¡Era muy necesario que el Rey fuera allí, a aquella lejanía y a cazar elefantes! ¿Qué falta hacía irse de elefantes ahora, sin necesidad alguna? Y hete aquí, que en lugar de elefantes se trae, el día 14 de Abril, conmemoración del inicio de la II República, -tiene guasa la coincidencia- una tremenda caída, que le destroza la cadera, tras la racha de roturas y percances que guarda ya en su morral. Noticia que viene casi a coincidir con el otro accidente del nieto Froilán en otra caza, aquí más cerca. Esta familia no sale de una, cuando ya tiene otra. Desde luego con los yernos no ha tenido suerte.
Este lamentable viaje ha levantado gran polvareda, la mayor parte injustificada, pues hay aquí mucha izquierda “desunida” y obsesiva, acompañada de cierta derecha regresiva y republicana, que vapulean la Monarquía llueva o haga sol; sacar entusiasmos republicanos de este incidente es un ejercicio peligroso en este país cainita. Si al Rey lo invitan, va de invitado, no paga un duro, sólo es para la gran empresa que lo invita una operación de marketing, pues su presencia y nombre atrae nuevos adinerados clientes a una caza totalmente selectiva y escogida de animales viejos, enfermos y desechados. Aquí, ya se sabe, lo grande no es crecer, sino envidiar y destruir lo digno y estable que tenemos. Son mezquinas las críticas lanzadas, unas comedidas y otras agrias y rayanas en el exabrupto; realmente no tiene mucha trascendencia que vaya de caza, más aún cuando iba invitado y cuando es lo único digno que nos queda para no ser un país de tercera.Don Juan Carlos ha rendido grandes servicios a la nación; el balance de la Monarquía es el más positivo de todas las instituciones españolas. La Corona y la expectativa, que el Príncipe ofrece, permiten concebir un futuro mucho más luminoso que la institución fracasada y revanchista que propugnan las izquierdas en su añoranza republicana con la fiel colaboración de cierta derecha papanata. Es una ingenuidad creer que la Presidencia de la República va a representar a toda la ciudadanía y además siempre resultará mucho más costosa que nuestra Casa Real, la más barata de Europa, por el enorme coste de la elección periódica. El Rey es nuestro mejor valimiento y el activo más seguro y crediticio que debemos resguardar por la paz y bienestar de los españoles; ha proporcionado con su trabajo y capacidad dentro y fuera de las fronteras muchos beneficios por sus magníficas relaciones mundiales, algo que no pueden aportar nuestros políticos de labor coyuntural, que dicen defender al ciudadano y sólo generan gasto, pobreza y endeudamiento. Es cierto que su viaje puede haber sido un error desafortunado, tal vez, una salida inoportuna, en estos tiempos de dura crisis, en que los españoles y su Gobierno se debaten en dramáticos problemas de paro y penurias y familias enteras viven al borde de la pobreza, que resisten a duras penas gracias a la ayuda de Cáritas y otras instituciones, y cuando, aún no muy recuperado de sus dolencias, marchaba a una cacería en tierras remotas, que ha causado enorme sorpresa a la ciudadanía por la sensación de insensibilidad, que ello suponía.
El Rey no tenía que haberse disculpado de nada, son otros los que debieran haberlo hecho por sus palabras y escritos de estos días, y todos aquellos que erraron con denuedo por su impericia, negligencia, corrupción o infamia sin mostrar un mínimo propósito de enmienda, pero una vez que lo la hecho no cabe más que alabarle el gesto, aunque hay quien está al acecho de dañar la Institución. Ayer, el Rey se ganó el favor de los españoles y zanjó la cuestión. Su humildad y dignidad sitúan la Corona en el alto aprecio social, que merecen sus servicios a España. Desnudarse en público para ganarse el perdón es una soberbia revelación de gran sensibilidad y grandeza de alma.
C. Mudarra
Este lamentable viaje ha levantado gran polvareda, la mayor parte injustificada, pues hay aquí mucha izquierda “desunida” y obsesiva, acompañada de cierta derecha regresiva y republicana, que vapulean la Monarquía llueva o haga sol; sacar entusiasmos republicanos de este incidente es un ejercicio peligroso en este país cainita. Si al Rey lo invitan, va de invitado, no paga un duro, sólo es para la gran empresa que lo invita una operación de marketing, pues su presencia y nombre atrae nuevos adinerados clientes a una caza totalmente selectiva y escogida de animales viejos, enfermos y desechados. Aquí, ya se sabe, lo grande no es crecer, sino envidiar y destruir lo digno y estable que tenemos. Son mezquinas las críticas lanzadas, unas comedidas y otras agrias y rayanas en el exabrupto; realmente no tiene mucha trascendencia que vaya de caza, más aún cuando iba invitado y cuando es lo único digno que nos queda para no ser un país de tercera.Don Juan Carlos ha rendido grandes servicios a la nación; el balance de la Monarquía es el más positivo de todas las instituciones españolas. La Corona y la expectativa, que el Príncipe ofrece, permiten concebir un futuro mucho más luminoso que la institución fracasada y revanchista que propugnan las izquierdas en su añoranza republicana con la fiel colaboración de cierta derecha papanata. Es una ingenuidad creer que la Presidencia de la República va a representar a toda la ciudadanía y además siempre resultará mucho más costosa que nuestra Casa Real, la más barata de Europa, por el enorme coste de la elección periódica. El Rey es nuestro mejor valimiento y el activo más seguro y crediticio que debemos resguardar por la paz y bienestar de los españoles; ha proporcionado con su trabajo y capacidad dentro y fuera de las fronteras muchos beneficios por sus magníficas relaciones mundiales, algo que no pueden aportar nuestros políticos de labor coyuntural, que dicen defender al ciudadano y sólo generan gasto, pobreza y endeudamiento. Es cierto que su viaje puede haber sido un error desafortunado, tal vez, una salida inoportuna, en estos tiempos de dura crisis, en que los españoles y su Gobierno se debaten en dramáticos problemas de paro y penurias y familias enteras viven al borde de la pobreza, que resisten a duras penas gracias a la ayuda de Cáritas y otras instituciones, y cuando, aún no muy recuperado de sus dolencias, marchaba a una cacería en tierras remotas, que ha causado enorme sorpresa a la ciudadanía por la sensación de insensibilidad, que ello suponía.
El Rey no tenía que haberse disculpado de nada, son otros los que debieran haberlo hecho por sus palabras y escritos de estos días, y todos aquellos que erraron con denuedo por su impericia, negligencia, corrupción o infamia sin mostrar un mínimo propósito de enmienda, pero una vez que lo la hecho no cabe más que alabarle el gesto, aunque hay quien está al acecho de dañar la Institución. Ayer, el Rey se ganó el favor de los españoles y zanjó la cuestión. Su humildad y dignidad sitúan la Corona en el alto aprecio social, que merecen sus servicios a España. Desnudarse en público para ganarse el perdón es una soberbia revelación de gran sensibilidad y grandeza de alma.
C. Mudarra
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