¿Qué nos ha ocurrido a los españoles? ¿Cómo hemos caído tan bajo? ¿Por qué guardamos silencio ante las agresiones de Marruecos, a España y al pueblo saharaui? ¿Por qué soportamos que un político mediocre y arrogante, como José Montilla, tenga que ser traducido en el Senado porque se niega a hablar en la lengua común? ¿Por qué no hacemos valer nuestra condición de soberanos de la democracia y ponemos firmes a esa pandilla de políticos que nadan en el error, la torpeza, el abuso, la corrupción y la insolencia? ¿Por qué hemos consentido que una banda vulgar de malos políticos llegue al gobierno y nos arruine? ¿Que nos ha hecho tan cobardes y sumisos? ¿Dónde está la rebeldía y la dignidad de este pueblo que llegó a ser admirado y temido en el pasado?
Hemos soportado como esclavos sin dignidad que un gobierno de mediocres arruine en pocos años nuestra economía, que hace poco era la envidia de todo Occidente. Hemos permitido que la pandilla de inútiles que nos gobiernan se endeuden hasta hipotecar nuestro futuro y el de nuestros hijos. Lo toleramos todo y parecemos un pueblo de borregos acobardados. Bajamos los ojos como ganado humillado cuando les vemos circular en sus rutilantes autos oficiales. Nos están llevando a la ruina y al fracaso, pero les admiramos en silencio y cada día permitimos que nos deslumbren en los telediarios. Sabemos que muchos de ellos deberían estar en la cárcel, pero les agasajamos cuando acuden a los actos públicos y permitimos que se sienten en las tribunas, que destaquen como héroes, cuando sólo merecen nuestro desprecio y ser arrojados del poder por su torpeza, por su mediocridad, por sus inmensas corrupciones, por los estragos que causan al pueblo y a la nación.
La última fechoría de la "casta" política la ha protagonizado un mediocre arrogante llamado Montilla, nacido en un pueblo de Córdoba, pero elevado por su partido socialista hasta la presidencia de Cataluña, al que, en plena crisis, cuando millones de españoles tiemblan de miedo ante el hambre y el futuro, hemos pagado un equipo de traductores porque se niega a hablar en el idioma común y para que nos ofenda desde el Senado, amenazándonos con la ruptura si el Tribunal Constitucional rechaza, como es su deber, un Estatuto Catalán que ya nació violando la Constitución. Ciertamente, no es éste el peor desmán de la "casta", pero si uno de los más humillantes y ridículos, merecedor del rechazo y de la reacción digna de un pueblo de ciudadanos soberanos, que debería ser capaz de echar a gorrazos del Senado a semejante energúmeno y destituirlo por provocador y anticonstitucional.
Hemos permitido que los políticos incumplan a diario los códigos de la decencia, que maltraten la misma Constitución y que asesinen la democracia, sustituyéndola por una ilícita oligocracia de partidos. Hemos guardado un silencio despreciable ante las "listas negras" de empresas y personas represaliadas por los políticos, a los que jamás se les daban subvenciones o ayudas. Hemos convivido a diario con la indecencia que representa intercambiar concesiones públicas por comisiones ilegales. Hemos soportado sin rechistar que nos subyuguen, que sometan a la sociedad civil, que la desarticulen y que la ocupen, que llenen las cajas de ahorros de políticos y sindicalistas ineptos, tan ineptos que la mayoría de las cajas están hoy en la ruina. Hemos vuelto la mirada cuando los políticos han ocupado las universidades y han comprado la cultura con el dinero de todos. Hemos doblado la rodilla como bellacos cuando los políticos, con el dinero público, han silenciado a los medios de comunicación y les han hecho cómplices de la mentira, de la manipulación y del engaño. Hemos callado ante atrocidades e injusticias que ningún pueblo noble debería haber soportado jamás: concursos públicos amañados y otorgados a dedo, a empresas de amigos, recaudadores de los partidos políticos practicando la extorsión silenciosa entre las empresas, millones de euros entregados a los sindicartos y a la patronal para comprar silencio y apoyos ilícitos, delincuentes disfrazados de alcaldes y concejales cobrando comisiones a cambio de legalizar el urbanismo salvaje, agresiones al principio de igualdad de oportunidades, que los puestos de trabajo públicos sean para los familiares y amigos de la "casta" política, que repartan el dinero público como tahures, que conviertan a las administraciones públicas en gigantescos aparcamientos de lujo, donde cientos de miles de inútiles y aprovechados ordeñan al Estado cada día, sin aportar nada a cambio.
