Franco murió en la cama, sin ser derrotado y el Franquismo nunca ha sido formalmente condenado por la Historia. Estos dos factores tienen un peso decisivo en la España actual y marcan la esencia de la triste y devaluada política española. La democracia nunca logró derrotar al franquismo en España porque nació poderosamente contaminada por el franquismo agonizante. Esa es la clave de nuestras desgracias actuales y la causa principal de que la España del presente no sea una democracia sino una vulgar dictadura en la que los herederos de Franco, disfrazados de demócratas y encuadrados en partidos políticos en los que sigue vigente el espíritu del Movimiento Nacional, ahora gobiernan España. Hasta el actual Jefe del Estado fue designado por Franco y no juró la Constitución sino los principios del Movimiento.
La muerte del dictador, gobernando y sin sufrir ni una derrota ni una condena en vida, hizo posible que muchos hijos espirituales y culturales de Franco heredaran su poder y que, travestidos de demócratas, se hayan convertido en los principales culpables de la actual ruina de España y en los que han liquidado su grandeza. Al "franquismo" le ocurre como al "comunismo", que a pesar de sus crímenes y fracasos históricos nunca ha sido condenado por la comunidad internacional, lo que propicia que siga vivo y que muchos comunistas sigan negándose a pedir perdón, gobernando y propiciando el totalitarismo a lo largo y ancho del planeta.
El “Franquismo”, que en la España de hoy anida tanto en la derecha como en la izquierda, se sostenía con tres columnas: la primera era el desprecio a los derrotados en la Guerra Civil y a los partidos políticos, la segunda era el autoritarismo dictatoral del Estado y la tercera era la ausencia de ciudadanos en la política y el control del poder por parte de una élite. De esas tres patas, la llamada Transición sólo cambió la primera, cuando los partidos fueron aceptados como estructura del Estado y los derrotados de la Guerra Civil, en especial socialistas y comunistas, quedaron incorporados a la élite gobernante, pero nunca la segunda y la tercera, por lo que la España posfranquista sigue siendo hoy una dictadura autoritaria, ahora de partidos políticos y políticos profesionales, con la ciudadanía ausente, alejada de todo proceso de toma de decisiones y duramente sometida a los designios de las clases poderosas que, como en tiempos del general, controlan férreamente el poder.
Los principales "tics" y comportamientos del franquismo siguen vigentes en esta España falsamente democrática: arbitrariedad, abuso de poder, privilegios desproporcionados e impunidad práctica para las clases dominantes, uso inmoral de la mentira y del engaño, oscuridad y opacidad en los asuntos públicos y un concepto piramidal y autoritario del poder y del Estado, por completo ajeno a la democracia.
La democracia es considerada por las élites actuales de España como un disfraz que se quita y se pone, según convenga, que implica ritos como las elecciones cada cuatro años, cuando en realidad es una filosofía de poder completamente diferente a la dictadura y con comportamientos diametralmente opuestos: verdad en lugar de mentira, luz y transparencia en lugar de opacidad, participación activa de los ciudadanos en las decisiones y en la gestión, igualdad en lugar de dominio de las élites, ética en lugar de corrupción y rapiña, una ley igual para todos en lugar de la impunidad de los poderosos y la existencia de numerosos y sólidos controles y contrapesos al poder que en España nunca han existido y que el poder, fiel y genuino heredero del Franquismo, nunca ha aceptado.
Es lícito interpretar que la autoritaria "filípica", que el rey Juan Carlos propinó recientemente a su chófer, por aparcar mal, es un claro reflejo de que el franquismo sigue activo en el corazón del sistema político español y de sus clases dirigentes, como lo son también otros muchos dramas y pecados de la falsa democracia, desde la impunidad de los poderosos, la expulsión del ciudadano de los procesos de toma de decisiones y las represalias contra los "adversarios" hasta la corrupción en la cúspide del poder político, el asesinato de la sociedad civil, el abuso de poder de los partidos y políticos profesionales, la violación constante de la igualdad y la existencia de una ley ambigua, que se aplica con rigor al adversario y con suavidad al amigo del poder.
La muerte del dictador, gobernando y sin sufrir ni una derrota ni una condena en vida, hizo posible que muchos hijos espirituales y culturales de Franco heredaran su poder y que, travestidos de demócratas, se hayan convertido en los principales culpables de la actual ruina de España y en los que han liquidado su grandeza. Al "franquismo" le ocurre como al "comunismo", que a pesar de sus crímenes y fracasos históricos nunca ha sido condenado por la comunidad internacional, lo que propicia que siga vivo y que muchos comunistas sigan negándose a pedir perdón, gobernando y propiciando el totalitarismo a lo largo y ancho del planeta.
El “Franquismo”, que en la España de hoy anida tanto en la derecha como en la izquierda, se sostenía con tres columnas: la primera era el desprecio a los derrotados en la Guerra Civil y a los partidos políticos, la segunda era el autoritarismo dictatoral del Estado y la tercera era la ausencia de ciudadanos en la política y el control del poder por parte de una élite. De esas tres patas, la llamada Transición sólo cambió la primera, cuando los partidos fueron aceptados como estructura del Estado y los derrotados de la Guerra Civil, en especial socialistas y comunistas, quedaron incorporados a la élite gobernante, pero nunca la segunda y la tercera, por lo que la España posfranquista sigue siendo hoy una dictadura autoritaria, ahora de partidos políticos y políticos profesionales, con la ciudadanía ausente, alejada de todo proceso de toma de decisiones y duramente sometida a los designios de las clases poderosas que, como en tiempos del general, controlan férreamente el poder.
Los principales "tics" y comportamientos del franquismo siguen vigentes en esta España falsamente democrática: arbitrariedad, abuso de poder, privilegios desproporcionados e impunidad práctica para las clases dominantes, uso inmoral de la mentira y del engaño, oscuridad y opacidad en los asuntos públicos y un concepto piramidal y autoritario del poder y del Estado, por completo ajeno a la democracia.
La democracia es considerada por las élites actuales de España como un disfraz que se quita y se pone, según convenga, que implica ritos como las elecciones cada cuatro años, cuando en realidad es una filosofía de poder completamente diferente a la dictadura y con comportamientos diametralmente opuestos: verdad en lugar de mentira, luz y transparencia en lugar de opacidad, participación activa de los ciudadanos en las decisiones y en la gestión, igualdad en lugar de dominio de las élites, ética en lugar de corrupción y rapiña, una ley igual para todos en lugar de la impunidad de los poderosos y la existencia de numerosos y sólidos controles y contrapesos al poder que en España nunca han existido y que el poder, fiel y genuino heredero del Franquismo, nunca ha aceptado.
Es lícito interpretar que la autoritaria "filípica", que el rey Juan Carlos propinó recientemente a su chófer, por aparcar mal, es un claro reflejo de que el franquismo sigue activo en el corazón del sistema político español y de sus clases dirigentes, como lo son también otros muchos dramas y pecados de la falsa democracia, desde la impunidad de los poderosos, la expulsión del ciudadano de los procesos de toma de decisiones y las represalias contra los "adversarios" hasta la corrupción en la cúspide del poder político, el asesinato de la sociedad civil, el abuso de poder de los partidos y políticos profesionales, la violación constante de la igualdad y la existencia de una ley ambigua, que se aplica con rigor al adversario y con suavidad al amigo del poder.
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