Sólo la más profunda incapacidad de los que mandan puede explicar el drama de España, un país donde los ciudadanos y sus políticos están divorciados, donde existe una profunda sensación de padecer injusticia, abuso y mal gobierno, en el que la corrupción impregna los palacios del poder, la unidad está en peligro y en el que los valores y la decencia padecen un terrible déficit.
Los diarios de Azaña alumbran como clave principal del fracaso de la II República la escasez de hombres capaces, un drama mundial pero que en España se acrecienta y se multiplica porque el poder se llena fácilmente de mediocres, demagogos ambiciosos e ineptos. Manuel Azaña, el político que mejor encarnó aquel régimen fracasado, al que muchos imbéciles del presente quieren presentar como modélico, se siente tan frustrado de su experiencia en el poder que atribuye al conjunto de los españoles una inteligencia escasa, o una aptitud limitada para utilizar el cerebro.
Pero la clave del fracaso de España no está en una sociedad sin valores, sino en los partidos políticos, que se han convertido en escuelas donde los mediocres, los ambiciosos, los ineptos y, demasiadas veces, también los corruptos y los canallas, son promocionados hasta que alcanzar las máximas responsabilidades políticas.
Si uno lee hoy los textos de Azaña, se da cuenta, con dolor, que aquellos españoles que perdieron la guerra por insolidarios, irresponsables, corruptos y casi dementes se parecen mucho a los dirigentes políticos del presente, no sólo a los de la izquierda, sino también a los socialdemócratas de salón que se han apoderado de las riendas de la teórica derecha y mandan en el PP.
Un país que ocupa puestos de cabecera en casi todos los vicios y dramas del planeta, como España, sólo puede ser un país gobernado por una mezcla letal de mediocres, ineptos y corruptos. España destaca, gracias a su liderazgo político, en corrupción, codicia de los gobernantes, impuestos abusivos, fracaso escolar, baja calidad de la enseñanza, ausencia de valores en la sociedad, desempleo, avance de la pobreza, tráfico y consumo de drogas, trata de blancas, prostitución, blanqueo de dinero, desprestigio de la política, alcoholismo, falta de ilusiones colectivas, privilegios para los poderosos, deterioro de la democracia, injusticia generalizada, desigualdad y un largo y tristísimo etcétera que sólo se explica si se considera que son los peores y no los mejores los que tienen en sus manos el timón de la nación.
Francisco Rubiales
Los diarios de Azaña alumbran como clave principal del fracaso de la II República la escasez de hombres capaces, un drama mundial pero que en España se acrecienta y se multiplica porque el poder se llena fácilmente de mediocres, demagogos ambiciosos e ineptos. Manuel Azaña, el político que mejor encarnó aquel régimen fracasado, al que muchos imbéciles del presente quieren presentar como modélico, se siente tan frustrado de su experiencia en el poder que atribuye al conjunto de los españoles una inteligencia escasa, o una aptitud limitada para utilizar el cerebro.
Pero la clave del fracaso de España no está en una sociedad sin valores, sino en los partidos políticos, que se han convertido en escuelas donde los mediocres, los ambiciosos, los ineptos y, demasiadas veces, también los corruptos y los canallas, son promocionados hasta que alcanzar las máximas responsabilidades políticas.
Si uno lee hoy los textos de Azaña, se da cuenta, con dolor, que aquellos españoles que perdieron la guerra por insolidarios, irresponsables, corruptos y casi dementes se parecen mucho a los dirigentes políticos del presente, no sólo a los de la izquierda, sino también a los socialdemócratas de salón que se han apoderado de las riendas de la teórica derecha y mandan en el PP.
Un país que ocupa puestos de cabecera en casi todos los vicios y dramas del planeta, como España, sólo puede ser un país gobernado por una mezcla letal de mediocres, ineptos y corruptos. España destaca, gracias a su liderazgo político, en corrupción, codicia de los gobernantes, impuestos abusivos, fracaso escolar, baja calidad de la enseñanza, ausencia de valores en la sociedad, desempleo, avance de la pobreza, tráfico y consumo de drogas, trata de blancas, prostitución, blanqueo de dinero, desprestigio de la política, alcoholismo, falta de ilusiones colectivas, privilegios para los poderosos, deterioro de la democracia, injusticia generalizada, desigualdad y un largo y tristísimo etcétera que sólo se explica si se considera que son los peores y no los mejores los que tienen en sus manos el timón de la nación.
Francisco Rubiales
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