El presidente Rajoy sigue siendo un mal estudiante que merece un rotundo "suspenso" en "Democracia". Ahora ha dicho que "Es en las elecciones democráticas donde los pueblos legitiman a sus representantes". Falso porque en las urnas los pueblos eligen y legalizan los gobiernos, mientras que la legitimidad depende de la confianza y es un valor que hay que ganarse cada día. Según la tesis de Rajoy, si un gobierno ha sido legitimado en las urnas y después se convirtiera en un asesino depredador que mancha de sangre el país, seguiría siendo legítimo. Si el presidente del gobierno de España ignora que en democracia hay que ganarse cada día la legitimidad y la confianza del ciudadano, que es el dueño del negocio, y exhibe en público, sin salir corriendo muerto de vergüenza, esas limitaciones culturales democráticas, es para llorar como ciudadano y exilarse.
Incluso si aceptamos la tesis de Rajoy de que las urnas otorgan legitimidad permanente, él no la tendría porque alcanzó el poder con promesas que luego incumplió, lo que representa un engaño y una estafa a sus votantes. Además, si, como parece probable por el caso Bárcenas, el PP es un partido financiado ilegalmente, la ilegitimidad sería completa e inamovibles. Su victoria, basada en el engaño, es como si hubiera ganado el "tour de Francia" dopado.
El profundo "déficit" democrático de Rajoy no es una excepción sino, por desgracia, la tónica general de nuestra clase política, que conoce tanto la democracia como un barbero la metafísica. En 2003 fundé en Sevilla el foro de debates Encuentros 2000, por el que pasaron, en los diez años que dirigí ese foro, prácticamente la totalidad de los políticos destacados de España, Cené con todos ellos y en la mesa presidencial conversamos y siempre les sometí a lo que yo llamaba "la prueba de la democracia", sin haber obtenido nunca un éxito completo. Consistía la prueba en preguntarles por qué en España no teníamos una democracia auténtica, con principios que son imprescindibles como el imperio de la ley igual para todos, las elecciones con listas abiertas, la separación de poderes y el protagonismo del ciudadano, entre otros. Sólo tres superaron la prueba a medias y ninguno satisfactoriamente. Los que la superaron fueron Leopoldo Calvo Sotelo, Antonio Garrigues y Marcelino Oreja y entre los que recibieron un suspenso figuran Felipe González, Almunia, Manuel Chaves, Zaplana, Arenas, Mayor Oreja, Bono, Borrel, Rodríguez Ibarra y otros muchos, hasta casi el centenar de alcaldes de grandes ciudades, ministros y presidentes de gobiernos.
Casi todos ellos terminaban afirmando lo mismo que dijo Manolo Chaves, que la democracia consiste en votar cada cuatro años y dejar gobernar a quien ha adquirido ese derecho. Calvo Sotelo, Garrigues y Marcelino Oreja admitieron que la democracia es otra cosa que lo que rige la vida política española, pero justificaron el drama afirmando que la democracia real es casi imposible. Recuerdo que Zaplana respondió a la pregunta riéndose y Felipe González preguntando a su vez ¿y que es la democracia?, mientras que la mayoría decían que lo importante no es la democracia sino gobernar bien.
Dialogué en un ambiente relajado y amigable con mas de un centenar de políticos de altísima responsabilidad y jamás encontré a uno solo que valorará a los ciudadanos. Todos hablaban del partido al que pertenecían, de la importancia de las instituciones y del derecho a gobernar sin interferencias, pero nadie mencionó nunca que el ciudadano fuera el elemento decisivo y el valor supremo en democracia.
Para mi fue decepcionante aquella experiencia porque jamás encontré entre los dirigentes políticos españoles a gente digna de respeto y admiración, sino mas bien a mequetrefes arrogantes, con escaso bagaje intelectual, eso sí, arropados por una potente corte de pelotas y portadores de una reluciente aureola de poder que les convertía en osados y potentes.
Nunca me senté a la mesa con Rajoy, pero por lo que le oigo, sospecho que recibiría un inmenso suspenso en la prueba de la democracia. No hace mucho dijo que España era una "democracia seria" y provocó no pocas risas. Hace un poco mas tiempo afirmó que él no había cumplido sus promesas electorales, pero sí había cumplido con su deber, como si cumplir sus promesas hechas a los votantes no fuera un deber ineludible para un gobernante.
Los dirigentes "democráticos" españoles se forjan en el seno de sus partidos políticos, entidades que son sospechosas de haberse financiado ilegalmente, recibiendo comisiones y tributos de particulares y empresas, a cambio de concesiones, contratos y subvenciones, unas prácticas delictivas que envilecen y degradan. Esos comportamientos y vicios han envilecido a los partidos y transformado en asociaciones de mediocres, minadas por las irregularidades, las arbitrariedades y, en algunos casos, el delito y la corrupción. Los grandes partidos españoles tienen un millar de causas abiertas ante los tribunales por corrupción, abuso de poder y otros muchos delitos. Si no tuvieran tanto poder y si no controlaran la Justicia, en un país realmente democrático, ya habrían sido precintadas y disueltas por haberse transformado en asociaciones de malhechores. En España solo hay otra asociación que les supera en número delitos acumulados: ETA.
