El otro día leí que un importante bufete de asesoría fiscal había sido imputado por no pagar sus impuestos. La noticia me pareció muy aleccionadora sobre lo que está sucediendo en este país en el que las instituciones y los individuos hacen lo contrario de lo que dicen.
El cura que predica la castidad tiene amantes, el gestor que aboga por la austeridad salarial gana tres millones de euros al año, el político que se presenta como azote de la corrupción acepta sobornos, las entidades de crédito no prestan ni un solo duro, los artistas que critican al poder viven de las subvenciones, los sindicalistas que defienden el valor del trabajo son profesionales del absentismo y la derecha empieza a gobernar como si fuera de izquierdas después de que la izquierda haya gobernado como si fuera de derechas.
Esta confusión de papeles no se produce por casualidad. Es la consecuencia de la profunda desvertebración moral de la sociedad española, en la que llevamos décadas de telebasura, exaltación de la especulación y desprecio al esfuerzo.
Los medios de comunicación nos presentan como modelo los idola tribu de los que hablaba Francis Bacon, que entontecen todavía más a los aturdidos espectadores.
En realidad, todos somos espectadores en una cultura del simulacro donde incluso la verdad es un momento dialéctico de la mentira, como escribía mi admirado Débord. Fingimos que tenemos derechos, que existe la libertad de expresión, que podemos elegir a nuestros gobernantes, que la Justicia es igual para todos, pero todos sabemos que esos enunciados son principios platónicos que se parecen muy poco a lo que podemos observar empíricamente cada día.
No basta enfatizar que todos los ciudadanos tienen derecho al trabajo cuando hay 5,4 millones de parados, que los tribunales son justos cuando se indulta a los banqueros o que los impuestos se pagan equitativamente cuando los grandes patrimonios se refugian en paraísos fiscales. Para cambiar las cosas, habría que empezar por desmontar estas mentiras colectivas que se han asentado en el lenguaje y que se han trasladado a las representaciones colectivas.
No es la crisis la que ha provocado el fariseísmo de la sociedad española sino al revés: el fariseísmo ha provocado la crisis. Nos hemos estado engañando durante tantos años, tantas décadas, que ahora la realidad nos parece inasumible y preferimos seguir instalados en el sueño de que todos volveremos a poder consumir como antes.
Estamos en el momento de una gran encrucijada. Habrá que hacer importantes sacrificios y repartirlos equitativamente si el Gobierno de Rajoy es capaz de asumir este reto. Pero ello servirá de muy poco si la sociedad española no cambia su escala de valores, si no se termina con la impunidad de los poderosos y no paga quien se ha lucrado por arruinarnos a todos. Lo que España necesita es ejemplaridad, empezando por los que nos gobiernan y acabando por el último mono.
PEDRO G. CUARTANGO
El cura que predica la castidad tiene amantes, el gestor que aboga por la austeridad salarial gana tres millones de euros al año, el político que se presenta como azote de la corrupción acepta sobornos, las entidades de crédito no prestan ni un solo duro, los artistas que critican al poder viven de las subvenciones, los sindicalistas que defienden el valor del trabajo son profesionales del absentismo y la derecha empieza a gobernar como si fuera de izquierdas después de que la izquierda haya gobernado como si fuera de derechas.
Esta confusión de papeles no se produce por casualidad. Es la consecuencia de la profunda desvertebración moral de la sociedad española, en la que llevamos décadas de telebasura, exaltación de la especulación y desprecio al esfuerzo.
Los medios de comunicación nos presentan como modelo los idola tribu de los que hablaba Francis Bacon, que entontecen todavía más a los aturdidos espectadores.
En realidad, todos somos espectadores en una cultura del simulacro donde incluso la verdad es un momento dialéctico de la mentira, como escribía mi admirado Débord. Fingimos que tenemos derechos, que existe la libertad de expresión, que podemos elegir a nuestros gobernantes, que la Justicia es igual para todos, pero todos sabemos que esos enunciados son principios platónicos que se parecen muy poco a lo que podemos observar empíricamente cada día.
No basta enfatizar que todos los ciudadanos tienen derecho al trabajo cuando hay 5,4 millones de parados, que los tribunales son justos cuando se indulta a los banqueros o que los impuestos se pagan equitativamente cuando los grandes patrimonios se refugian en paraísos fiscales. Para cambiar las cosas, habría que empezar por desmontar estas mentiras colectivas que se han asentado en el lenguaje y que se han trasladado a las representaciones colectivas.
No es la crisis la que ha provocado el fariseísmo de la sociedad española sino al revés: el fariseísmo ha provocado la crisis. Nos hemos estado engañando durante tantos años, tantas décadas, que ahora la realidad nos parece inasumible y preferimos seguir instalados en el sueño de que todos volveremos a poder consumir como antes.
Estamos en el momento de una gran encrucijada. Habrá que hacer importantes sacrificios y repartirlos equitativamente si el Gobierno de Rajoy es capaz de asumir este reto. Pero ello servirá de muy poco si la sociedad española no cambia su escala de valores, si no se termina con la impunidad de los poderosos y no paga quien se ha lucrado por arruinarnos a todos. Lo que España necesita es ejemplaridad, empezando por los que nos gobiernan y acabando por el último mono.
PEDRO G. CUARTANGO
Comentarios: