Resulta que Trump, quizás sin quererlo, es un revolucionario, porque su victoria en Estados Unidos se ha convertido en "símbolo" de la lucha contra de la tiranía de las minorías políticamente correctas y de esas "progresías" embaucadoras, que de pronto han quedado convertidas en el "Antiguo Régimen", a las que conviene abatir y sustituir por una política más justa, eficaz y decente.
Si se mira de frente a un político socialdemócrata y se le analiza con frialdad, se verá a un político que piensa con los mismos parámetros que lo hacían sus colegas de la República de Weimar, como alguien que ama el poder del Estado sobre todas las cosas, intervencionista, enemigo de la libertad individual, cargado de mesianismo y tan soberbio y arrogante que está siempre dispuesto a decidir lo que está bien y lo que está mal, incluso en contra de la voluntad de las mayorías.
Esa cultura política, llena de fracaso, es el "Antiguo Régimen" que debe ser derrotado si el mundo desea progresar. Incluye a los partidos de izquierda y a la mayoría de los de derecha, todos infectados de leninismo autoritario, todos adoradores del Estado y todos culpables de la degradación de la democracia, de la marginación del ciudadano y del inaceptable auge de los políticos y del establishment en todo el planeta. También incluye a los medios de comunicación, el gran apoyo de los poderosos, a los jueces sometidos y a esos falsos liberales que solo utilizan la política para medrar. Todos al unisono son los constructores de la falsa "progresía", de lo políticamente correcto, de la manipulación masiva y marginación de las masas y de este mundo donde los únicos que se benefician son los políticos, los grandes poderes encuadrados en el establishment y sus aliados, sobre todo los medios de comunicación, que están realizando una miserable labor encubridora y defensora del abuso, la corrupción y la injusticia reinantes.
Que la mayoría silenciosa de los americanos, haya logrado imponerse al imperio mediático que le empujaba a votar a Hillary es esperanzador e ilusionante ante el futuro de la Humanidad porque ha quedado clara la enorme fuerza del espíritu humano que se siente libre.
Cada día hay más ciudadanos dispuestos a no consentir por más tiempo ser ninguneados y engañados por una clase política que gobierna desligada del pueblo y de sus intereses y que ocupa el poder con una arrogancia que desprecia al ciudadano, que es, en teoría, el soberano del sistema, al que impone siempre su voluntad, exprime con impuestos desproporcionados, al que le hace financiar los lujos y derroches del poder, estafa con sus corrupciones y avasalla de mil maneras, sobre todo imponiéndoles políticas y decisiones que no tienen el respaldo de las mayorías.
Ese es el estilo de los políticos de la mayoría de las llamadas democracias, que no son otra cosa que sistemas prostituidos y contaminados por la socialdemocracia, porque han sido desprovistos de controles y límites al poder, lo que los convierte en algo más parecido a dictaduras que a democracias.
Si en España se sometieran a referéndum aspectos tan importantes como la vigencia de las autonomías, la financiación de los partidos y sindicatos con el dinero procedente de los impuestos y la posible eliminación de los cientos de miles de parásitos que sobran en las administraciones públicas, el pueblo decidiría, con una mayoría aplastante, justo lo contrario de lo que los políticos imponen a los ciudadanos desde su concepción arbitraria y despótica del poder.
El triunfo de Trump, el Brexit, el rechazo a acuerdo colombiano con la guerrilla y el rechazo al tratado comercial Europa-USA son manifestaciones claras del descontento ciudadano, que ya ha aprendido a utilizar el voto, que es el único poder que le queda, para rechazar las iniciativas y propuestas del poder y para expulsar del gobierno a los partidos que son culpables de dramas como la corrupción, el abuso de poder, el despilfarro, la desigualdad hiriente, el desamparo de los débiles, la baja calidad de los servicios públicos y la impunidad práctica de los que mandan.
Francisco Rubiales
Si se mira de frente a un político socialdemócrata y se le analiza con frialdad, se verá a un político que piensa con los mismos parámetros que lo hacían sus colegas de la República de Weimar, como alguien que ama el poder del Estado sobre todas las cosas, intervencionista, enemigo de la libertad individual, cargado de mesianismo y tan soberbio y arrogante que está siempre dispuesto a decidir lo que está bien y lo que está mal, incluso en contra de la voluntad de las mayorías.
Esa cultura política, llena de fracaso, es el "Antiguo Régimen" que debe ser derrotado si el mundo desea progresar. Incluye a los partidos de izquierda y a la mayoría de los de derecha, todos infectados de leninismo autoritario, todos adoradores del Estado y todos culpables de la degradación de la democracia, de la marginación del ciudadano y del inaceptable auge de los políticos y del establishment en todo el planeta. También incluye a los medios de comunicación, el gran apoyo de los poderosos, a los jueces sometidos y a esos falsos liberales que solo utilizan la política para medrar. Todos al unisono son los constructores de la falsa "progresía", de lo políticamente correcto, de la manipulación masiva y marginación de las masas y de este mundo donde los únicos que se benefician son los políticos, los grandes poderes encuadrados en el establishment y sus aliados, sobre todo los medios de comunicación, que están realizando una miserable labor encubridora y defensora del abuso, la corrupción y la injusticia reinantes.
Que la mayoría silenciosa de los americanos, haya logrado imponerse al imperio mediático que le empujaba a votar a Hillary es esperanzador e ilusionante ante el futuro de la Humanidad porque ha quedado clara la enorme fuerza del espíritu humano que se siente libre.
Cada día hay más ciudadanos dispuestos a no consentir por más tiempo ser ninguneados y engañados por una clase política que gobierna desligada del pueblo y de sus intereses y que ocupa el poder con una arrogancia que desprecia al ciudadano, que es, en teoría, el soberano del sistema, al que impone siempre su voluntad, exprime con impuestos desproporcionados, al que le hace financiar los lujos y derroches del poder, estafa con sus corrupciones y avasalla de mil maneras, sobre todo imponiéndoles políticas y decisiones que no tienen el respaldo de las mayorías.
Ese es el estilo de los políticos de la mayoría de las llamadas democracias, que no son otra cosa que sistemas prostituidos y contaminados por la socialdemocracia, porque han sido desprovistos de controles y límites al poder, lo que los convierte en algo más parecido a dictaduras que a democracias.
Si en España se sometieran a referéndum aspectos tan importantes como la vigencia de las autonomías, la financiación de los partidos y sindicatos con el dinero procedente de los impuestos y la posible eliminación de los cientos de miles de parásitos que sobran en las administraciones públicas, el pueblo decidiría, con una mayoría aplastante, justo lo contrario de lo que los políticos imponen a los ciudadanos desde su concepción arbitraria y despótica del poder.
El triunfo de Trump, el Brexit, el rechazo a acuerdo colombiano con la guerrilla y el rechazo al tratado comercial Europa-USA son manifestaciones claras del descontento ciudadano, que ya ha aprendido a utilizar el voto, que es el único poder que le queda, para rechazar las iniciativas y propuestas del poder y para expulsar del gobierno a los partidos que son culpables de dramas como la corrupción, el abuso de poder, el despilfarro, la desigualdad hiriente, el desamparo de los débiles, la baja calidad de los servicios públicos y la impunidad práctica de los que mandan.
Francisco Rubiales
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