Incluso si aceptamos la tesis de Rajoy de que las urnas otorgan legitimidad permanente, él no la tendría porque alcanzó el poder con promesas que luego incumplió, lo que representa un engaño y una estafa a sus votantes. Además, si, como parece probable por el caso Bárcenas, el PP es un partido financiado ilegalmente, la ilegitimidad sería completa e inamovibles. Su victoria, basada en el engaño, es como si hubiera ganado el "tour de Francia" dopado.
El profundo "déficit" democrático de Rajoy no es una excepción sino, por desgracia, la tónica general de nuestra clase política, que conoce tanto la democracia como un barbero la metafísica. En 2003 fundé en Sevilla el foro de debates Encuentros 2000, por el que pasaron, en los diez años que dirigí ese foro, prácticamente la totalidad de los políticos destacados de España, Cené con todos ellos y en la mesa presidencial conversamos y siempre les sometí a lo que yo llamaba "la prueba de la democracia", sin haber obtenido nunca un éxito completo. Consistía la prueba en preguntarles por qué en España no teníamos una democracia auténtica, con principios que son imprescindibles como el imperio de la ley igual para todos, las elecciones con listas abiertas, la separación de poderes y el protagonismo del ciudadano, entre otros. Sólo tres superaron la prueba a medias y ninguno satisfactoriamente. Los que la superaron fueron Leopoldo Calvo Sotelo, Antonio Garrigues y Marcelino Oreja y entre los que recibieron un suspenso figuran Felipe González, Almunia, Manuel Chaves, Zaplana, Arenas, Mayor Oreja, Bono, Borrel, Rodríguez Ibarra y otros muchos, hasta casi el centenar de alcaldes de grandes ciudades, ministros y presidentes de gobiernos.
Casi todos ellos terminaban afirmando lo mismo que dijo Manolo Chaves, que la democracia consiste en votar cada cuatro años y dejar gobernar a quien ha adquirido ese derecho. Calvo Sotelo, Garrigues y Marcelino Oreja admitieron que la democracia es otra cosa que lo que rige la vida política española, pero justificaron el drama afirmando que la democracia real es casi imposible. Recuerdo que Zaplana respondió a la pregunta riéndose y Felipe González preguntando a su vez ¿y que es la democracia?, mientras que la mayoría decían que lo importante no es la democracia sino gobernar bien.
Dialogué en un ambiente relajado y amigable con mas de un centenar de políticos de altísima responsabilidad y jamás encontré a uno solo que valorará a los ciudadanos. Todos hablaban del partido al que pertenecían, de la importancia de las instituciones y del derecho a gobernar sin interferencias, pero nadie mencionó nunca que el ciudadano fuera el elemento decisivo y el valor supremo en democracia.
Para mi fue decepcionante aquella experiencia porque jamás encontré entre los dirigentes políticos españoles a gente digna de respeto y admiración, sino mas bien a mequetrefes arrogantes, con escaso bagaje intelectual, eso sí, arropados por una potente corte de pelotas y portadores de una reluciente aureola de poder que les convertía en osados y potentes.
Nunca me senté a la mesa con Rajoy, pero por lo que le oigo, sospecho que recibiría un inmenso suspenso en la prueba de la democracia. No hace mucho dijo que España era una "democracia seria" y provocó no pocas risas. Hace un poco mas tiempo afirmó que él no había cumplido sus promesas electorales, pero sí había cumplido con su deber, como si cumplir sus promesas hechas a los votantes no fuera un deber ineludible para un gobernante.
Los dirigentes "democráticos" españoles se forjan en el seno de sus partidos políticos, entidades que son sospechosas de haberse financiado ilegalmente, recibiendo comisiones y tributos de particulares y empresas, a cambio de concesiones, contratos y subvenciones, unas prácticas delictivas que envilecen y degradan. Esos comportamientos y vicios han envilecido a los partidos y transformado en asociaciones de mediocres, minadas por las irregularidades, las arbitrariedades y, en algunos casos, el delito y la corrupción. Los grandes partidos españoles tienen un millar de causas abiertas ante los tribunales por corrupción, abuso de poder y otros muchos delitos. Si no tuvieran tanto poder y si no controlaran la Justicia, en un país realmente democrático, ya habrían sido precintadas y disueltas por haberse transformado en asociaciones de malhechores. En España solo hay otra asociación que les supera en número delitos acumulados: ETA.
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