Pero a quien más hemos consentido es al presidente del gobierno, un tipo sin prestigio, que ha perdido hasta el respeto de sus colegas internacionales, que lo soporta todo con tal de seguir en el poder, al que hemos dejado practicar todo lo que degrada y hace ignominiosa la política, desde la mentira reiterada hasta el engaño a los ciudadanos, desde la compra de votos con dinero público hasta sellar pactos con partidos antiespañoles, sin otra justificación que mantenerse en el poder. Hemos permitido, sin alzarnos contra él, cargados de decencia, dignidad y rabia, que nos endeude hasta la locura, que despilfarre nuestro dinero, que hipoteque nuestro futuro, que convierta la política española en un estercolero y que se niegue como un niño mimado, caprichoso e insolente, a adelgazar el Estado, a suprimir ministerios innecesarios, a licenciar a los miles de asesores inútiles y a los cientos de miles de parásitos superfluos que viven del erario público sólo porque son amigos del partido, familiares de políticos o gente a la que hay que comprar la voluntad.
Si personajes del pasado, de cuando España era un pueblo pujante y decente, como Miguel de Cervantes, Gonzalo Fernández de Córdoba o Ignacio de Loyola, levantaran la cabeza de sus tumbas y miraran nuestro humillante presente, nos escupirían con razón, cargados de desprecio, y no identificarían en los españoles de hoy a los hijos de la vieja patria, descendientes de aquella austeridad y valor que hicieron retroceder al mundo ante nuestro avance. El espectáculo que los españoles de hoy ofrecemos ante el mundo, soportando la bota de una de las más incapaces y dañinas "castas" políticas del mundo desarrollado, es bochornoso, digno de desprecio y cargado de oprobio.
¿Se puede ser más cobarde. más ruín y más esclavo?
Hasta hemos soportado en silencio el último gran abuso y la injusticia reciente de permitir que el presidente de los españoles, negándose a suprimir ministerios y a adelgazar al Estado, haga pagar sus errores y desmanes a los más desfavorecidos y débiles de la sociedad española, a los pensionistas, viudas, huérfanos, funcionarios y futuras madres, una fechoría perpetrada mientras que los privilegios de las castas siguen intocables, mientras siguen rodando los miles de coches oficiales, funcionado las tarjetas de crédito y pagándose las habituales comilonas, bien regadas, en los mejores restaurantes del país.
¿Se puede ser más indigno?
Nuestro gobierno ha convertido a la antes orgullosa y envidiada España en un protectorado a las órdenes de Ecofim, del FMI, de Estados Unidos, Francia y Alemania, sin que les hayamos expulsado del poder como merecido castigo. Han convertido España en un lodazal donde la injusticia y el abuso campean por doquier, sin que hayamos tenido la dignidad de encerrar en la cárcel a los culpables. La España que han construido con nuestro dinero y en nuestro nombre está más dividida que nunca, mas enfrentada, mas arruinada, más desprestigiada, más insegura y más postrada que nunca antes, desde la muerte de Franco. Nuestra España, por culpa de una "casta" fracasada de políticos incapaces, es hoy un país digno de lástima que ocupa únicamente puestos de liderazgo en el ranking mundial de la indecencia, siendo líderes en desempleo, avance de la pobreza, fracaso escolar, baja calidad de la enseñanza, prostitución, alcoholismo, tráfico y consumo de drogas, blanqueo de dinero mafioso y corrupto, población encarcelada, coches oficiales, jóvenes sin futuro, desprestigio de los políticas, hundimiento de los valores, prostitución de la democracia y avance estremecedor de la corrupción.
¿Qué más tienen que hacernos para que dejemos de ser cobardes y reaccionemos con dignidad y decencia? ¿Que nos impide acabar de una vez con la pocilga que la "casta" nos ha construido, con nuestro propio dinero y con nuestro cobarde silencio? ¿Permitiremos que nos suban los impuestos antes de adecentar los estercoleros del poder, cuando sospechamos que ese dinero también podría ser empleado en indecencias e injusticias? ¿Tan cobardes somos?
Hemos soportado como esclavos sin dignidad que un gobierno de mediocres arruine en pocos años nuestra economía, que hace poco era la envidia de todo Occidente. Hemos permitido que la pandilla de inútiles que nos gobiernan se endeuden hasta hipotecar nuestro futuro y el de nuestros hijos. Lo toleramos todo y parecemos un pueblo de borregos acobardados. Bajamos los ojos como ganado humillado cuando les vemos circular en sus rutilantes autos oficiales. Nos están llevando a la ruina y al fracaso, pero les admiramos en silencio y cada día permitimos que nos deslumbren en los telediarios. Sabemos que muchos de ellos deberían estar en la cárcel, pero les agasajamos cuando acuden a los actos públicos y permitimos que se sienten en las tribunas, que destaquen como héroes, cuando sólo merecen nuestro desprecio y ser arrojados del poder por su torpeza, por su mediocridad, por sus inmensas corrupciones, por los estragos que causan al pueblo y a la nación.
La última fechoría de la "casta" política la ha protagonizado un mediocre arrogante llamado Montilla, nacido en un pueblo de Córdoba, pero elevado por su partido socialista hasta la presidencia de Cataluña, al que, en plena crisis, cuando millones de españoles tiemblan de miedo ante el hambre y el futuro, hemos pagado un equipo de traductores porque se niega a hablar en el idioma común y para que nos ofenda desde el Senado, amenazándonos con la ruptura si el Tribunal Constitucional rechaza, como es su deber, un Estatuto Catalán que ya nació violando la Constitución. Ciertamente, no es éste el peor desmán de la "casta", pero si uno de los más humillantes y ridículos, merecedor del rechazo y de la reacción digna de un pueblo de ciudadanos soberanos, que debería ser capaz de echar a gorrazos del Senado a semejante energúmeno y destituirlo por provocador y anticonstitucional.
Hemos permitido que los políticos incumplan a diario los códigos de la decencia, que maltraten la misma Constitución y que asesinen la democracia, sustituyéndola por una ilícita oligocracia de partidos. Hemos guardado un silencio despreciable ante las "listas negras" de empresas y personas represaliadas por los políticos, a los que jamás se les daban subvenciones o ayudas. Hemos convivido a diario con la indecencia que representa intercambiar concesiones públicas por comisiones ilegales. Hemos soportado sin rechistar que nos subyuguen, que sometan a la sociedad civil, que la desarticulen y que la ocupen, que llenen las cajas de ahorros de políticos y sindicalistas ineptos, tan ineptos que la mayoría de las cajas están hoy en la ruina. Hemos vuelto la mirada cuando los políticos han ocupado las universidades y han comprado la cultura con el dinero de todos. Hemos doblado la rodilla como bellacos cuando los políticos, con el dinero público, han silenciado a los medios de comunicación y les han hecho cómplices de la mentira, de la manipulación y del engaño. Hemos callado ante atrocidades e injusticias que ningún pueblo noble debería haber soportado jamás: concursos públicos amañados y otorgados a dedo, a empresas de amigos, recaudadores de los partidos políticos practicando la extorsión silenciosa entre las empresas, millones de euros entregados a los sindicartos y a la patronal para comprar silencio y apoyos ilícitos, delincuentes disfrazados de alcaldes y concejales cobrando comisiones a cambio de legalizar el urbanismo salvaje, agresiones al principio de igualdad de oportunidades, que los puestos de trabajo públicos sean para los familiares y amigos de la "casta" política, que repartan el dinero público como tahures, que conviertan a las administraciones públicas en gigantescos aparcamientos de lujo, donde cientos de miles de inútiles y aprovechados ordeñan al Estado cada día, sin aportar nada a cambio.
Pero a quien más hemos consentido es al presidente del gobierno, un tipo sin prestigio, que ha perdido hasta el respeto de sus colegas internacionales, que lo soporta todo con tal de seguir en el poder, al que hemos dejado practicar todo lo que degrada y hace ignominiosa la política, desde la mentira reiterada hasta el engaño a los ciudadanos, desde la compra de votos con dinero público hasta sellar pactos con partidos antiespañoles, sin otra justificación que mantenerse en el poder. Hemos permitido, sin alzarnos contra él, cargados de decencia, dignidad y rabia, que nos endeude hasta la locura, que despilfarre nuestro dinero, que hipoteque nuestro futuro, que convierta la política española en un estercolero y que se niegue como un niño mimado, caprichoso e insolente, a adelgazar el Estado, a suprimir ministerios innecesarios, a licenciar a los miles de asesores inútiles y a los cientos de miles de parásitos superfluos que viven del erario público sólo porque son amigos del partido, familiares de políticos o gente a la que hay que comprar la voluntad.
Si personajes del pasado, de cuando España era un pueblo pujante y decente, como Miguel de Cervantes, Gonzalo Fernández de Córdoba o Ignacio de Loyola, levantaran la cabeza de sus tumbas y miraran nuestro humillante presente, nos escupirían con razón, cargados de desprecio, y no identificarían en los españoles de hoy a los hijos de la vieja patria, descendientes de aquella austeridad y valor que hicieron retroceder al mundo ante nuestro avance. El espectáculo que los españoles de hoy ofrecemos ante el mundo, soportando la bota de una de las más incapaces y dañinas "castas" políticas del mundo desarrollado, es bochornoso, digno de desprecio y cargado de oprobio.
¿Se puede ser más cobarde. más ruín y más esclavo?
Hasta hemos soportado en silencio el último gran abuso y la injusticia reciente de permitir que el presidente de los españoles, negándose a suprimir ministerios y a adelgazar al Estado, haga pagar sus errores y desmanes a los más desfavorecidos y débiles de la sociedad española, a los pensionistas, viudas, huérfanos, funcionarios y futuras madres, una fechoría perpetrada mientras que los privilegios de las castas siguen intocables, mientras siguen rodando los miles de coches oficiales, funcionado las tarjetas de crédito y pagándose las habituales comilonas, bien regadas, en los mejores restaurantes del país.
¿Se puede ser más indigno?
Nuestro gobierno ha convertido a la antes orgullosa y envidiada España en un protectorado a las órdenes de Ecofim, del FMI, de Estados Unidos, Francia y Alemania, sin que les hayamos expulsado del poder como merecido castigo. Han convertido España en un lodazal donde la injusticia y el abuso campean por doquier, sin que hayamos tenido la dignidad de encerrar en la cárcel a los culpables. La España que han construido con nuestro dinero y en nuestro nombre está más dividida que nunca, mas enfrentada, mas arruinada, más desprestigiada, más insegura y más postrada que nunca antes, desde la muerte de Franco. Nuestra España, por culpa de una "casta" fracasada de políticos incapaces, es hoy un país digno de lástima que ocupa únicamente puestos de liderazgo en el ranking mundial de la indecencia, siendo líderes en desempleo, avance de la pobreza, fracaso escolar, baja calidad de la enseñanza, prostitución, alcoholismo, tráfico y consumo de drogas, blanqueo de dinero mafioso y corrupto, población encarcelada, coches oficiales, jóvenes sin futuro, desprestigio de los políticas, hundimiento de los valores, prostitución de la democracia y avance estremecedor de la corrupción.
¿Qué más tienen que hacernos para que dejemos de ser cobardes y reaccionemos con dignidad y decencia? ¿Que nos impide acabar de una vez con la pocilga que la "casta" nos ha construido, con nuestro propio dinero y con nuestro cobarde silencio? ¿Permitiremos que nos suban los impuestos antes de adecentar los estercoleros del poder, cuando sospechamos que ese dinero también podría ser empleado en indecencias e injusticias? ¿Tan cobardes somos?
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