El 2011 es un año salvaje que ha llegado cargado de realidades, amenazas y malos augurios: millones de familias españolas verán mermado su poder adquisitivo por culpa de los impuestos más angustiosos e injustos de Europa, por la subida de los precios, la congelación de las rentas y la pérdida de la confianza en el gobierno, en el futuro y hasta en el sistema, que ya aparece ante los ojos del ciudadano no como una democracia sino como una tiranía de partidos políticos y de políticos profesionales, cada día más rechazados.
Los niños ya no vienen con 2.500 euros bajo el brazo y se acabó la ayuda de 426 euros a los parados, lo que provocará que cientos de miles de nuevos ciudadanos se den de bruces con la pobreza, incrementando su ya aterradora cifra, que ya es de casi 10 millones. Para millones de hogares españoles, 2011 no será un año más. Ni siquiera un mal año. Será un año catastrófico. Nunca en la historia reciente habían coincidido tal cúmulo de noticias negativas para el consumidor y el contribuyente medio. Subidas de tarifas generalizadas y por encima de la inflación (ahora en el 2,3%) de servicios esenciales como la luz o el transporte, se verán acompañadas de recortes sociales y fiscales en un marco de crisis general, con salarios y pensiones congelados o a la baja, y siempre la amenaza del paro.
Pero el año 2011 no es un drama inevitable. Es la consecuencia de un mal gobierno que ha jugado sucio, mentido y ha cometido errores imperdonables. Zapatero, que ha hecho retroceder a España más de una década, acabando con su prosperidad y alegría, es el principal obstáculo para que el país resurja y recupere la senda de la posperidad . Ese obstáculo debe ser removido para que el año deje de ser amenazador y funesto. Su simple desaparición y la llegada de un nuevo gobierno, sea el que sea, ya constituye una esperanza y un cambio en la tendencia funesta de España.
Echar a Zapatero es el primer deber, no sólo de todo demócrata y patriota, sino también de todo ciudadano honrado, de todos los desheredados y de los que se levantan cada mañana atenazados por el miedo a perder lo que todavía poseen. Nadie nos impide echar a Zapatero, que es nuestro empleado, al que hemos elegido para que nos solucione los problemas y ha resultado ser el peor administrador imaginable. La solución es sencilla: hay que echarlo, y nadie va a hacerlo si no lo hacemos nosotros. El PP no arriesgará lo más mínimo porque su estrategia, lamentable y cobarde, es esperar que el país se pudra y que los ciudadanos se venguen de Zapatero en las urnas, votando masivamente a la oposición. Triste propuesta de un partido que, aunque va a gobernar, no lo merece.
Aunque Zapatero diga que tiene derecho a segur en la Moncloa hasta que cumpla su mandato, eso es mentira. Por encima de las normas siempre está la voluntad popular y el derecho, reconocido por la ley natural, a expulsar del poder al gobernante inicuo.
La democracia es un sistema que se basa en la confianza de los administrados en su administrador y, cuando esa confianza se pierde, también desaparece la legitimidad. ¿Quien ha dicho que estamos obligados a soportar a un inepto dañino al frente de esa gran empresa nuestra llamada España? Somos los propietarios y la ley dice que podemos reunirnos en Junta Universal y echar al que esta arruinando la sociedad.
Algunos sometidos y fanáticos, aterrorizados ante la perspectiva de perder el poder y los privilegios, no sólo dicen que Zapatero ha sido elegido por cuatro años y que tiene que cumplir su mandato, ignorando que el ciudadano es el soberano del sistema y que su voluntad política es la ley suprema, sino que argumentan, también, que la alternativa, el Partido Popular, puede hacerlo todavía peor.
A esos hay que decirles que España era uno de los países más prósperos del mundo hace apenas una década y que hoy es una cloaca donde se combinan la corrupción galopante, la ruina económica, el mal gobierno y las botellonas desesperadas. A esos hay que explicarles que es teóricamente posible que el PP lo haga peor, pero que eso está por ver y que, en todo caso, es una amenaza, mientras que ZP es una realidad aplastante; que es casi imposible, dada la situación de ruina total en la que Zapatero ha dejado a España, que quien le sustituya, aunque sea un payaso de circo, pueda hacerlo peor; que el cambio, en sí mismo, abre una puerta a la esperanza y canaliza ilusiones en este pueblo postrado, doblegado y amenazado por un año 2011 que se cierne funesto sobre nuestras cabezas.
Muchos se preguntarán: ¿Cómo lo echamos? Es muy fácil: utilizando las armas que tenemos los ciudadanos, sobre todo las manifestaciones, la protesta y el boicot. Salgamos a las calles, dejemos de consumir, apaguemos los televisores y la luz, abucheemos al poder, llenemos de quejas los periódicos y páginas del poder. Si dejamos de comprar periódicos o dejamos de consumir, los mismos periodistas y empresarios lo echarán. Si salimos a las calles de manera masiva, el mismo PSOE le obligará a irse. Todo consiste en exhibir nuestro poder soberano de ciudadanos libres, en demostrar, de manera fehaciente, el descontento, en exigir de verdad el relevo del inepto nefasto.
Los niños ya no vienen con 2.500 euros bajo el brazo y se acabó la ayuda de 426 euros a los parados, lo que provocará que cientos de miles de nuevos ciudadanos se den de bruces con la pobreza, incrementando su ya aterradora cifra, que ya es de casi 10 millones. Para millones de hogares españoles, 2011 no será un año más. Ni siquiera un mal año. Será un año catastrófico. Nunca en la historia reciente habían coincidido tal cúmulo de noticias negativas para el consumidor y el contribuyente medio. Subidas de tarifas generalizadas y por encima de la inflación (ahora en el 2,3%) de servicios esenciales como la luz o el transporte, se verán acompañadas de recortes sociales y fiscales en un marco de crisis general, con salarios y pensiones congelados o a la baja, y siempre la amenaza del paro.
Pero el año 2011 no es un drama inevitable. Es la consecuencia de un mal gobierno que ha jugado sucio, mentido y ha cometido errores imperdonables. Zapatero, que ha hecho retroceder a España más de una década, acabando con su prosperidad y alegría, es el principal obstáculo para que el país resurja y recupere la senda de la posperidad . Ese obstáculo debe ser removido para que el año deje de ser amenazador y funesto. Su simple desaparición y la llegada de un nuevo gobierno, sea el que sea, ya constituye una esperanza y un cambio en la tendencia funesta de España.
Echar a Zapatero es el primer deber, no sólo de todo demócrata y patriota, sino también de todo ciudadano honrado, de todos los desheredados y de los que se levantan cada mañana atenazados por el miedo a perder lo que todavía poseen. Nadie nos impide echar a Zapatero, que es nuestro empleado, al que hemos elegido para que nos solucione los problemas y ha resultado ser el peor administrador imaginable. La solución es sencilla: hay que echarlo, y nadie va a hacerlo si no lo hacemos nosotros. El PP no arriesgará lo más mínimo porque su estrategia, lamentable y cobarde, es esperar que el país se pudra y que los ciudadanos se venguen de Zapatero en las urnas, votando masivamente a la oposición. Triste propuesta de un partido que, aunque va a gobernar, no lo merece.
Aunque Zapatero diga que tiene derecho a segur en la Moncloa hasta que cumpla su mandato, eso es mentira. Por encima de las normas siempre está la voluntad popular y el derecho, reconocido por la ley natural, a expulsar del poder al gobernante inicuo.
La democracia es un sistema que se basa en la confianza de los administrados en su administrador y, cuando esa confianza se pierde, también desaparece la legitimidad. ¿Quien ha dicho que estamos obligados a soportar a un inepto dañino al frente de esa gran empresa nuestra llamada España? Somos los propietarios y la ley dice que podemos reunirnos en Junta Universal y echar al que esta arruinando la sociedad.
Algunos sometidos y fanáticos, aterrorizados ante la perspectiva de perder el poder y los privilegios, no sólo dicen que Zapatero ha sido elegido por cuatro años y que tiene que cumplir su mandato, ignorando que el ciudadano es el soberano del sistema y que su voluntad política es la ley suprema, sino que argumentan, también, que la alternativa, el Partido Popular, puede hacerlo todavía peor.
A esos hay que decirles que España era uno de los países más prósperos del mundo hace apenas una década y que hoy es una cloaca donde se combinan la corrupción galopante, la ruina económica, el mal gobierno y las botellonas desesperadas. A esos hay que explicarles que es teóricamente posible que el PP lo haga peor, pero que eso está por ver y que, en todo caso, es una amenaza, mientras que ZP es una realidad aplastante; que es casi imposible, dada la situación de ruina total en la que Zapatero ha dejado a España, que quien le sustituya, aunque sea un payaso de circo, pueda hacerlo peor; que el cambio, en sí mismo, abre una puerta a la esperanza y canaliza ilusiones en este pueblo postrado, doblegado y amenazado por un año 2011 que se cierne funesto sobre nuestras cabezas.
Muchos se preguntarán: ¿Cómo lo echamos? Es muy fácil: utilizando las armas que tenemos los ciudadanos, sobre todo las manifestaciones, la protesta y el boicot. Salgamos a las calles, dejemos de consumir, apaguemos los televisores y la luz, abucheemos al poder, llenemos de quejas los periódicos y páginas del poder. Si dejamos de comprar periódicos o dejamos de consumir, los mismos periodistas y empresarios lo echarán. Si salimos a las calles de manera masiva, el mismo PSOE le obligará a irse. Todo consiste en exhibir nuestro poder soberano de ciudadanos libres, en demostrar, de manera fehaciente, el descontento, en exigir de verdad el relevo del inepto nefasto.
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