La muerte del “Comandante” ha cogido con los pantalones bajados a todo el mundo. Tanto a quienes especulaban con ella como a quienes la ansiaban como a quienes ahora le lloran. Lágrimas de sangre sin duda. Fidel Castro ya es Historia. Pero de nosotros depende que su jactanciosa predicción (“la Historia me absolverá”) no se cumpla jamás. A no ser que queramos pavimentar el camino a la democracia cubana con miles de muertos, hambre, miseria y exilio.
Ahora es el momento de recordar, no la vida de un liberticida, sino la de las miles de víctimas que su utopía fanática ocasionó al gran pueblo de Cuba. Ahora es cuando llega el momento -tardío ya, para muchos- de enfrentarnos a la verdadera catadura (como todos) de este régimen comunista. De ser francos y sinceros con nosotros mismos y con los demás, y poner en primera línea de información a los pequeños campesinos asesinados por resistirse a la colectivización, a los militares sin sangre en sus manos fusilados en la posguerra, a las mujeres embarazadas, niños y otros asesinados impunemente, salpicados por la extracción de sangre previa a su fusilamiento para su venta posterior, o las matanzas en Sierra Maestra y en la Prisión de La Cabaña, a cargo de ese otro icono revolucionario manchado de sangre como es Ernesto Che Guevara. Podéis consultar Archivo Cuba para haceros una idea.
En estos momentos uno no puede sentir más que vergüenza ajena cuando dirigentes de pacotilla tienen la poca decencia de despedir al tirano como un luchador por la libertad, que será sin duda la suya y la de su régimen de los controles que en una democracia madura los ciudadanos deben tener sobre los gobernantes. Pablo Iglesias no podía evitar colocar su particular epitafio (“Con sus luces y sombras se va un referente de la dignidad latinoamericana y de la resistencia soberana. Adiós Fidel”), como tampoco podían dejar de hacerlo Alberto Garzón ("Su pensamiento y ejemplo pervive. ¡Hasta siempre!") o Arnaldo Otegui (“Tu dignidad, tu ejemplo, tu compromiso... siempre serás referencia ineludible comandante. Hasta la victoria siempre”). Ejemplos de democracia y respeto a los derechos humanos y sociales, ya se sabe. Pero no debe sorprendernos. La cultura de estos asesinos siempre ha logrado la complicidad siniestra de aquellos que se autoproclamaban “intelectuales” y que han hecho causa común con una ideología y con unos regímenes que han elevado el despotismo a la categoría de mito heroico. Como García Márquez. Dejamos fuera a Maradona. No en vano Julio Anguita, el sumo pontífice del comunismo español moderno, lo dejó muy claro: “El comandante Castro y yo estamos en la misma trinchera”.
Lo cierto es que el legado de esta triste aunque imponente figura debe acabar, como la de todos los personajes de esta índole, en el cubo de basura. El mito perpetuado por quienes quieren emular su gesta debe caer como el Muro de Berlín, para dejar entrever la verdad: pobreza e inseguridad en una economía planificada que le negaba al individuo la elemental recompensa por su trabajo, derechos sociales inexistentes empañados por asistencialismo clientelar, una prensa, radio y televisión controladas, un acceso al internet restringido, una debilidad económica estructural crónica, miles de exiliados y una sociedad crispada y dividida. Así es como la Historia juzgará a Castro, a pesar de la dura batalla por la libertad y por la verdad que en la guerra contra el totalitarismo y el pensamiento único habrá que librar contra los gestores de la moral colectiva y la Policía del Pensamiento Único.
¿Una lección? Esta: ni la mayor de las asistencias sociales merece ceder un solo ápice de libertad. Porque ese es el pretexto que la tiranía siempre utilizará para encadenar el alma.
Pablo Gea Congosto
Ahora es el momento de recordar, no la vida de un liberticida, sino la de las miles de víctimas que su utopía fanática ocasionó al gran pueblo de Cuba. Ahora es cuando llega el momento -tardío ya, para muchos- de enfrentarnos a la verdadera catadura (como todos) de este régimen comunista. De ser francos y sinceros con nosotros mismos y con los demás, y poner en primera línea de información a los pequeños campesinos asesinados por resistirse a la colectivización, a los militares sin sangre en sus manos fusilados en la posguerra, a las mujeres embarazadas, niños y otros asesinados impunemente, salpicados por la extracción de sangre previa a su fusilamiento para su venta posterior, o las matanzas en Sierra Maestra y en la Prisión de La Cabaña, a cargo de ese otro icono revolucionario manchado de sangre como es Ernesto Che Guevara. Podéis consultar Archivo Cuba para haceros una idea.
En estos momentos uno no puede sentir más que vergüenza ajena cuando dirigentes de pacotilla tienen la poca decencia de despedir al tirano como un luchador por la libertad, que será sin duda la suya y la de su régimen de los controles que en una democracia madura los ciudadanos deben tener sobre los gobernantes. Pablo Iglesias no podía evitar colocar su particular epitafio (“Con sus luces y sombras se va un referente de la dignidad latinoamericana y de la resistencia soberana. Adiós Fidel”), como tampoco podían dejar de hacerlo Alberto Garzón ("Su pensamiento y ejemplo pervive. ¡Hasta siempre!") o Arnaldo Otegui (“Tu dignidad, tu ejemplo, tu compromiso... siempre serás referencia ineludible comandante. Hasta la victoria siempre”). Ejemplos de democracia y respeto a los derechos humanos y sociales, ya se sabe. Pero no debe sorprendernos. La cultura de estos asesinos siempre ha logrado la complicidad siniestra de aquellos que se autoproclamaban “intelectuales” y que han hecho causa común con una ideología y con unos regímenes que han elevado el despotismo a la categoría de mito heroico. Como García Márquez. Dejamos fuera a Maradona. No en vano Julio Anguita, el sumo pontífice del comunismo español moderno, lo dejó muy claro: “El comandante Castro y yo estamos en la misma trinchera”.
Lo cierto es que el legado de esta triste aunque imponente figura debe acabar, como la de todos los personajes de esta índole, en el cubo de basura. El mito perpetuado por quienes quieren emular su gesta debe caer como el Muro de Berlín, para dejar entrever la verdad: pobreza e inseguridad en una economía planificada que le negaba al individuo la elemental recompensa por su trabajo, derechos sociales inexistentes empañados por asistencialismo clientelar, una prensa, radio y televisión controladas, un acceso al internet restringido, una debilidad económica estructural crónica, miles de exiliados y una sociedad crispada y dividida. Así es como la Historia juzgará a Castro, a pesar de la dura batalla por la libertad y por la verdad que en la guerra contra el totalitarismo y el pensamiento único habrá que librar contra los gestores de la moral colectiva y la Policía del Pensamiento Único.
¿Una lección? Esta: ni la mayor de las asistencias sociales merece ceder un solo ápice de libertad. Porque ese es el pretexto que la tiranía siempre utilizará para encadenar el alma.
Pablo Gea Congosto
Comentarios: