El Evangelista cuenta la llegada: "Unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén" (Mt 2, 1-12). Los magos, palabra de origen pérsico, no son reyes. Esta creencia surgió posteriormente bajo la influencia de algunos pasajes bíblicos (Sal 72,10; Is 49,7; 60,10: “Vendrán reyes y honrarán a Yahveh). Así pues, en el siglo V se concretó su número sobre la base de los dones ofrecidos. Y, luego, en el siglo octavo, reciben los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Tampoco eran lo que hoy conocemos como sabios, sino hombres con conocimientos de astrología. Hoy los llamaríamos astrólogos. Los Magos son figuras teológicas y funcionales, que vienen a ratificar la dignidad única del protagonista del Evangelio. Los regalos que ofrecen realizan el homenaje de todos los pueblos al Mesías; en interpretación mística, los dones mismos significaban misterios divinos. El oro reconocía el poder regio de Cristo; el incienso, su sumo sacerdocio, y la mirra, su pasión y sepultura. Son las primicias de la gentilidad, de los que han de venir de Oriente y Occidente, para sentarse en la mesa del Reino (Mt 8,11s).
El episodio de los Magos tiene todas las características de una leyenda, naturalmente con un fundamento sólido que le proporciona consistencia.
Esta narración de los magos, es un texto midráshico, que trata de expresar la historia de la salvación a partir de unos ejemplos típicos. Balaam, que "venía de los montes de oriente" había predicho a Judá una estrella (Nm 24,17). Esta profecía del tiempo de David, sobre la estrella se convirtió en un referente mesiánico. Un pagano había predicho a los paganos una luz y un Señor que había de aparecer en Israel. Así, los textos relativos al Siervo de Yahvé lo definen como luz de las gentes (Is 42,6-7; 49, 6.9.12). Mateo toma el relato de la estrella y, en relación a la resurrección, ve en él el cumplimiento de la predicción de Balaam. Se requiere la disponibilidad de la fe y atención a los signos de los tiempos. Mientras los paganos "adoran al Niño", los representantes del pueblo intentan matarlo. Desde el principio, Jesús ha sido piedra de escándalo.
Entre los pueblos estudiosos de la ciencia astrológica, como ocurría en todo el entorno de Palestina, existía la firme convicción de que todo niño nace bajo una coyuntura astral; de ahí que, cada hombre tiene su propia estrella; y la conjunción de las estrellas anuncia un cambio en la historia humana; la regularidad en la marcha de las estrellas garantizaba la normalidad en la marcha del mundo. Por tanto, un acontecimiento importante tenía que ser señalado en la marcha de las estrellas. Ahora bien, siendo el nacimiento de Jesús el acontecimiento más importante de este mundo, necesariamente debía ser anunciado por señales de los astros. Es ahí, en este punto, en el que se enlazan la leyenda y la teología.
La base histórica del relato, supuesta aquella mentalidad, se halla en que el año siete antes de Cristo tuvo lugar, según los cálculos astronómicos, la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación Piscis. El planeta Júpiter era considerado universalmente en el mundo antiguo como el astro del Soberano del universo. Para los astrólogos babilonios, Saturno era el astro de Siria y la astrología helenista lo designa como el astro de los judíos. Finalmente, la constelación Piscis estaba relacionada con el fin de los tiempos. Es lógico, ante la conjunción de Júpiter y Saturno, que se pensase en el nacimiento, en Judea, del Soberano del fin de los tiempos.
En la narración, elemento relevante es la estrella que guió a los sabios a Belén. Se han ofrecido explicaciones relacionadas con la naturaleza de la estrella; los judíos, especulaban acerca de cuál sería el astro bajo el cual nacería el Mesías. Algunos han identificado el fenómeno con esa notable conjunción de planetas registrada en esa época o incluso con el cometa Halley. En efecto, la estrella es un elemento indispensable en la narración de San Mateo; pero la tradición cristiana la interpreta no como un fenómeno natural, sino como un símbolo de fe. Los pueblos orientales esperaban el advenimiento de la "edad de oro", de un periodo de paz y prosperidad universal bajo el señorío de un rey prodigioso. En Babilonia, donde corría alguna noticia de las profecías mesiánicas, sobre todo, a partir del destierro de Israel, se decía que este rey universal nacería en Occidente.
Puede suponerse en Babilonia el origen de los Magos, hombres apasionados por el estudio de la astrología y pertenecientes a una casta sacerdotal, posiblemente la citada por Daniel, al hablar de los "caldeos" (Dn 2,4ss).
C. Mudarra
El episodio de los Magos tiene todas las características de una leyenda, naturalmente con un fundamento sólido que le proporciona consistencia.
Esta narración de los magos, es un texto midráshico, que trata de expresar la historia de la salvación a partir de unos ejemplos típicos. Balaam, que "venía de los montes de oriente" había predicho a Judá una estrella (Nm 24,17). Esta profecía del tiempo de David, sobre la estrella se convirtió en un referente mesiánico. Un pagano había predicho a los paganos una luz y un Señor que había de aparecer en Israel. Así, los textos relativos al Siervo de Yahvé lo definen como luz de las gentes (Is 42,6-7; 49, 6.9.12). Mateo toma el relato de la estrella y, en relación a la resurrección, ve en él el cumplimiento de la predicción de Balaam. Se requiere la disponibilidad de la fe y atención a los signos de los tiempos. Mientras los paganos "adoran al Niño", los representantes del pueblo intentan matarlo. Desde el principio, Jesús ha sido piedra de escándalo.
Entre los pueblos estudiosos de la ciencia astrológica, como ocurría en todo el entorno de Palestina, existía la firme convicción de que todo niño nace bajo una coyuntura astral; de ahí que, cada hombre tiene su propia estrella; y la conjunción de las estrellas anuncia un cambio en la historia humana; la regularidad en la marcha de las estrellas garantizaba la normalidad en la marcha del mundo. Por tanto, un acontecimiento importante tenía que ser señalado en la marcha de las estrellas. Ahora bien, siendo el nacimiento de Jesús el acontecimiento más importante de este mundo, necesariamente debía ser anunciado por señales de los astros. Es ahí, en este punto, en el que se enlazan la leyenda y la teología.
La base histórica del relato, supuesta aquella mentalidad, se halla en que el año siete antes de Cristo tuvo lugar, según los cálculos astronómicos, la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación Piscis. El planeta Júpiter era considerado universalmente en el mundo antiguo como el astro del Soberano del universo. Para los astrólogos babilonios, Saturno era el astro de Siria y la astrología helenista lo designa como el astro de los judíos. Finalmente, la constelación Piscis estaba relacionada con el fin de los tiempos. Es lógico, ante la conjunción de Júpiter y Saturno, que se pensase en el nacimiento, en Judea, del Soberano del fin de los tiempos.
En la narración, elemento relevante es la estrella que guió a los sabios a Belén. Se han ofrecido explicaciones relacionadas con la naturaleza de la estrella; los judíos, especulaban acerca de cuál sería el astro bajo el cual nacería el Mesías. Algunos han identificado el fenómeno con esa notable conjunción de planetas registrada en esa época o incluso con el cometa Halley. En efecto, la estrella es un elemento indispensable en la narración de San Mateo; pero la tradición cristiana la interpreta no como un fenómeno natural, sino como un símbolo de fe. Los pueblos orientales esperaban el advenimiento de la "edad de oro", de un periodo de paz y prosperidad universal bajo el señorío de un rey prodigioso. En Babilonia, donde corría alguna noticia de las profecías mesiánicas, sobre todo, a partir del destierro de Israel, se decía que este rey universal nacería en Occidente.
Puede suponerse en Babilonia el origen de los Magos, hombres apasionados por el estudio de la astrología y pertenecientes a una casta sacerdotal, posiblemente la citada por Daniel, al hablar de los "caldeos" (Dn 2,4ss).
C. Mudarra
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