En realidad dan un poco de lástima porque el mundo que les habían prometido, poco menos que El Dorado independentista o una tierra de Jauja catalana, se les ha vuelto derrota y fracaso. Andan desconcertados porque su mundo se les ha desinflado y sus líderes, que parecían dioses, sólo eran tigres de papel. Menos mal que todavía les funciona el fútbol y sus equipos siguen venciendo.
Ni una sola adhesión, ni un solo apoyo, salvo el del impresentable Maduro, se les han marchado las empresas y con ellas casi un tercio del PIB catalán, muchos de ellos irán a la cárcel y al final tendrán que pagar un alto precio por su derrota, perdiendo conquistas y derechos del pasado. Los españoles, escarmentados, les van a vigilar en adelante. Al final, la del independentismo catalán ha sido una de las revoluciones más estúpidas del planeta.
Prometieron el paraíso y hoy, cuando acudan a sus trabajos, se darán de frente con su derrota. Ya no tienen gobierno propio, ni controlan el Parlamento, ni los mossos, ni la educación, ni esos fondos públicos que les servían para subvencionar el independentismo y el odio. Poco a poco, cuando la resaca se les pase, se encontrarán con que Cataluña ya no es de ellos. Hasta han despertado a esa mayoría de catalanes que se sienten españoles y que ahora se lanzan a las calles con banderas, a los que hasta hace poco tenían asustados y encerrados en sus hogares.
En realidad han metido la pata hasta el fondo y han enterrado el independentismo por un par de generaciones.
La realidad les va a golpear con dureza cuando vean que el dinero fácil ya no les llega desde el gobierno. Las fanatizadas ANC y Omnium Cultural se van a desinflar como globos envejecidos, mientras los Jordis, sus hasta hace poco poderosos e influyentes líderes, se marchitan en prisión.
La estafa de los que les prometieron una república triunfante y mundialmente acogida, próspera y dentro de la Unión Europea, llena de empresas, empleos y bancos propios ha sido tan evidente que los independentistas no tardarán en revolverse contra los que les engañaron. Hasta les dijeron que España pagaría sus pensiones, que no habría fronteras y que podrían conservar la doble nacionalidad. Y lo peor es que ellos creyeron todas esas mentiras.
Ahora, cuando miren a los ojos de Puigdemont, Junqueras y Forcadell, las tres estrellas rutilantes de la secesión, sólo verán en ellos miedo al futuro, derrota y carne de celda.
Francisco Rubiales
Ni una sola adhesión, ni un solo apoyo, salvo el del impresentable Maduro, se les han marchado las empresas y con ellas casi un tercio del PIB catalán, muchos de ellos irán a la cárcel y al final tendrán que pagar un alto precio por su derrota, perdiendo conquistas y derechos del pasado. Los españoles, escarmentados, les van a vigilar en adelante. Al final, la del independentismo catalán ha sido una de las revoluciones más estúpidas del planeta.
Prometieron el paraíso y hoy, cuando acudan a sus trabajos, se darán de frente con su derrota. Ya no tienen gobierno propio, ni controlan el Parlamento, ni los mossos, ni la educación, ni esos fondos públicos que les servían para subvencionar el independentismo y el odio. Poco a poco, cuando la resaca se les pase, se encontrarán con que Cataluña ya no es de ellos. Hasta han despertado a esa mayoría de catalanes que se sienten españoles y que ahora se lanzan a las calles con banderas, a los que hasta hace poco tenían asustados y encerrados en sus hogares.
En realidad han metido la pata hasta el fondo y han enterrado el independentismo por un par de generaciones.
La realidad les va a golpear con dureza cuando vean que el dinero fácil ya no les llega desde el gobierno. Las fanatizadas ANC y Omnium Cultural se van a desinflar como globos envejecidos, mientras los Jordis, sus hasta hace poco poderosos e influyentes líderes, se marchitan en prisión.
La estafa de los que les prometieron una república triunfante y mundialmente acogida, próspera y dentro de la Unión Europea, llena de empresas, empleos y bancos propios ha sido tan evidente que los independentistas no tardarán en revolverse contra los que les engañaron. Hasta les dijeron que España pagaría sus pensiones, que no habría fronteras y que podrían conservar la doble nacionalidad. Y lo peor es que ellos creyeron todas esas mentiras.
Ahora, cuando miren a los ojos de Puigdemont, Junqueras y Forcadell, las tres estrellas rutilantes de la secesión, sólo verán en ellos miedo al futuro, derrota y carne de celda.
Francisco Rubiales
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