El político y psiquiatra David Owen, que fue ministro de Sanidad y de Exteriores británico, afirma que muchos de los que hoy nos gobiernan son peligrosos enfermos mentales. La enfermedad explicaría muchos de lo que al pueblo le resulta inexplicable, incluyendo la corrupción, la injusticia, las mentiras, los fracasos, los privilegios de los políticos, la arrogancia, los abusos y las numerosas medidas contra el ciudadano.
La decisión calculada de que los españoles voten el 25 de diciembre, día de Navidad, si tuvieran que hacerlo por tercera vez en un año, es de una perversión tan estúpida, arrogante y sucia que sólo puede surgir de mentes enfermas. Contaminar la fiesta más familiar y entrañable del año con la sucia política sin otra intención que poner contra las cuerdas al adversario y desatar contra él la furia de los ciudadanos es de una maldad que sólo se explica desde la demencia.
Abrir un periódico en España obliga a admitir que estamos gobernados por locos.
Algunos idiotas creen que ser un buen político significa poder adoptar medidas dolorosas sin que les tiemble el pulso, sin que esas decisiones les afecten, por muy duras que sean. En realidad debería ocurrir lo contrario: el mejor político es el que siente dolor con sus administrados y el que duda, medita y sufre antes de adoptar decisiones graves que conllevan sufrimiento humano. Los insensibles ante el dolor ajeno y aquellos a los que no les tiembla el pulso arruinando vidas y empujando a millones de ciudadanos hacia la pobreza, mientras ellos nadan en la abundancia y la seguridad, son enfermos que, por desgracia, han llegado al poder.
¿Por qué ese comportamiento extraño e insensible de los políticos ante el sufrimiento que ellos mismos provocan o que no saben mitigar? La respuesta es que muchos de los políticos que hoy gobiernan son auténticos enfermos mentales, necesitados urgentemente de tratamiento psiquiátrico intenso. Lo que Zapatero definía en su entrevista como signos de salud (duermo bien, no tengo problemas y tengo la conciencia limpia), son, precisamente, los síntomas más claros del "Síndrome de la Arrogancia", la enfermedad mental que David Owen define y que reclama sea incluida, con un número propio, en el Código Internacional de Enfermedades (CIE).
Tras desempeñar cargos como el de ministro de Sanidad (1974-1976) y el de Asuntos Exteriores (1977-1979) en el Reino Unido, Owen, médico de profesión, se ha concentrado en los últimos años en la medicina y en la investigación del cerebro humano. Durante este tiempo, el inglés ha desarrollado una tesis sobre este "síndrome de 'hybris'", para él un desorden de personalidad cuyos síntomas serían el aislamiento, el déficit de atención y la incapacidad para escuchar a cercanos o a expertos. David Owen (In Sickmess and in Power, 2008) explica que el dominio del poder ocasiona cambios en el estado mental y conduce a una conducta arrogante, por lo que las enfermedades mentales necesitan una redefinición que incluya el Síndrome de la Arrogancia en el elenco mundial de enfermedades mentales.
A algunos políticos, el poder les hace perder la cabeza, los convierte en arrogantes y soberbios y les aleja de la realidad, situándolos en una peligrosa alienación que les hace perder la noción de la realidad. Pero a otros los convierte en verdaderos y peligrosos enfermos mentales, incapacitados, según Owen, para tomar decisiones y gobernar. Cuando acceden al poder se creen dioses o sus enviados en la Tierra, propician el culto a la personalidad y muchas veces se tornan crueles. Algunos creen que esa enfermedad se da únicamente en las tiranías, pero lo cierto es que también se desarrolla en las democracias, afectando a personas que han sido elegidas en las urnas. El síndrome, en los dirigentes que gobiernan las democracias, al no poder comportarse como dictadores crueles, tiene otros rasgos y manifestaciones: se sienten eufóricos, no tienen escrúpulos, no son conscientes de sus errores y fracasos y son capaces de dormir a pierna suelta (como Zapatero) sin que ni siquiera les afecte el rechazo masivo de los ciudadanos o su inmensa y aterradora cosecha de fracasos, dramas y carencias que, para cualquier persona con salud mental, resultarían insoportables. Su alienación es de tal envergadura que cometen un error tras otro, porque la capacidad de análisis no les funciona y sus decisiones y medidas son producto del desequilibrio, la soberbia y la confusión extrema.
Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar, Zapatero y Rajoy han sido víctimas de lo que en España llamamos el "Síndrome de la Moncloa", un mal que aliena, atonta y aleja de la realidad a los mandatarios. Es probable que ese síndrome sea el mismo "Síndrome de la Arrogancia", descrito por Owen o producto de aquella maldición popular entre los griegos clásicos, ssegún la cual "Cuando los dioses quieren castigar o destruir a un hombre, primero lo vuelven loco".
