Aunque usted no lo crea, los demócratas rebeldes estamos cambiando el mundo. Poco a poco, sin más fuerza que nuestras ideas y la capacidad de comunicarlas, estamos ganando pequeñas batallas frente a los enemigos de España, esos partidos políticos antes poderosos e invencibles y hoy en declive o en vías de extinción. Nuestros artículos, argumentos y esfuerzos por difundir la verdad están logrando que los políticos empiecen a respetar al ciudadano, base de la verdadera democracia, que los jueces sometidos empiecen a soñar con una justicia auténtica y que los periodistas vendidos al poder sientan el martillo de sus conciencias, que les reclama verdad, independencia y decencia. Hemos echado a Zapatero de la política, hemos estigmatizado su cobarde e indigna forma de hacer política, hemos marcado al PSOE y al PP como principales culpables del desastre de España, hemos desenmascarado la miseria y bajeza del nacionalismo y estamos convirtiendo a cientos de miles de ciudadanos en seres responsables y exigentes, que ya no se dejan engañar por los políticos y que están decididos a tomar las riendas de su destino y de la nación, asuntos demasiado importantes para dejarlos en manos de políticos incapaces, fracasados y sin ética, que se niegan a anteponer el interés general a sus propios y mezquinos intereses.
El PSOE está de rodillas, pagando sus desvergüenzas, corrupciones y traiciones. Saben que el ciudadano está cabreado y no saben que hacer para recuperar la confianza del pueblo. Creían que el tiempo genera olvido, pero la gente ha aprendido a tener memoria y está dispuesta a vengarse. Cuando neutralicemos al PSOE, le tocará el turno al PP, un partido semejante, casi idéntico en su ignorancia de la democracia, en su desprecio al ciudadano y en su incapacidad intelectual y ética para dirigir con acierto los destinos de España.
Rajoy se vanagloria de su triunfo en Galicia, pero su victoria es una farsa. Debería darle vergüenza celebrar un triunfo cuando el vencedor por mayoría absoluta ha sido la abstención. Los 41 diputados del PP en Galicia han sido elegidos y por menos del 30 por ciento de los gallegos, lo que refleja una democracia en precario, casi al borde del ridículo, con casi 8 de cada 10 ciudadanos de Galicia ajenos al gobierno elegido. La victoria del PP, que ha perdido más de cien mil votos con respecto a las elecciones anteriores, se debe a factores tan frágiles y ajenos como el triunfo de la abstención y la división de los nacionalistas.
Es falso lo que se ha dicho sobre la abstención en Galicia, que no ha sido del 36,2%, sino del 45,6% del censo. El censo electoral de Galicia está formado por 2.697.000 electores, 397.382 de los cuales son residentes en el extranjero (CERA en la nomenclatura del INE), por lo tanto la jornada del 21-O ha tenido una participación real del 54,4%, frente a la del 64,4% de 2009, es decir 10,0 puntos inferior. El número de votantes en 2009 fue de 1,706 millones y el 21-O ha sido de 1,468 millones, es decir, doscientos treinta y ocho mil gallegos netos menos que cuatro años antes.
El problema es que los ciudadanos que luchamos por la decencia y la verdadera democracia también hemos sido cobardes, permisivos y hemos perdido mucho tiempo. Nuestra reacción digna de ciudadanos libres está llegando tarde. Ya no podremos impedir que millones de españoles no tengan trabajo, ni que España se empobrezca, ni que la nación se desintegre, ni que la corrupción haya causado estragos, pero podemos reconstruir en el futuro lo que los canallas han hecho trizas, sobre todo si mandamos a las mazmorras de la Historia a los culpables, casi todos encuadrados en el PSOE, el PP, IU y los nauseabundos nacionalismos, partidos vampiros que se alimentan de la desgracia, del victimismo, de la envidia y del odio.
La degradación de los políticos españoles es tan dramática y patética que celebran una victoria tan pírrica como la de Galicia, sustentada en poco más de 2 votos de cada diez posibles. Los ciudadanos conocen tan bien a su degradada casta política que saben que el efecto de una abstención masiva o de un voto en blanco abrumador sería practicamente nulo ante nuestros políticos descarados e inmorales. Si solo votara el 30 por ciento del censo, ellos se repartirían el poder de igual modo, a pesar de que en cualquier democracia solvente esa cifra indicaría desligitimación y fracaso del sistema.
