Si algo ha quedado claro tras la tragedia aérea de los Alpes es que deben incrementarse las exigencias, controles y exámenes a todos los humanos que poseen poder y altas responsabilidades.
Es intolerable que pueda existir un piloto en activo tan desequilibrado que haya decidido estrellar contra las montañas un avión cargado de seres humanos indefensos.
Ojalá la experiencia dramática de los Alpes sirva para incrementar las exigencias, controles y exámenes a los que ejercen funciones que pueden causar daños a personas y a la Humanidad.
Ahora descubren que Andreas Lubizt, el copiloto que estrelló el avión en los Alpes, podría ser un desequilibrado que ya interrumpió su entrenamiento por crisis nerviosa y síntomas de depresión.
Pero, mas que los pilotos y los capitanes de barcos, son los políticos, junto con jueces, legisladores y otros altos cargos del Estado, los mas necesitados de esos controles. Un piloto o un oficial de marina puede matar a cientos, quizás miles de personas, pero un político demente y canalla puede matar a decenas de millones de personas y hasta destruir el planeta. Para demostrarlo ahí están bestias asesinas y exterminadoras como Stalin, Mao, Hítler, Pol Pot, Idi Amín y otros muchos, todos ellos poseedores de un poder absoluto al que llegaron sin que nada ni nadie les examinara ni comprobara que no eran bestias inmundas y asesinos brutales.
Es probable que los controles y exámenes se incrementen en adelante para pilotos y marinos, entre otras profesiones, pero es muy difícil que las mismas medidas se adopten para controlar a los líderes políticos mundiales, a pesar de que son ellos los potencialmente mas peligrosos para la Humanidad.
Los políticos actuales, abusando del poder y con arrogancia intolerable, se han negado siempre a ser controlados, examinados y a someterse a exigencias previas al ejercicio del poder. Quizás lo impidan porque saben que muchos de ellos ni siquiera superarían un básico test de personalidad sin exhibir desequilibrios y trastornos graves. También se niegan a ser revocados por los ciudadanos cuando se descubren sus incompetencias, abusos y errores graves. Han impuesto gobernar como si poseyeran un cheque en blanco, un abuso insoportable en la democracia y la decencia.
Esa actitud de los sátrapas hace posible que cualquier sinvergüenza, demente, inepto o desequilibrado pueda llegar hoy a ser alcalde, ministro y hasta presidente de gobierno.
Pero no siempre ha sido así a lo largo de la Historia. En la sabia Roma republicana existía el cargo de censor, dotado de poder suficiente para inspeccionar el comportamiento, el patrimonio y las acciones de todos los que aspiraban a seguir la carrera política (Cursus honorum). El minucioso examen de los censores romanos impedía, en la práctica, que los cobardes que no hubieran combatido en las legiones, los que maltrataban a otras personas, los que robaban el dinero público y los que se aprovechaban del Estado en beneficio propio pudieran prosperar, lo que hizo de Roma la nación mas fuerte y brillante de la antigüedad.
La situación de nuestro mundo, por culpa de la arrogancia y la falta de altura ética y decencia de la clase política, es terrible. Los políticos se niegan a ser controlados, examinados y a someterse a exámenes para detectar su estado psicológico, su preparación y sus valores. La arrogancia les hace intocables y el ciudadano, que en teoría es su jefe y el soberano en democracia, está obligado a soportar que tipejos incontrolados, torpes e inmorales tomen decisiones que pueden dañar y hasta destruir la prosperidad, la convivencia y la vida humana.
De hecho, la carrera política, aunque parezca incomprensible, tiene hoy menos controles y exigencias que las que se exigen a oficinistas, cocineros, mensajeros, albañiles o empleados de la limpieza. A casi todos se nos exigen niveles de estudio, habilidades propias de su profesión, certificados de comportamiento y hasta idiomas, pero al político solo se le exige que sea amigo del líder que lo promociona o que tenga en su bolsillo un determinado carné de partido.
La paradoja es brutal: se nos exige pasar pruebas para conducir un vehículo, pero nada se exige a los que conducen toda una nación. La única explicación de esa injusticia es que los sátrapas ejercen el poder de manera miserable. Ese descontrol de los políticos está hoy detrás del estallido de la corrupción, del abuso de poder, del mal estado del mundo y del desprestigio de la política y del liderazgo.
La convivencia y el funcionamiento social se basan en la confianza. Es vital que confiemos en el cocinero del restaurante, en en el conductor del autobús, en el panadero, en las personas que nos rodean, en las que prestan servicios y en las que nos aconsejan. Cuando se pierde esa confianza hay que volver a la caverna.
¿No estamos volviendo a la caverna, precisamente por culpa de la desconfianza en los políticos?
Ya está bien de abusos y de arrogancias. Los políticos tienen y deben ser vigilados, examinados, controlados y sometidos a las mayores exigencias por una ciudadanía que se está suicidando por dejarlos actuar descontrolados, sin frenos y a veces hasta con impunidad.
