La selección española de futbol, con Del Bosque a la cabeza, ha escrito con trazos de honda finura una gesta heroica. La épica ha venido a florecer en el futbol de la modernidad. D. Vicente, ajeno a la vanidad, es un auténtico caballero adornado de humildad y prudencia, que atiende con tesón sus quehaceres y desoye las improvisadas y ligeras críticas que le dedican los sabididillos que pululan por los foros. Este hombre es un verdadero señor revestido de autoridad incuestionable, que ha sabido formar un gran equipo de hombres entregados a su trabajo, cohesionados, ilusionados y atentos a sus técnicas y tácticas, desprovistos de jactancia y ambición, llenos de valores humanos y repletos de humildad, esa virtud que tanto agrada a Dios como a los hombres. “Bienaventurados los mansos y humildes, proclama Jesucristo, porque ellos heredarán la tierra”. La selección española, orgullo de toda una nación, ha sido calificada por su perfección, en prestigiosas publicaciones, de conjunto y fenómeno histórico. Ello se basa en el gran entendimiento y comprensión en el juego de equipo y generosidad en el acierto certero. “Sois unos jugadores magníficos, les dijo el Rey, y como personas, formidables”.
La España triunfadora, vestida y abrazada a su bandera es la metáfora de la España que queremos y soñamos en estos tiempos de ruina, imagen indeseada que quisiéramos desechar, cuando más lejanos nos sentimos de su histórica grandeza. Esta ejemplar conjunción que trabaja por la excelencia de España es la que desearíamos en el ser y actuar de nuestros políticos. Esta satisfacción desbordada por la ilusión galopante es la que ansía nuestra ciudadanía maltrecha, atemorizada, cansada, desencantada y airada; desea sentir emoción y conmoción en un apasionamiento colectivo apiñada bajo el éxito y la devoción de su bandera, no de unos días, sino de siempre y de todos sin vergüenzas ni descalificaciones, incrustada en el sentimiento de identidad y pertenencia duradero, que se forja y acoraza en estos tiempos de zozobra y revés, mediante el compromiso, el esfuerzo y y la probidad del conglomerado social. La victoriosa e invencible selección ha venido a ser el símbolo aspirado de una nación deteriorada, venida a menos, que busca hallar sus valores detraídos. El pueblo español necesita ese componente identitario que socialice sus sentimientos; precisa la autoestima y desasirse de las “autonosuyas”, que lo esquilman; reclama el rayo de esperanza del éxito. Exige un trabajo sólido, la estrategia de la honradez y el esfuerzo sostenido.
En definitiva, quiere ver y sentir el estilo del buen hacer, para salir de la miseria y entrar en el crecimiento que lo saque de la pobreza y del desempleo. El País necesita un aura de fiabilidad y una impronta reconocible en el mundo de prestigio y seguridad. Aspira a enarbolar la reputación de un pueblo con virtudes y grandezas de esas que lo identifican y embellecen.
C. Mudarra
La España triunfadora, vestida y abrazada a su bandera es la metáfora de la España que queremos y soñamos en estos tiempos de ruina, imagen indeseada que quisiéramos desechar, cuando más lejanos nos sentimos de su histórica grandeza. Esta ejemplar conjunción que trabaja por la excelencia de España es la que desearíamos en el ser y actuar de nuestros políticos. Esta satisfacción desbordada por la ilusión galopante es la que ansía nuestra ciudadanía maltrecha, atemorizada, cansada, desencantada y airada; desea sentir emoción y conmoción en un apasionamiento colectivo apiñada bajo el éxito y la devoción de su bandera, no de unos días, sino de siempre y de todos sin vergüenzas ni descalificaciones, incrustada en el sentimiento de identidad y pertenencia duradero, que se forja y acoraza en estos tiempos de zozobra y revés, mediante el compromiso, el esfuerzo y y la probidad del conglomerado social. La victoriosa e invencible selección ha venido a ser el símbolo aspirado de una nación deteriorada, venida a menos, que busca hallar sus valores detraídos. El pueblo español necesita ese componente identitario que socialice sus sentimientos; precisa la autoestima y desasirse de las “autonosuyas”, que lo esquilman; reclama el rayo de esperanza del éxito. Exige un trabajo sólido, la estrategia de la honradez y el esfuerzo sostenido.
En definitiva, quiere ver y sentir el estilo del buen hacer, para salir de la miseria y entrar en el crecimiento que lo saque de la pobreza y del desempleo. El País necesita un aura de fiabilidad y una impronta reconocible en el mundo de prestigio y seguridad. Aspira a enarbolar la reputación de un pueblo con virtudes y grandezas de esas que lo identifican y embellecen.
C. Mudarra