Ahora, asustados ante el aterrador panorama de España, convertida en un país arrasado por sus políticos, sin futuro y lleno de delincuentes con poderes públicos, nos rasgamos las vestiduras, pero nuestros políticos llevan décadas robando y destruyendo la democracia y la decencia, sin que nadie en este país de esclavos les haya criticado o parado los pies. Todo comenzó cuando los socialistas se apropiaron de RUMASA y el pueblo, ya acostumbrado a las gracias de los sevillanos en el poder y a gritar "¡Dales caña, Arfonzo!", reaccionó festejando el expolio.
El camino ya estaba trazado y sólo había que seguirlo. Pronto se apropiarían de BANESTO y se lo entregaron a Botín, a cambio de que el magnate fuera un banquero rojo.
Mas tarde les llegó el turno a las cajas de ahorros, instituciones financieras ejemplares, creadas para atender al pueblo. A esa fiesta, los políticos invitaron a los sindicalistas para ampliar la base de la pirámide saqueadora.
El último gran robo ha sido el de las Preferentes, probablemente el mayor perpetrado contra el pueblo indefenso de toda la historia financiera de Europa.
Pero nuestro mayor error como ciudadanos libres que aspiran a una nación decente ha sido permitir a los políticos nombrar jueces y magistrados, castrando así a una Justicia que era la única esperanza para detener el desfile triunfal de los canallas.
Ahora no vale rasgarse las vestiduras. Teníamos que haber encerrado en la cárcel a Alfonso Guerra, cuando certificó, entre las risas de los descamisados, la muerte (asesinato, diría yo) de Montesquieu, lo que equivalía a ejecutar a la democracia en el paredón, y también tuvimos que destituir y encarcelar al viejo alcalde de Madrid, Tierno Galván, otro político depredador suelto, por promover el tráfico y consumo de drogas cuando invitaba a los jóvenes madrileños a "colocarse". Por encima de todo, teníamos que haber impedido el expolio de RUMASA, primera violación profunda y drástica del Estado de Derecho en la España postfranquista, y castigado con cárcel e inhabilitación perpetua a sus responsables, empezando por Felipe González.
El Partido Popular, pobre de él, sin ideología ni principios, siempre ha sentido envidia del poder que exhibe la izquierda y de su facilidad para apropiarse de lo ajeno. En consecuencia, ha deseado participar también de la fiesta del saqueo y el expolio de España. Hoy ya están plenamente insertados en las bandas saqueadoras, como los sobresueldos en dinero negro, el caso Gürtel, la amenaza del padrino Bárcenas y otros muchos hechos delictivos y propios de maleantes.
Rasgarse ahora las vestiduras es de idiotas, inútil y demasiado tarde porque la bestia política ya se ha hecho carroñera y está habituada a cazar y a saciarse. Para limpiar España ahora es necesaria una auténtica rebelión ciudadana, pacífica pero implacable, que expulse del poder a los ladrones, utilizando sobre todo las urnas.
El camino ya estaba trazado y sólo había que seguirlo. Pronto se apropiarían de BANESTO y se lo entregaron a Botín, a cambio de que el magnate fuera un banquero rojo.
Mas tarde les llegó el turno a las cajas de ahorros, instituciones financieras ejemplares, creadas para atender al pueblo. A esa fiesta, los políticos invitaron a los sindicalistas para ampliar la base de la pirámide saqueadora.
El último gran robo ha sido el de las Preferentes, probablemente el mayor perpetrado contra el pueblo indefenso de toda la historia financiera de Europa.
Pero nuestro mayor error como ciudadanos libres que aspiran a una nación decente ha sido permitir a los políticos nombrar jueces y magistrados, castrando así a una Justicia que era la única esperanza para detener el desfile triunfal de los canallas.
Ahora no vale rasgarse las vestiduras. Teníamos que haber encerrado en la cárcel a Alfonso Guerra, cuando certificó, entre las risas de los descamisados, la muerte (asesinato, diría yo) de Montesquieu, lo que equivalía a ejecutar a la democracia en el paredón, y también tuvimos que destituir y encarcelar al viejo alcalde de Madrid, Tierno Galván, otro político depredador suelto, por promover el tráfico y consumo de drogas cuando invitaba a los jóvenes madrileños a "colocarse". Por encima de todo, teníamos que haber impedido el expolio de RUMASA, primera violación profunda y drástica del Estado de Derecho en la España postfranquista, y castigado con cárcel e inhabilitación perpetua a sus responsables, empezando por Felipe González.
El Partido Popular, pobre de él, sin ideología ni principios, siempre ha sentido envidia del poder que exhibe la izquierda y de su facilidad para apropiarse de lo ajeno. En consecuencia, ha deseado participar también de la fiesta del saqueo y el expolio de España. Hoy ya están plenamente insertados en las bandas saqueadoras, como los sobresueldos en dinero negro, el caso Gürtel, la amenaza del padrino Bárcenas y otros muchos hechos delictivos y propios de maleantes.
Rasgarse ahora las vestiduras es de idiotas, inútil y demasiado tarde porque la bestia política ya se ha hecho carroñera y está habituada a cazar y a saciarse. Para limpiar España ahora es necesaria una auténtica rebelión ciudadana, pacífica pero implacable, que expulse del poder a los ladrones, utilizando sobre todo las urnas.
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