Algunos analistas y observadores creen que la boda de su hija Ana con Alejandro Agag, celebrada en el Escorial, en septiembre de 2002, como un festín opulento, propio de sátrapas, cargado de arrogancia y lujo, terminó por costarle la presidencia. No es posible saber si esa conclusión es cierta, pero, contemplada desde la distancia y la frialdad del tiempo transcurrido, aquella ceremonia parece hoy una especia de añejo y caduco Baile de los Vampiros, muchos de cuyos personajes están hoy desprestigiados, bajo sospecha de corrupción, investigados, implicados en causas judiciales o condenados por los tribunales.
Aquella ceremonia, a la que acudieron líderes internacionales como Tony Blair, Berlusconi y Durao Barroso, concentró también a muchos sospechosos y tipejos con fama de corruptos o gansters, entre ellos Bárcenas, Sepúlveda, Correa, el Bigotes, Puerta, Blesa, Rato y otros muchos a los que tarde o temprano seguro que les llegará la temida citación judicial.
La distancia permite analizar aquella boda con estremecimiento e inquietud, como símbolo elocuente y preocupante del profundo deterioro político y ético sufrido por España. Sus invitados y el cortejo adquieren hoy un inquietante tinte que recuerda un aquelarre o un cónclave plagado de maleantes y gente peligrosa.
El caso Gürtell ha revelado que el empresario Correa, el favorito del PP, condenado por el caso Gürtell y receptor de demasiados contratos del partido concedidos a dedo, regaló a la niña Aznar-Botella la iluminación de la boda, valorada en 32.000 euros.
Aquella boda fue un cónclave hortera de millonarios y una densa concentración de poder y privilegios. Muchos de los presentes eran multimillonarios y otros recibían varios sueldos, dietas, pagos en especies, sobres, tarjetas, chóferes y privilegios por un tubo, todo un escándalo en un país donde hay varios millones de familias que no reciben dinero alguno y donde la cola de los parados es ya de seis millones de desgraciados. Aquel lujo deslumbrante chirría y escandaliza hoy, cuando, por culpa de políticos como los que allí se divertían, millones de españoles pasan hambre y otros muchos mas tiemblan de miedo ante el futuro.
La boda de Ana Aznar, celebrada en un marco de reyes y con una exhibición de poder y de dinero fuera de lugar, pasará a la Historia como el símbolo mas elocuente de aquella España del ladrillo, del poder sin control de los políticos y la corrupción, donde el dinero corría como un ría, aunque casi todo se quedaba en los ámbitos del poder y de sus amigos, todos de escasa ética.
Aquella ceremonia, a la que acudieron líderes internacionales como Tony Blair, Berlusconi y Durao Barroso, concentró también a muchos sospechosos y tipejos con fama de corruptos o gansters, entre ellos Bárcenas, Sepúlveda, Correa, el Bigotes, Puerta, Blesa, Rato y otros muchos a los que tarde o temprano seguro que les llegará la temida citación judicial.
La distancia permite analizar aquella boda con estremecimiento e inquietud, como símbolo elocuente y preocupante del profundo deterioro político y ético sufrido por España. Sus invitados y el cortejo adquieren hoy un inquietante tinte que recuerda un aquelarre o un cónclave plagado de maleantes y gente peligrosa.
El caso Gürtell ha revelado que el empresario Correa, el favorito del PP, condenado por el caso Gürtell y receptor de demasiados contratos del partido concedidos a dedo, regaló a la niña Aznar-Botella la iluminación de la boda, valorada en 32.000 euros.
Aquella boda fue un cónclave hortera de millonarios y una densa concentración de poder y privilegios. Muchos de los presentes eran multimillonarios y otros recibían varios sueldos, dietas, pagos en especies, sobres, tarjetas, chóferes y privilegios por un tubo, todo un escándalo en un país donde hay varios millones de familias que no reciben dinero alguno y donde la cola de los parados es ya de seis millones de desgraciados. Aquel lujo deslumbrante chirría y escandaliza hoy, cuando, por culpa de políticos como los que allí se divertían, millones de españoles pasan hambre y otros muchos mas tiemblan de miedo ante el futuro.
La boda de Ana Aznar, celebrada en un marco de reyes y con una exhibición de poder y de dinero fuera de lugar, pasará a la Historia como el símbolo mas elocuente de aquella España del ladrillo, del poder sin control de los políticos y la corrupción, donde el dinero corría como un ría, aunque casi todo se quedaba en los ámbitos del poder y de sus amigos, todos de escasa ética.
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