En España, estos años de Democracia han visto nacer 12 leyes educativas, desde la LGE de Villar Palasí en 1970, hasta esta de Wert, entre las que sobresalen la LOGSE de Maravall en 1990, que amplía la escolarización obligatoria hasta los 16 años y descentraliza la enseñanza y la LOCE de Pilar del Castillo, que paralizada en el 2004 y derogada en 2006 por R. Zapatero, no llegó a ver la luz. Han durado una media de seis años, así, de ningún modo, puede dar resultados un modelo educativo; para que la sociedad la valore y obtenga sus frutos ha de otorgársele una LEY de Enseñanza que dure en el tiempo y se consolide, por lo que debe de ser producto del más amplio consenso y no mero resorte partidista que se mantendrá lo que el tal partido esté en el poder. Sin tiempo para dar resultados, por robusta que nazca, será nula.
Derogando e imponiendo nuevas leyes de educación, no llegaremos a parte alguna; si la casta política sigue convirtiendo la educación en terreno de contienda ideológica, España no alcanzará nunca un sistema educativo robusto, duradero y eficiente, seguiremos sin el respeto exterior y ocupando los puestos inferiores de la clasificación europea, sin respeto de los mercados ni capacidad para competir en los ámbitos internacionales. Ante la relación de deficiencias y fallos del sistema educativo español, la sociedad viene reclamando la necesidad de una reforma educativa a fondo. La enseñanza, en su degradación, ha perdido calidad; ahí están los desoladores informes de PISA que nos colocan a la cola de Europa por el escandaloso nivel de fracaso escolar, por la exclusión de la impartición del Castellano en distintas “autonosuyas”, por las ausencias y tergiversaciones en la redacción de contenidos en Geografía e Historia, producto de las competencias de Comunidades A., por la escasa atención a los idiomas extranjeros…
El proyecto de ley elaborado por el ministro Wert ha sido muy contestado fuera del PP y cuenta con un exiguo respaldo; y es que la LOMCE no satisface a la izquierda y eso no es bueno para su arraigo; no es que sea una mala ley, tiene aspectos positivos, y puede mejorarse y afianzarse si se quiere colaborar con objetividad; en general, su corporeidad no desagrada; no le faltan luces y sombras. Así, se queda a medias en aspectos imprescindibles de la mejora, pues para que los niños se escolaricen en Castellano ofrece una solución timorata y de compromiso sin imponer la Ley Española con contundencia contra las veleidades e incumplimientos nacionalistas. La oposición rechaza de lleno la recuperación de la asignatura de Religión, algo que se entiende, si su enseñanza fuese de tipo doctrinario, pero, si se imparte la Historia Sagrada, esencial para entender la cultura europea, o la historia de las Religiones, no habría problema. Ha fracasado también en que no recupera el Bachillerato, como prometía el Programa del PP; es acertada la implantación de las reválidas, para favorecer el estudio y el esfuerzo; no hace referencia a la formación del profesorado, asunto de gran importancia dada la mediocridad que se respira y no refuerza el estudio del inglés, cuestión clave para la formación. Ahora bien, todo ello puede enmendarlo el Parlamento.
Sin duda, no estriba el mal de la nueva ley en que vaya contra la igualdad educativa, pues el sistema actual no tiene nada de igualitario, al ocasionar el fracaso escolar al 25% de los muchachos y, en consecuencia, el desempleo juvenil se dispara hasta el 57%, como sucede ahora mismo, lo que es un atentado contra la igualdad de oportunidades; unos 2,3 millones de desempleados en España, desde que comenzó la crisis, son alumnos que no terminaron la etapa de estudio obligatorio; pero, si esta ley de Wert llegase a disminuir el tremendo abandono de las estudios en este país, podríase declarar que ha venido a ser más igualitaria que la LOGSE. Es preciso no marrar el tratamiento del campo educativo, la sociedad está padeciendo los desacertados efectos del modelo de enseñanza socialista, desde que inició su andadura en 1985 la ley de Maravall y Solana; aquella infausta Logse que, eliminando el esfuerzo y trabajo personal y la disciplina, trajo la enseñanza lúdica; arruinó, con el conque de la igualdad, el respeto, el orden y la jerarquía, a la vez que desechó el interés por la excelencia y por el saber.
