El manifiesto sobre la regeneración política por un centenar de intelectuales propugna la tesis de que la salida de la crisis requiere, además de medidas económicas, una “reforma institucional”, que permita la revitalización democrática; por ello, pretenden una nueva ley de partidos que plantee democratizar su funcionamiento, pues, a diario vemos las cúpulas de los partidos ayunas de democracia interna; es una iniciativa sensata por sus impulsores, ideas y temática. España está clamando a voces tal regeneración, nadie lo puede dudar ya, ni rechazar que las instituciones necesitan un profundo saneamiento y si alguien hubiere, estará entre esos mismos que han llevado nuestro sistema democrático a esta lamentable penuria. Hemos tocado fondo en el desprestigio de una casta política, que no se entera, porque vive en lo suyo, de espaldas a lo nuestro; está absorta en la poltrona, olvidada dramáticamente del “bien común”, mientras le llueven, junto a sus gobernantes y adláteres, desprecios y repulsa, porque no conocen el servicio, pero sí el dinero. Habrá de reconciliarse con la sociedad.
Los partidos políticos, y, con ellos, los sindicatos, han llegado a ser bases de gigantescas ganancias y, entre tanto, los asuntos concernientes a los ciudadanos y a los trabajadores languidecen relegados por las ventajas partidistas o sindicales; el gasto descomunal, el derroche y el trinque aumentan el flujo millonario de la mediocre casta; la inepcia de la gran mayoría de los políticos los conduce a hacer de la política una forma de vida, ingeniándoselas en instalarse para toda su vida; en España, salvo excepciones, se dedican a la política las gentes de menor relevancia, casi sin estudios, casi siempre sin experiencia, pero con hambruna y ambición excesivas; la incultura general los “adorna” y satisface, tasamente saben hablar, se expresan con gran dificultad y torpeza, eso sí, cuanta más mediocridad, mayor agresividad se gastan en el ejercicio del poder; se creen superiores, desdeñan a los ciudadanos, se proveen de sueldecetes seguros, retribuciones enmascaradas, vida cómoda, viajes gratis, banquetes permanentes, mamandurrias sabrosonas y otras muchas sacaliñas y gaitas y crecen a destajo en los páramos de las cuadruplicadas administraciones, en empresas públicas, asesorías, fundaciones y demás instituidas entelequias de camelancia.
A su vez, se palpa en todos los foros el descomunal descontento y hartazgo de los españoles, que han llegado a una situación límite en su angustia, a causa de ese colosal despilfarro y endeudamiento, que nos ha llevado a la intervención de hecho y a la recesión. La corrupción, que va pareja a la mediocridad, campea por la clase política; y esos mismos aires corren por Italia y Francia; los casos de corrupción se propagan e incrementan en estos tiempos de modo atroz; el trinque y el rebañe pulula por todos los ámbitos, la podredumbre descarga su hedor en todas las esquinas; el poder, acogiendo y encamando la corrupción, es la virulencia que infecta los distintos organismos cada día con nuevas fechorías de esos listillos; es realmente repugnante.
Hay quien propone que se exijan unas mínimas condiciones a la casta política, como se requieren para ejercer cualquier otra función, cosa que no parece fácil, porque colisiona con muchos intereses y con la libertad de la democracia pluralista, tal vez puedan los ciudadanos hacer de criba imponiendo el voto mediante listas abiertas, pues, en las cerradas, no se demanda en los partidos preparación ni capacidades, sino sumisión y lealtad al jefe, esa fea cuestión es la causa del desprestigio y desdeño de esta clase política. El Príncipe Felipe ha dicho que "España se merece todo lo bueno que está por llegar", a ver si eso indica su voluntad de impulsar el cambio necesario y la regeneración o quizás sea una oración a la Divinidad que lo provea, porque la realidad es que España no se merece todo este infortunio que la atenaza con tanta dureza, ni la plaga de unos dirigentes que sólo se preocupan de su bienestar, de guarnecerse y de llenar su cartera, a sabiendas de que no la tendrán que devolver; van a la cárcel, pero se la guardan y quedan ricachones.