Es evidente que un político que no tiene remordimientos a pesar de los estragos que causa, como han declarado Zapatero y Rajoy, entre otros, sin conciencia alguna de culpa y sin arrepentirse de nada, a pesar del sufrimiento y del rechazo masivo de sus conciudadanos, sin que su conciencia se conmueva ante los millones de desempleados, pobres y gente infeliz que ha generado su gobierno, ha debido perder la razón y estar gravemente enfermo.
Owen dice que los enfermos que padecen el "Síndrome de la Arrogancia" no están capacitados para gobernar y ponen en grave riesgo a los países que controlan.
Los síntomas de la enfermedad mental son claros en muchos de nuestros dirigentes políticos, que no sólo no sufren ni sienten dolor ante los dalos y desgracias que causan, sino que se sienten poco menos que héroes y sacan pecho en televisión, vanagloriándose de falsedades inexistentes, recurriendo una y otra vez al engaño como eje central de su estrategia de gobierno. Rajoy, Sánchez, Pablo Iglesias y, aunque con síntomas más leves, también Rivera, son candidatos aventajados de padecer la locura del poder, esa que te convierte en imbécil sin que te des cuenta, la que te impide ver el daño que causas y a vivir en la alienación, rodeado de palmeros y pelotas, ajeno a los dramas de un ciudadano que debería ser el soberano del sistema democrático y es tratado como basura.
Zapatero, a pesar de haber sido el político español más rechazado por el pueblo desde Fernando VII y de encontrarse en la tumba política, se resiste a perder el protagonismo y, enfermo grave de la demencia del poder, interviene y da codazos para copar portadas de la prensa, sin la más mínima conciencia de ridículo y sin pedir perdón por haber conducido a España y a millones de españoles hasta el borde del fracaso y la ruina.
¿Están locos nuestros políticos o carecen de principios? Probáblemente las dos cosas, a juzgar por el aquelarre de insensateces y majaderías que ofrecen al ciudadano.
Si esos políticos enfermos estuvieran en su sano juicio, dimitirían inmediatamente, ante la evidente incapacidad psicológica para gobernar a un pueblo de hombres y mujeres libres. Ante lo que revelan las encuestas, que plasman con claridad el rechazo ciudadano a los políticos y sus partidos, así como el creciente desprestigio de la misma democracia, deberían asumir (pero la enfermedad se lo impide) que, en democracia, el rechazo del pueblo equivale a deslegitimidad y que por sus errores y fracasos, la profesión de político es la más desprestigiada y odiada del país.
Francisco Rubiales
La decisión calculada de que los españoles voten el 25 de diciembre, día de Navidad, si tuvieran que hacerlo por tercera vez en un año, es de una perversión tan estúpida, arrogante y sucia que sólo puede surgir de mentes enfermas. Contaminar la fiesta más familiar y entrañable del año con la sucia política sin otra intención que poner contra las cuerdas al adversario y desatar contra él la furia de los ciudadanos es de una maldad que sólo se explica desde la demencia.
Abrir un periódico en España obliga a admitir que estamos gobernados por locos.
Algunos idiotas creen que ser un buen político significa poder adoptar medidas dolorosas sin que les tiemble el pulso, sin que esas decisiones les afecten, por muy duras que sean. En realidad debería ocurrir lo contrario: el mejor político es el que siente dolor con sus administrados y el que duda, medita y sufre antes de adoptar decisiones graves que conllevan sufrimiento humano. Los insensibles ante el dolor ajeno y aquellos a los que no les tiembla el pulso arruinando vidas y empujando a millones de ciudadanos hacia la pobreza, mientras ellos nadan en la abundancia y la seguridad, son enfermos que, por desgracia, han llegado al poder.
¿Por qué ese comportamiento extraño e insensible de los políticos ante el sufrimiento que ellos mismos provocan o que no saben mitigar? La respuesta es que muchos de los políticos que hoy gobiernan son auténticos enfermos mentales, necesitados urgentemente de tratamiento psiquiátrico intenso. Lo que Zapatero definía en su entrevista como signos de salud (duermo bien, no tengo problemas y tengo la conciencia limpia), son, precisamente, los síntomas más claros del "Síndrome de la Arrogancia", la enfermedad mental que David Owen define y que reclama sea incluida, con un número propio, en el Código Internacional de Enfermedades (CIE).
