Cuando el fanático Puigdemont o el taimado Artur Mas afirman que el voto es la esencia de la democracia y reclaman para los catalanes el derecho a votar como si ese recurso fuera la panacea, entran en colisión con la inmensa mayoría de los filósofos y pensadores políticos, que señalan el voto como un recurso extremo y cargado de negatividad, al que sólo debe recurrirse cuando fracasan todos los demás, sobre todo el diálogo, el debate, el discernimiento y el consenso.
El alma verdadera de la democracia es el acuerdo, nunca la votación. El acuerdo mantiene a los ciudadanos unidos en torno a objetivos y metas comunes, mientras que el voto siempre genera dos bandos enfrentados, uno que triunfa y otro que pierde y acumula rencor y resentimiento.
La mejor definición de la democracia quizás sea aquella que manejan los ingleses: "Un sistema que permite el acuerdo en el desacuerdo". Esa definición incluye como palabra clave "acuerdo", no "voto".
La historia demuestra que el voto frustra y divide a los pueblos enfrentados, como también demuestra que el camino correcto para solucionar los problemas es el diálogo, el debate, el discernimiento y, finalmente, el acuerdo o consenso. En ese camino, contrariamente con lo que ocurre cuando se vota, no hay vencedores ni vencidos, sino unión y objetivos comunes, que es lo que fortalece a las naciones y pueblos.
Cuando uno traslada estas estas teorías al tema catalán, se descubre que los caminos que se han elegido han sido siempre los más erróneos y peligrosos, lo que demuestra la baja calidad moral y política de la mal llamada "democracia española", un sistema que carece de todos los grandes valores y recursos de la verdadera democracia.
En Cataluña siempre se ha ocultado la verdad al pueblo y se le ha robado el derecho al diálogo y al consenso. Los políticos han recurrido siempre al enfrentamiento y han alimentado la hoguera del odio. Unos, los independentistas, son culpables de recurrir siempre a lo que separa, mientras que los españoles han antepuesto siempre sus propios intereses de poder al bien común, practicando la cobardía y la bajeza moral al permitir, a cambio de votos, que los extremistas llenen la sociedad de odio, roben, separen, mientan , marginen a los amigos de España y carguen peligrosamente la escopeta del enfrentamiento, en lugar de haber promovido, como era su deber, la unidad y la concordia, el diálogo, el debate y el consenso.
La única gran verdad que emerge del actual drama catalán es que, una vez más, como muchas veces ocurrió a lo largo y ancho de la Historia de España, los políticos no dieron la talla y fueron los que, con su miseria y maldad, envenenaron a los pueblos, los enfrentaron y apostaron por lo peor, generando enfrentamiento, división y hasta peligro real de violencia y sangre.
Francisco Rubiales
El alma verdadera de la democracia es el acuerdo, nunca la votación. El acuerdo mantiene a los ciudadanos unidos en torno a objetivos y metas comunes, mientras que el voto siempre genera dos bandos enfrentados, uno que triunfa y otro que pierde y acumula rencor y resentimiento.
La mejor definición de la democracia quizás sea aquella que manejan los ingleses: "Un sistema que permite el acuerdo en el desacuerdo". Esa definición incluye como palabra clave "acuerdo", no "voto".
La historia demuestra que el voto frustra y divide a los pueblos enfrentados, como también demuestra que el camino correcto para solucionar los problemas es el diálogo, el debate, el discernimiento y, finalmente, el acuerdo o consenso. En ese camino, contrariamente con lo que ocurre cuando se vota, no hay vencedores ni vencidos, sino unión y objetivos comunes, que es lo que fortalece a las naciones y pueblos.
Cuando uno traslada estas estas teorías al tema catalán, se descubre que los caminos que se han elegido han sido siempre los más erróneos y peligrosos, lo que demuestra la baja calidad moral y política de la mal llamada "democracia española", un sistema que carece de todos los grandes valores y recursos de la verdadera democracia.
En Cataluña siempre se ha ocultado la verdad al pueblo y se le ha robado el derecho al diálogo y al consenso. Los políticos han recurrido siempre al enfrentamiento y han alimentado la hoguera del odio. Unos, los independentistas, son culpables de recurrir siempre a lo que separa, mientras que los españoles han antepuesto siempre sus propios intereses de poder al bien común, practicando la cobardía y la bajeza moral al permitir, a cambio de votos, que los extremistas llenen la sociedad de odio, roben, separen, mientan , marginen a los amigos de España y carguen peligrosamente la escopeta del enfrentamiento, en lugar de haber promovido, como era su deber, la unidad y la concordia, el diálogo, el debate y el consenso.
La única gran verdad que emerge del actual drama catalán es que, una vez más, como muchas veces ocurrió a lo largo y ancho de la Historia de España, los políticos no dieron la talla y fueron los que, con su miseria y maldad, envenenaron a los pueblos, los enfrentaron y apostaron por lo peor, generando enfrentamiento, división y hasta peligro real de violencia y sangre.
Francisco Rubiales
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