La retahila de estupideces e imbecilidades que se han visto en las sesiones de investidura de Pedro Sánchez y en las negociaciones posteriores es sobrecogedora. Que si la derecha, que si la izquierda, que si el progreso, que si al PP ni agua, que a mi me corresponde gobernar, que yo seré vicepresidente... Pero ni una palabra sobre lo que España realmente necesita, ni un sólo movimiento o gesto que refleje servicio, generosidad o amor a la patria. Fue lo más parecido a un cónclave de miserables, mezclados con imbéciles y con egoístas, arrogantes y corruptos infiltrados.
La Iglesia Católica, una institución cargada de pecados pero que ha sabido preservar sus valores con más destreza que la degenerada clase política española, debería servir de ejemplo para España porque, desde el Concilio de Lyon, encierra bajo llave a los cardenales en cónclave y, cuando pasaba cierto tiempo (cinco días) sin elegir papa, se les condenaba a ayuno de pan y agua hasta que cumplían con su deber de elegir al nuevo pontífice.
Estos diputados españoles llevan cuatro meses sin elegir gobierno, un periodo más que suficiente para que hubieran cumplido con su deber. Les habría venido bien, para adelgazar sus culos grasientos una dieta de pan y agua hasta que forjaran un gobierno para España.
Nosotros, desgraciados ciudadanos españoles aplastados por el poder, deberíamos hacer con nuestros políticos lo mismo que hizo siempre la Iglesia, aunque previamente tendríamos que cambiar el sistema, ya que con el actual vigente nadie ni nada puede torcer la voluntad y el capricho de la privilegiada casta política española, que ha legislado, moldeado y envilecido el sistema a su antojo para decidir y gobernar sin interferencias, sin controles y con todo el poder acumulado en sus ineptas manos.
Repetir las elecciones representa todo un fracaso de 350 diputados privilegiados, que no rinden cuenta ante nadie y a los que no les importa nada mantener al país en vilo, sin gobierno, sin soluciones y terminando, como es su deber, con una provisionalidad e inquietud que asusta a los inversores, espanta el capital, altera la convivencia y está frenando el ilusionante despegue económico español.
Cuentan que cuando la democracia daba sus primeros pasos, los flamantes partidos políticos fueron por todos los pueblos a pedir el voto para sus candidatos. Un campesina pidió a los partidos que le enseñaran la foto de todos los candidatos. No conocía a ninguno pero eligió uno de ellos. Le preguntaron ¿por qué ha elegido a ese y no a los otros? Respondió: Lo he elegido porque está gordo y a los otros hay que engordarlos.
La anécdota debería servir para reflexionar: los españoles, cada vez que elegimos diputados y senadores, tenemos que engordarlos sin exigirles nada a cambio, sin que ni siquiera cumplan con sus deberes. Engordar a un cerdo reporta carne y grasa al campesino, pero engordar a un político, en España, es el peor negocio imaginable.
En lugar de repetir las elecciones, los españoles, demostrando que el pueblo es el que paga y manda, el verdadero "soberano" en democracia, deberíamos encerrar a los 350 diputados y someterlos a dieta de adelgazamiento severo hasta que aprendan a ser decentes, a anteponer los intereses de la nación y del pueblo a sus miserias y ambiciones, a servir al ciudadano y a cumplir sus deberes como políticos elegidos en una democracia.
Francisco Rubiales
La Iglesia Católica, una institución cargada de pecados pero que ha sabido preservar sus valores con más destreza que la degenerada clase política española, debería servir de ejemplo para España porque, desde el Concilio de Lyon, encierra bajo llave a los cardenales en cónclave y, cuando pasaba cierto tiempo (cinco días) sin elegir papa, se les condenaba a ayuno de pan y agua hasta que cumplían con su deber de elegir al nuevo pontífice.
Estos diputados españoles llevan cuatro meses sin elegir gobierno, un periodo más que suficiente para que hubieran cumplido con su deber. Les habría venido bien, para adelgazar sus culos grasientos una dieta de pan y agua hasta que forjaran un gobierno para España.
Nosotros, desgraciados ciudadanos españoles aplastados por el poder, deberíamos hacer con nuestros políticos lo mismo que hizo siempre la Iglesia, aunque previamente tendríamos que cambiar el sistema, ya que con el actual vigente nadie ni nada puede torcer la voluntad y el capricho de la privilegiada casta política española, que ha legislado, moldeado y envilecido el sistema a su antojo para decidir y gobernar sin interferencias, sin controles y con todo el poder acumulado en sus ineptas manos.
Repetir las elecciones representa todo un fracaso de 350 diputados privilegiados, que no rinden cuenta ante nadie y a los que no les importa nada mantener al país en vilo, sin gobierno, sin soluciones y terminando, como es su deber, con una provisionalidad e inquietud que asusta a los inversores, espanta el capital, altera la convivencia y está frenando el ilusionante despegue económico español.
Cuentan que cuando la democracia daba sus primeros pasos, los flamantes partidos políticos fueron por todos los pueblos a pedir el voto para sus candidatos. Un campesina pidió a los partidos que le enseñaran la foto de todos los candidatos. No conocía a ninguno pero eligió uno de ellos. Le preguntaron ¿por qué ha elegido a ese y no a los otros? Respondió: Lo he elegido porque está gordo y a los otros hay que engordarlos.
La anécdota debería servir para reflexionar: los españoles, cada vez que elegimos diputados y senadores, tenemos que engordarlos sin exigirles nada a cambio, sin que ni siquiera cumplan con sus deberes. Engordar a un cerdo reporta carne y grasa al campesino, pero engordar a un político, en España, es el peor negocio imaginable.
En lugar de repetir las elecciones, los españoles, demostrando que el pueblo es el que paga y manda, el verdadero "soberano" en democracia, deberíamos encerrar a los 350 diputados y someterlos a dieta de adelgazamiento severo hasta que aprendan a ser decentes, a anteponer los intereses de la nación y del pueblo a sus miserias y ambiciones, a servir al ciudadano y a cumplir sus deberes como políticos elegidos en una democracia.
Francisco Rubiales
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