Lo ocurrido en Galicia es solo el anticipo de lo que se avecina: una marea impresionante de votos en blanco y de abstenciones, producto no del desinterés o de la desidia ciudadana, como intentarán explicar los políticos, sino del rechazo ciudadano a la falsa democracia española y a una casta política en la que ya no hay partidos buenos y partidos malos, sino una masa degenerada de vividores que ni siquiera conocen las reglas básicas de la democracia y que ya son incapaces de abandonar la corrupción y de anteponer el bien común a sus propios intereses de partido.
El PSOE está de rodillas, pagando sus desvergüenzas, corrupciones y traiciones. Saben que el ciudadano está cabreado y no saben que hacer para recuperar la confianza del pueblo. Creían que el tiempo genera olvido, pero la gente ha aprendido a tener memoria y está dispuesta a vengarse. Cuando neutralicemos al PSOE, le tocará el turno al PP, un partido semejante, casi idéntico en su ignorancia de la democracia, en su desprecio al ciudadano y en su incapacidad intelectual y ética para dirigir con acierto los destinos de España.
Rajoy se vanagloria de su triunfo en Galicia, pero su victoria es una farsa. Debería darle vergüenza celebrar un triunfo cuando el vencedor por mayoría absoluta ha sido la abstención. Los 41 diputados del PP en Galicia han sido elegidos y por menos del 30 por ciento de los gallegos, lo que refleja una democracia en precario, casi al borde del ridículo, con casi 8 de cada 10 ciudadanos de Galicia ajenos al gobierno elegido. La victoria del PP, que ha perdido más de cien mil votos con respecto a las elecciones anteriores, se debe a factores tan frágiles y ajenos como el triunfo de la abstención y la división de los nacionalistas.
Es falso lo que se ha dicho sobre la abstención en Galicia, que no ha sido del 36,2%, sino del 45,6% del censo. El censo electoral de Galicia está formado por 2.697.000 electores, 397.382 de los cuales son residentes en el extranjero (CERA en la nomenclatura del INE), por lo tanto la jornada del 21-O ha tenido una participación real del 54,4%, frente a la del 64,4% de 2009, es decir 10,0 puntos inferior. El número de votantes en 2009 fue de 1,706 millones y el 21-O ha sido de 1,468 millones, es decir, doscientos treinta y ocho mil gallegos netos menos que cuatro años antes.
El problema es que los ciudadanos que luchamos por la decencia y la verdadera democracia también hemos sido cobardes, permisivos y hemos perdido mucho tiempo. Nuestra reacción digna de ciudadanos libres está llegando tarde. Ya no podremos impedir que millones de españoles no tengan trabajo, ni que España se empobrezca, ni que la nación se desintegre, ni que la corrupción haya causado estragos, pero podemos reconstruir en el futuro lo que los canallas han hecho trizas, sobre todo si mandamos a las mazmorras de la Historia a los culpables, casi todos encuadrados en el PSOE, el PP, IU y los nauseabundos nacionalismos, partidos vampiros que se alimentan de la desgracia, del victimismo, de la envidia y del odio.
La degradación de los políticos españoles es tan dramática y patética que celebran una victoria tan pírrica como la de Galicia, sustentada en poco más de 2 votos de cada diez posibles. Los ciudadanos conocen tan bien a su degradada casta política que saben que el efecto de una abstención masiva o de un voto en blanco abrumador sería practicamente nulo ante nuestros políticos descarados e inmorales. Si solo votara el 30 por ciento del censo, ellos se repartirían el poder de igual modo, a pesar de que en cualquier democracia solvente esa cifra indicaría desligitimación y fracaso del sistema.
Lo ocurrido en Galicia es solo el anticipo de lo que se avecina: una marea impresionante de votos en blanco y de abstenciones, producto no del desinterés o de la desidia ciudadana, como intentarán explicar los políticos, sino del rechazo ciudadano a la falsa democracia española y a una casta política en la que ya no hay partidos buenos y partidos malos, sino una masa degenerada de vividores que ni siquiera conocen las reglas básicas de la democracia y que ya son incapaces de abandonar la corrupción y de anteponer el bien común a sus propios intereses de partido.
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