En la última España, la de finales del siglo XX y principios del siglo XXI, estamos viviendo una situación muy similar a la que vivieron los franceses al finalizar el siglo XVIII (1789). El pueblo francés estaba tan descontento con el sistema del Antiguo Régimen, que abolieron la monarquía absoluta y proclamaron la República. Las causas fueron los abusos de una clase alta cada vez más rica, y una clase baja cada vez más indigente. Por otro lado, la deuda del Estado era exacerbada por la falta de libertad, la extrema desigualdad social y los altos impuestos, produciendo una gran crisis económica para ayudar a la independencia de los Estados Unidos de América.
En esta situación, estalló la Revolución, con el lema de “Liberté, Égalité, Fraternité”. Su expresión caló en el mundo como una espada de triple filo. Sin embargo, su llamarada no se ha apagado, todavía tiene una actualidad que otros lemas políticos o sociales no han podido desbancar. Es más, la misma Iglesia Católica no ha tenido escrúpulos para acoger las ideas del lema, para reconocer los derechos humanos y tratar de construir un mundo mejor. Uno de los documentos más modernos y reformadores de la Iglesia del Concilio Vaticano II, fue la Gaudium et Spes, donde afloran y se acogen términos parecidos al de los franceses revolucionarios.
La Libertad, en primer lugar, con una definición de la Iglesia como “Comunidad en íntima unión con el género humano en la historia y en una buena noticia para el mundo.” Dios ha creado libre a todo el género humano, no a un grupo de personas sólo. y en eso se diferencia de todos los demás seres de la creación. La libertad de ideas, de pensamiento y de expresión son el gran patrimonio y dignidad de la Humanidad. Actualmente, una de las primeras medidas que el papa Francisco ha adoptado ha sido la de aceptar libros suspendidos, como el de la Teología de la Liberación.
La Igualdad, en segundo lugar. La Iglesia anunció la necesidad de luchar contra las desigualdades del mundo cada vez más chirriantes. Los gozos, las esperanzas, las tristezas, las angustias…de los más pobres, lo son también de los discípulos de Cristo y de toda la Iglesia. De ahí nació en el Concilio la expresión “Iglesia de los pobres” y la superación de la ética individualista. Desgraciadamente, las desigualdades no han desaparecido y, en muchos países, han aumentado aún más. El papa Francisco no para de recordarlo y ha suprimido muchos protocolos y vestuarios pomposos, llegando a castigar a un obispo alemán por haberse construido un palacio de 30.000.000 de euros.
La Fraternidad, en tercer lugar, como en una gran familia donde las propiedades deben ser empleadas para el uso y el bien de todo el género humano. Por tanto, los bienes creados deben llegar a todos de manera equitativa, como en una familia donde todos tienen los mismos derechos y los mismos deberes. El Papa lo expresa abrazando a los enfermos, a los pobres y a los niños, como predilectos de la gran familia de la Iglesia, costumbre que ha introducido desde sus primeros contactos con los fieles y los no fieles. Es verdad que se trata de un proyecto a largo plazo, difícil de conseguir en una sola generación. Pero no es menos cierto que, echando la vista atrás, se han logrado objetivos que parecían imposibles de conseguir. Sobran muchas leyes, y he aquí la cuestión: Un mundo más libre, más igual y más fraternal.
JUAN LEIVA
En esta situación, estalló la Revolución, con el lema de “Liberté, Égalité, Fraternité”. Su expresión caló en el mundo como una espada de triple filo. Sin embargo, su llamarada no se ha apagado, todavía tiene una actualidad que otros lemas políticos o sociales no han podido desbancar. Es más, la misma Iglesia Católica no ha tenido escrúpulos para acoger las ideas del lema, para reconocer los derechos humanos y tratar de construir un mundo mejor. Uno de los documentos más modernos y reformadores de la Iglesia del Concilio Vaticano II, fue la Gaudium et Spes, donde afloran y se acogen términos parecidos al de los franceses revolucionarios.
La Libertad, en primer lugar, con una definición de la Iglesia como “Comunidad en íntima unión con el género humano en la historia y en una buena noticia para el mundo.” Dios ha creado libre a todo el género humano, no a un grupo de personas sólo. y en eso se diferencia de todos los demás seres de la creación. La libertad de ideas, de pensamiento y de expresión son el gran patrimonio y dignidad de la Humanidad. Actualmente, una de las primeras medidas que el papa Francisco ha adoptado ha sido la de aceptar libros suspendidos, como el de la Teología de la Liberación.
La Igualdad, en segundo lugar. La Iglesia anunció la necesidad de luchar contra las desigualdades del mundo cada vez más chirriantes. Los gozos, las esperanzas, las tristezas, las angustias…de los más pobres, lo son también de los discípulos de Cristo y de toda la Iglesia. De ahí nació en el Concilio la expresión “Iglesia de los pobres” y la superación de la ética individualista. Desgraciadamente, las desigualdades no han desaparecido y, en muchos países, han aumentado aún más. El papa Francisco no para de recordarlo y ha suprimido muchos protocolos y vestuarios pomposos, llegando a castigar a un obispo alemán por haberse construido un palacio de 30.000.000 de euros.
La Fraternidad, en tercer lugar, como en una gran familia donde las propiedades deben ser empleadas para el uso y el bien de todo el género humano. Por tanto, los bienes creados deben llegar a todos de manera equitativa, como en una familia donde todos tienen los mismos derechos y los mismos deberes. El Papa lo expresa abrazando a los enfermos, a los pobres y a los niños, como predilectos de la gran familia de la Iglesia, costumbre que ha introducido desde sus primeros contactos con los fieles y los no fieles. Es verdad que se trata de un proyecto a largo plazo, difícil de conseguir en una sola generación. Pero no es menos cierto que, echando la vista atrás, se han logrado objetivos que parecían imposibles de conseguir. Sobran muchas leyes, y he aquí la cuestión: Un mundo más libre, más igual y más fraternal.
JUAN LEIVA
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