Esta ley, la LOMCE, refuerza la libertad de los padres a elegir la educación de sus hijos; tiene rasgos muy parecidos a los sistemas de los países que figuran en los primeros puestos de la clasificación internacional; devuelve, como es natural, la autoridad a los profesores, el respeto y la disciplina; establece la autonomía de los directores de los centros y la competencia entre colegios.
Esperemos que, con buena voluntad, brille el acuerdo y el consenso.
C. Mudarra
Derogando e imponiendo nuevas leyes de educación, no llegaremos a parte alguna; si la casta política sigue convirtiendo la educación en terreno de contienda ideológica, España no alcanzará nunca un sistema educativo robusto, duradero y eficiente, seguiremos sin el respeto exterior y ocupando los puestos inferiores de la clasificación europea, sin respeto de los mercados ni capacidad para competir en los ámbitos internacionales. Ante la relación de deficiencias y fallos del sistema educativo español, la sociedad viene reclamando la necesidad de una reforma educativa a fondo. La enseñanza, en su degradación, ha perdido calidad; ahí están los desoladores informes de PISA que nos colocan a la cola de Europa por el escandaloso nivel de fracaso escolar, por la exclusión de la impartición del Castellano en distintas “autonosuyas”, por las ausencias y tergiversaciones en la redacción de contenidos en Geografía e Historia, producto de las competencias de Comunidades A., por la escasa atención a los idiomas extranjeros…
El proyecto de ley elaborado por el ministro Wert ha sido muy contestado fuera del PP y cuenta con un exiguo respaldo; y es que la LOMCE no satisface a la izquierda y eso no es bueno para su arraigo; no es que sea una mala ley, tiene aspectos positivos, y puede mejorarse y afianzarse si se quiere colaborar con objetividad; en general, su corporeidad no desagrada; no le faltan luces y sombras. Así, se queda a medias en aspectos imprescindibles de la mejora, pues para que los niños se escolaricen en Castellano ofrece una solución timorata y de compromiso sin imponer la Ley Española con contundencia contra las veleidades e incumplimientos nacionalistas. La oposición rechaza de lleno la recuperación de la asignatura de Religión, algo que se entiende, si su enseñanza fuese de tipo doctrinario, pero, si se imparte la Historia Sagrada, esencial para entender la cultura europea, o la historia de las Religiones, no habría problema. Ha fracasado también en que no recupera el Bachillerato, como prometía el Programa del PP; es acertada la implantación de las reválidas, para favorecer el estudio y el esfuerzo; no hace referencia a la formación del profesorado, asunto de gran importancia dada la mediocridad que se respira y no refuerza el estudio del inglés, cuestión clave para la formación. Ahora bien, todo ello puede enmendarlo el Parlamento.
Sin duda, no estriba el mal de la nueva ley en que vaya contra la igualdad educativa, pues el sistema actual no tiene nada de igualitario, al ocasionar el fracaso escolar al 25% de los muchachos y, en consecuencia, el desempleo juvenil se dispara hasta el 57%, como sucede ahora mismo, lo que es un atentado contra la igualdad de oportunidades; unos 2,3 millones de desempleados en España, desde que comenzó la crisis, son alumnos que no terminaron la etapa de estudio obligatorio; pero, si esta ley de Wert llegase a disminuir el tremendo abandono de las estudios en este país, podríase declarar que ha venido a ser más igualitaria que la LOGSE. Es preciso no marrar el tratamiento del campo educativo, la sociedad está padeciendo los desacertados efectos del modelo de enseñanza socialista, desde que inició su andadura en 1985 la ley de Maravall y Solana; aquella infausta Logse que, eliminando el esfuerzo y trabajo personal y la disciplina, trajo la enseñanza lúdica; arruinó, con el conque de la igualdad, el respeto, el orden y la jerarquía, a la vez que desechó el interés por la excelencia y por el saber.
Esta ley, la LOMCE, refuerza la libertad de los padres a elegir la educación de sus hijos; tiene rasgos muy parecidos a los sistemas de los países que figuran en los primeros puestos de la clasificación internacional; devuelve, como es natural, la autoridad a los profesores, el respeto y la disciplina; establece la autonomía de los directores de los centros y la competencia entre colegios.
Esperemos que, con buena voluntad, brille el acuerdo y el consenso.
C. Mudarra
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