Tras desempeñar cargos como el de ministro de Sanidad (1974-1976) y el de Asuntos Exteriores (1977-1979) en el Reino Unido, Owen, médico de profesión, se ha concentrado en los últimos años en la medicina y en la investigación del cerebro humano. Durante este tiempo, el inglés ha desarrollado una tesis sobre este "síndrome de 'hybris'", para él un desorden de personalidad cuyos síntomas serían el aislamiento, el déficit de atención y la incapacidad para escuchar a cercanos o a expertos. David Owen (In Sickmess and in Power, 2008) explica que el dominio del poder ocasiona cambios en el estado mental y conduce a una conducta arrogante, por lo que las enfermedades mentales necesitan una redefinición que incluya el Síndrome de la Arrogancia en el elenco mundial de enfermedades mentales.
A algunos políticos, el poder les hace perder la cabeza, los convierte en arrogantes y soberbios y les aleja de la realidad, situándolos en una peligrosa alienación que les hace perder la noción de la realidad. Pero a otros los convierte en verdaderos y peligrosos enfermos mentales, incapacitados, según Owen, para tomar decisiones y gobernar. Cuando acceden al poder se creen dioses o sus enviados en la Tierra, propician el culto a la personalidad y muchas veces se tornan crueles. Algunos creen que esa enfermedad se da únicamente en las tiranías, pero lo cierto es que también se desarrolla en las democracias, afectando a personas que han sido elegidas en las urnas. El síndrome, en los dirigentes que gobiernan las democracias, al no poder comportarse como dictadores crueles, tiene otros rasgos y manifestaciones: se sienten eufóricos, no tienen escrúpulos, no son conscientes de sus errores y fracasos y son capaces de dormir a pierna suelta (como Zapatero) sin que ni siquiera les afecte el rechazo masivo de los ciudadanos o su inmensa y aterradora cosecha de fracasos, dramas y carencias que, para cualquier persona con salud mental, resultarían insoportables. Su alienación es de tal envergadura que cometen un error tras otro, porque la capacidad de análisis no les funciona y sus decisiones y medidas son producto del desequilibrio, la soberbia y la confusión extrema.
Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar, Zapatero y Rajoy han sido víctimas de lo que en España llamamos el "Síndrome de la Moncloa", un mal que aliena, atonta y aleja de la realidad a los mandatarios. Es probable que ese síndrome sea el mismo "Síndrome de la Arrogancia", descrito por Owen o producto de aquella maldición popular entre los griegos clásicos, ssegún la cual "Cuando los dioses quieren castigar o destruir a un hombre, primero lo vuelven loco".
Es evidente que un político que no tiene remordimientos a pesar de los estragos que causa, como han declarado Zapatero y Rajoy, entre otros, sin conciencia alguna de culpa y sin arrepentirse de nada, a pesar del sufrimiento y del rechazo masivo de sus conciudadanos, sin que su conciencia se conmueva ante los millones de desempleados, pobres y gente infeliz que ha generado su gobierno, ha debido perder la razón y estar gravemente enfermo.
Owen dice que los enfermos que padecen el "Síndrome de la Arrogancia" no están capacitados para gobernar y ponen en grave riesgo a los países que controlan.
Los síntomas de la enfermedad mental son claros en muchos de nuestros dirigentes políticos, que no sólo no sufren ni sienten dolor ante los dalos y desgracias que causan, sino que se sienten poco menos que héroes y sacan pecho en televisión, vanagloriándose de falsedades inexistentes, recurriendo una y otra vez al engaño como eje central de su estrategia de gobierno. Rajoy, Sánchez, Pablo Iglesias y, aunque con síntomas más leves, también Rivera, son candidatos aventajados de padecer la locura del poder, esa que te convierte en imbécil sin que te des cuenta, la que te impide ver el daño que causas y a vivir en la alienación, rodeado de palmeros y pelotas, ajeno a los dramas de un ciudadano que debería ser el soberano del sistema democrático y es tratado como basura.
Zapatero, a pesar de haber sido el político español más rechazado por el pueblo desde Fernando VII y de encontrarse en la tumba política, se resiste a perder el protagonismo y, enfermo grave de la demencia del poder, interviene y da codazos para copar portadas de la prensa, sin la más mínima conciencia de ridículo y sin pedir perdón por haber conducido a España y a millones de españoles hasta el borde del fracaso y la ruina.
¿Están locos nuestros políticos o carecen de principios? Probáblemente las dos cosas, a juzgar por el aquelarre de insensateces y majaderías que ofrecen al ciudadano.
Si esos políticos enfermos estuvieran en su sano juicio, dimitirían inmediatamente, ante la evidente incapacidad psicológica para gobernar a un pueblo de hombres y mujeres libres. Ante lo que revelan las encuestas, que plasman con claridad el rechazo ciudadano a los políticos y sus partidos, así como el creciente desprestigio de la misma democracia, deberían asumir (pero la enfermedad se lo impide) que, en democracia, el rechazo del pueblo equivale a deslegitimidad y que por sus errores y fracasos, la profesión de político es la más desprestigiada y odiada del país.
Francisco Rubiales
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