con el mundo actual y por primera vez en muchos años parece dividida y desconcertada, sin saber cómo hacer frente a los grandes problemas que azotan el mundo. La esperanza que despertó el papa Francisco de que su pontificado representaría en grito en favor de los pobres y un alegato contra los abusos del poder político, que en muchos lugares del mundo ha abandonado el servicio y la adhesión al bien común para cultivar el egoísmo, la codicia, la arrogancia y la injusticia, se está diluyendo poco a poco, mientras la Iglesia Católica da bandazos con algunos de sus cardenales apoyando el inmovilismo y una espiritualidad alejada de los problemas reales y otros pastores, sobre todos los mas cercanos al pueblo que sufre, apostando por una rebeldía ciudadana que obligue a los corruptos y antidemócratas a someterse a la decencia y al servicio a los ciudadanos.
La "Pacen in terris" que nos invita a la desobediencia civil parece abandonada y olvidada por la Iglesia jerarquica, salvo en algunas honrosas excepciones, tan hermosas como escasas.
Casi nadie se acuerda en el Vaticano de que Juan XXIII decía:
«La autoridad es postulada por el orden moral y deriva de Dios. Por lo tanto, si las leyes o preceptos de los gobernantes estuvieran en contradicción con aquel orden y, consiguientemente, en contradicción con la voluntad de Dios, no tendrían fuerza para obligar en conciencia...; más aún, en tal caso, la autoridad dejaría de ser tal y degeneraría en abuso» .* ( Carta enc. Pacem in terris l.c., 271. )
Esa tesis, fiel al mensaje de Cristo, lógica y conectada con el Magisterio peremne de la Iglesia, que busca el Bien Común, desde las doctrina de Santo Tomás, pasando por Mariana, hasta nuestros días, solo es hoy negada por corruptos y gente contaminada dentro de la propia Iglesia, que no es inmune a las grandes traiciones y suciedades que dominan el liderazgo mundial.
Mientras algunas comunidades creen firmemente que el catolicismo es una doctrina y un camino de Salvación que hace libres a quienes lo confiesan frente al totalitarismo avasallador e intrusivo del sistema, otras se limitan a acudir los domingos al templo y a practicar un cristianismo de barniz y escenarios hipócritas y sin trascendencia social ni política.
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Muchos analistas y estudiosos que creen en la urgencia de recuperar los valores y de sustituir el actual sistema, que es básicamente una dictadura de partidos políticos y gobiernos que han marginado por igual a los ciudadanos y a la virtud, se desesperan ante la pasividad de una parte muy importante de la Iglesia Católica, que se ha olvidado del valor de la fe, de la fuerza del testimonio y de la necesidad que conlleva el mandato de Cristo de luchar por la perfección y el avance de la obra creada, sobre todo cuidando los derechos del ser humano, que es la imagen del mismo Dios.
Esos analistas y estudiosos, junto con muchos millones de cristianos y de demócratas, creen que el apoyo de la Iglesia en estos momentos a la lucha que los ciudadanos libran contra los políticos corruptos y ladrones que ocupan muchos escaños en los parlamentos y demasiados sillones ministeriales sería crucial y decisivo.
El derecho a rebelarse contra gobiernos inicuos es reconocido por la Constitución de Estados Unidos y por muchos grandes pensadores políticos, pero, para desgracia de todos y para vergüenza de la civilización, muchos pastores de esa Iglesia que fundó el mismo Jesús parecen empeñados en ocultar todos los mensajes que proclamen la defensa de la dignidad humana frente al poder instituido, la libertad, la grandeza y la dignidad del hombre, permitiendo con su traición que los canallas dominen la tierra.
No existe mejor ejercicio de libertad y esperanza para un demócrata actual que se siente sometido e impotente ante poderes inicuos que gobiernan con injusticia y abuso, que leer la obra "De rege et regis institutione", del padre Juan de Mariana, donde queda claro que la doctrina de Cristo invita a la rebelión ante la *legislación ilegítima* y todo aquello que sea contrario a la Verdad.
Leyendo a Mariana uno descubre hasta que punto la Iglesia Católica, como los partidos políticos y muchos gobiernos, ha sido ocupada por cobardes y traidores a la verdad y a la auténtica fe y como los que son serviles ante los poderes políticos están logrando castrar el cristianismo. También se descubre con gran estupor que ser cristiano auténtico exige, en países como España, oponerse con todas las fuerzas a gobiernos como los de Zapatero y Rajoy, basados en la mentira, el engaño, el saqueo de lo público, el despilfarro, la neutralización y manipulación del ciudadano, el cobro de impuestos injustos y el apoyo a ladrones de todo tipo y pelaje, a los que se les otorga poder e influencia.
La "Pacen in terris" que nos invita a la desobediencia civil parece abandonada y olvidada por la Iglesia jerarquica, salvo en algunas honrosas excepciones, tan hermosas como escasas.
Casi nadie se acuerda en el Vaticano de que Juan XXIII decía:
«La autoridad es postulada por el orden moral y deriva de Dios. Por lo tanto, si las leyes o preceptos de los gobernantes estuvieran en contradicción con aquel orden y, consiguientemente, en contradicción con la voluntad de Dios, no tendrían fuerza para obligar en conciencia...; más aún, en tal caso, la autoridad dejaría de ser tal y degeneraría en abuso» .* ( Carta enc. Pacem in terris l.c., 271. )
Esa tesis, fiel al mensaje de Cristo, lógica y conectada con el Magisterio peremne de la Iglesia, que busca el Bien Común, desde las doctrina de Santo Tomás, pasando por Mariana, hasta nuestros días, solo es hoy negada por corruptos y gente contaminada dentro de la propia Iglesia, que no es inmune a las grandes traiciones y suciedades que dominan el liderazgo mundial.
Mientras algunas comunidades creen firmemente que el catolicismo es una doctrina y un camino de Salvación que hace libres a quienes lo confiesan frente al totalitarismo avasallador e intrusivo del sistema, otras se limitan a acudir los domingos al templo y a practicar un cristianismo de barniz y escenarios hipócritas y sin trascendencia social ni política.
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Muchos analistas y estudiosos que creen en la urgencia de recuperar los valores y de sustituir el actual sistema, que es básicamente una dictadura de partidos políticos y gobiernos que han marginado por igual a los ciudadanos y a la virtud, se desesperan ante la pasividad de una parte muy importante de la Iglesia Católica, que se ha olvidado del valor de la fe, de la fuerza del testimonio y de la necesidad que conlleva el mandato de Cristo de luchar por la perfección y el avance de la obra creada, sobre todo cuidando los derechos del ser humano, que es la imagen del mismo Dios.
Esos analistas y estudiosos, junto con muchos millones de cristianos y de demócratas, creen que el apoyo de la Iglesia en estos momentos a la lucha que los ciudadanos libran contra los políticos corruptos y ladrones que ocupan muchos escaños en los parlamentos y demasiados sillones ministeriales sería crucial y decisivo.
El derecho a rebelarse contra gobiernos inicuos es reconocido por la Constitución de Estados Unidos y por muchos grandes pensadores políticos, pero, para desgracia de todos y para vergüenza de la civilización, muchos pastores de esa Iglesia que fundó el mismo Jesús parecen empeñados en ocultar todos los mensajes que proclamen la defensa de la dignidad humana frente al poder instituido, la libertad, la grandeza y la dignidad del hombre, permitiendo con su traición que los canallas dominen la tierra.
No existe mejor ejercicio de libertad y esperanza para un demócrata actual que se siente sometido e impotente ante poderes inicuos que gobiernan con injusticia y abuso, que leer la obra "De rege et regis institutione", del padre Juan de Mariana, donde queda claro que la doctrina de Cristo invita a la rebelión ante la *legislación ilegítima* y todo aquello que sea contrario a la Verdad.
Leyendo a Mariana uno descubre hasta que punto la Iglesia Católica, como los partidos políticos y muchos gobiernos, ha sido ocupada por cobardes y traidores a la verdad y a la auténtica fe y como los que son serviles ante los poderes políticos están logrando castrar el cristianismo. También se descubre con gran estupor que ser cristiano auténtico exige, en países como España, oponerse con todas las fuerzas a gobiernos como los de Zapatero y Rajoy, basados en la mentira, el engaño, el saqueo de lo público, el despilfarro, la neutralización y manipulación del ciudadano, el cobro de impuestos injustos y el apoyo a ladrones de todo tipo y pelaje, a los que se les otorga poder e influencia.
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