España necesita y exige un cambio radical. Hay que reedificar desde los cimientos y no pueden ser los de una herencia obsoleta, injusta, insolidaria y disgregadora. La Constitución no es ni puede ser eterna, sino que debe adaptarse a la sociedad que representa. La soberanía debe estar en el pueblo español, -demos, pueblo y cracia, gobierno, digo por si se ha olvidado- y la única forma de recuperarla es devolviéndosela, ya que está secuestrada por un sistema partitocrático cerrado y blindado. España se merece un futuro mejor del que le están ofreciendo y que nadie dude de que el pueblo español lo conseguirá, incluso a pesar de los que intentan impedírselo.
C. Mudarra
Los partidos políticos, y, con ellos, los sindicatos, han llegado a ser bases de gigantescas ganancias y, entre tanto, los asuntos concernientes a los ciudadanos y a los trabajadores languidecen relegados por las ventajas partidistas o sindicales; el gasto descomunal, el derroche y el trinque aumentan el flujo millonario de la mediocre casta; la inepcia de la gran mayoría de los políticos los conduce a hacer de la política una forma de vida, ingeniándoselas en instalarse para toda su vida; en España, salvo excepciones, se dedican a la política las gentes de menor relevancia, casi sin estudios, casi siempre sin experiencia, pero con hambruna y ambición excesivas; la incultura general los “adorna” y satisface, tasamente saben hablar, se expresan con gran dificultad y torpeza, eso sí, cuanta más mediocridad, mayor agresividad se gastan en el ejercicio del poder; se creen superiores, desdeñan a los ciudadanos, se proveen de sueldecetes seguros, retribuciones enmascaradas, vida cómoda, viajes gratis, banquetes permanentes, mamandurrias sabrosonas y otras muchas sacaliñas y gaitas y crecen a destajo en los páramos de las cuadruplicadas administraciones, en empresas públicas, asesorías, fundaciones y demás instituidas entelequias de camelancia.
A su vez, se palpa en todos los foros el descomunal descontento y hartazgo de los españoles, que han llegado a una situación límite en su angustia, a causa de ese colosal despilfarro y endeudamiento, que nos ha llevado a la intervención de hecho y a la recesión. La corrupción, que va pareja a la mediocridad, campea por la clase política; y esos mismos aires corren por Italia y Francia; los casos de corrupción se propagan e incrementan en estos tiempos de modo atroz; el trinque y el rebañe pulula por todos los ámbitos, la podredumbre descarga su hedor en todas las esquinas; el poder, acogiendo y encamando la corrupción, es la virulencia que infecta los distintos organismos cada día con nuevas fechorías de esos listillos; es realmente repugnante.
Hay quien propone que se exijan unas mínimas condiciones a la casta política, como se requieren para ejercer cualquier otra función, cosa que no parece fácil, porque colisiona con muchos intereses y con la libertad de la democracia pluralista, tal vez puedan los ciudadanos hacer de criba imponiendo el voto mediante listas abiertas, pues, en las cerradas, no se demanda en los partidos preparación ni capacidades, sino sumisión y lealtad al jefe, esa fea cuestión es la causa del desprestigio y desdeño de esta clase política. El Príncipe Felipe ha dicho que "España se merece todo lo bueno que está por llegar", a ver si eso indica su voluntad de impulsar el cambio necesario y la regeneración o quizás sea una oración a la Divinidad que lo provea, porque la realidad es que España no se merece todo este infortunio que la atenaza con tanta dureza, ni la plaga de unos dirigentes que sólo se preocupan de su bienestar, de guarnecerse y de llenar su cartera, a sabiendas de que no la tendrán que devolver; van a la cárcel, pero se la guardan y quedan ricachones.
España necesita y exige un cambio radical. Hay que reedificar desde los cimientos y no pueden ser los de una herencia obsoleta, injusta, insolidaria y disgregadora. La Constitución no es ni puede ser eterna, sino que debe adaptarse a la sociedad que representa. La soberanía debe estar en el pueblo español, -demos, pueblo y cracia, gobierno, digo por si se ha olvidado- y la única forma de recuperarla es devolviéndosela, ya que está secuestrada por un sistema partitocrático cerrado y blindado. España se merece un futuro mejor del que le están ofreciendo y que nadie dude de que el pueblo español lo conseguirá, incluso a pesar de los que intentan impedírselo.
C. Mudarra
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