Francisco Rubiales Moreno
Es intolerable que pueda existir un piloto en activo tan desequilibrado que haya decidido estrellar contra las montañas un avión cargado de seres humanos indefensos.
Ojalá la experiencia dramática de los Alpes sirva para incrementar las exigencias, controles y exámenes a los que ejercen funciones que pueden causar daños a personas y a la Humanidad.
Ahora descubren que Andreas Lubizt, el copiloto que estrelló el avión en los Alpes, podría ser un desequilibrado que ya interrumpió su entrenamiento por crisis nerviosa y síntomas de depresión.
Pero, mas que los pilotos y los capitanes de barcos, son los políticos, junto con jueces, legisladores y otros altos cargos del Estado, los mas necesitados de esos controles. Un piloto o un oficial de marina puede matar a cientos, quizás miles de personas, pero un político demente y canalla puede matar a decenas de millones de personas y hasta destruir el planeta. Para demostrarlo ahí están bestias asesinas y exterminadoras como Stalin, Mao, Hítler, Pol Pot, Idi Amín y otros muchos, todos ellos poseedores de un poder absoluto al que llegaron sin que nada ni nadie les examinara ni comprobara que no eran bestias inmundas y asesinos brutales.
Es probable que los controles y exámenes se incrementen en adelante para pilotos y marinos, entre otras profesiones, pero es muy difícil que las mismas medidas se adopten para controlar a los líderes políticos mundiales, a pesar de que son ellos los potencialmente mas peligrosos para la Humanidad.
Los políticos actuales, abusando del poder y con arrogancia intolerable, se han negado siempre a ser controlados, examinados y a someterse a exigencias previas al ejercicio del poder. Quizás lo impidan porque saben que muchos de ellos ni siquiera superarían un básico test de personalidad sin exhibir desequilibrios y trastornos graves. También se niegan a ser revocados por los ciudadanos cuando se descubren sus incompetencias, abusos y errores graves. Han impuesto gobernar como si poseyeran un cheque en blanco, un abuso insoportable en la democracia y la decencia.
Esa actitud de los sátrapas hace posible que cualquier sinvergüenza, demente, inepto o desequilibrado pueda llegar hoy a ser alcalde, ministro y hasta presidente de gobierno.
Pero no siempre ha sido así a lo largo de la Historia. En la sabia Roma republicana existía el cargo de censor, dotado de poder suficiente para inspeccionar el comportamiento, el patrimonio y las acciones de todos los que aspiraban a seguir la carrera política (Cursus honorum). El minucioso examen de los censores romanos impedía, en la práctica, que los cobardes que no hubieran combatido en las legiones, los que maltrataban a otras personas, los que robaban el dinero público y los que se aprovechaban del Estado en beneficio propio pudieran prosperar, lo que hizo de Roma la nación mas fuerte y brillante de la antigüedad.
La situación de nuestro mundo, por culpa de la arrogancia y la falta de altura ética y decencia de la clase política, es terrible. Los políticos se niegan a ser controlados, examinados y a someterse a exámenes para detectar su estado psicológico, su preparación y sus valores. La arrogancia les hace intocables y el ciudadano, que en teoría es su jefe y el soberano en democracia, está obligado a soportar que tipejos incontrolados, torpes e inmorales tomen decisiones que pueden dañar y hasta destruir la prosperidad, la convivencia y la vida humana.
De hecho, la carrera política, aunque parezca incomprensible, tiene hoy menos controles y exigencias que las que se exigen a oficinistas, cocineros, mensajeros, albañiles o empleados de la limpieza. A casi todos se nos exigen niveles de estudio, habilidades propias de su profesión, certificados de comportamiento y hasta idiomas, pero al político solo se le exige que sea amigo del líder que lo promociona o que tenga en su bolsillo un determinado carné de partido.
La paradoja es brutal: se nos exige pasar pruebas para conducir un vehículo, pero nada se exige a los que conducen toda una nación. La única explicación de esa injusticia es que los sátrapas ejercen el poder de manera miserable. Ese descontrol de los políticos está hoy detrás del estallido de la corrupción, del abuso de poder, del mal estado del mundo y del desprestigio de la política y del liderazgo.
La convivencia y el funcionamiento social se basan en la confianza. Es vital que confiemos en el cocinero del restaurante, en en el conductor del autobús, en el panadero, en las personas que nos rodean, en las que prestan servicios y en las que nos aconsejan. Cuando se pierde esa confianza hay que volver a la caverna.
¿No estamos volviendo a la caverna, precisamente por culpa de la desconfianza en los políticos?
Ya está bien de abusos y de arrogancias. Los políticos tienen y deben ser vigilados, examinados, controlados y sometidos a las mayores exigencias por una ciudadanía que se está suicidando por dejarlos actuar descontrolados, sin frenos y a veces hasta con impunidad.
Francisco Rubiales Moreno
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