España se hunde, pero su ruína no es producto de la crisis económica que asola al mundo, sino de sus muchos y poderosos enemigos internos, entre los que destacan tres de especial ferocidad y capacidad destructiva: los partidos políticos, especialmente los nacionalistas, los sindicatos mayoritarios y el propio presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, la pieza con mayor poder de la peor de las plagas antiespañolas: la "casta" política en general.
Nadie ha hecho más daño a España que Zapatero. Su negativa a reconocer la existencia de la crisis, su negativa a emprender las reformas que han salvado a otras economías, su miedo a equivocarse y sus decisiones erróneas e inútiles han convertido a España en el país más azotado por la crisis entre las economías prósperas del planeta.
Pero su responsabilidad llega más lejos por haber puesto en crisis también otros ámbitos vitales de la nación española, como son el tejido productivo español, que ha perdido cientos de miles de empresas, comercios, talleres y núcleos productivos autónomos; la sociedad civil, tan ocupada por el sector público e intervenida por el gobierno que se encuentra en estado de coma; la confianza ciudadana en el poder político, destruida por un Zapatero que ha utilizado la mentira y el engaño como punta de lanza de su gobierno; el aparato del Estado, que ha crecido tanto que hoy es insostenible y que, en estos tiempos de crisis, con sus miles de instituciones y empresas públicas y sus cientos de miles de enchufados y colocados innecesarios por el clientelismo, el amiguismo y el nepotismo, pesa sobre el futuro de España como una insoportable losa de plomo.
Los sindicatos mayoritarios y los partidos políticos en general, sobre todo los nacionalistas, han sido los cómplices que Zapatero necesitaba para que su tarea de destrucción de la España diseñada en la Transición quedara completada hasta límites insospechados.
Al abrir las puertas del Estado a los sindicatos mayoritarios, convirtiéndolos en cómplices activos del gobierno, Zapatero no sólo ha comprado al sindicalismo español, sino que también lo ha castrado y privado de futuro. Atiborrados de poder, dinero y privilegios, las élites sindicales del presente han condenado a muerte a los dos sindicatos mayoritarios, Comisiones Obreras y UGT, incapaces de reponerse de la vergüenza de no haber sido capaces de representar a los millones de obreros y empleados que en España han perdido su puesto de trabajo.
El sometimiento esclavo de los sindicatos al gobierno de Zapatero ha constituido el certificado de defunción del sindicalismo tradicional español, cuya imponente traición de clase le ha cerrado las puertas del futuro.
Pero la responsabilidad mayor en la catástrofe española, después de Zapatero, es de los partidos políticos, especialmente de los dos grandes, PSOE y PP, entregados a la corrupción, al privilegio y a sus propios intereses de poder, precisamente cuando España y los españoles más necesitaban su liderazgo.
Especialmente grave y perverso ha sido el espectáculo ofrecido al unísono por el PSOE y los partidos nacionalistas españoles, incluyendo a los separatistas que tienen por bandera el odio a España. Al pactar con ellos para ejercer el poder y al comprar con dinero público sus votos en el Congreso, Zapatero no sólo se ha pervertido él, sino que ha contaminado de manera grave y casi irreversible a su propio partido, a los partidos "socios" y a la misma democracia española, frente a la que el ciudadano demócrata y responsable ha aprendido a sentir asco.
Zapatero ha demostrado hasta el cansancio que es capaz de sellar pactos "contra natura" con partidos políticos de ideología contraria, algunos de ellos claros enemigos del Estado. Al hacerlo una y otra vez, sin otro motivo y fin que el control del poder, ha envilecido la democracia hasta extremos nauseabundos. Cuando ha comprado con dinero público los votos que necesitaba en el Congreso para aprobar sus leyes, no ha cometido ilegalidad alguna porque la deficiente democracia española permite esos desmanes, pero ha traspasado todas las líneas rojas de la decencia y ha desprestigiado al sistema y a la casta política española hasta más allá de lo tolerable, quizás de manera irreversible, perdiendo la confianza de todo ciudadano español que conserve conciencia y sentido de la democracia.
Es cierto que la oposición del Partido Popular no ha participado en esos terribles aquelarres antidemocráticos de Zapatero, pero no es menos cierto que ha sido incapaz de mantener encendida la llama de la decencia en estos tiempos difíciles. Acobardada, con miedo a equivocarse, soñando con heredar el poder no por méritos propios sino por los errores y el desgaste del socialismo, la derecha española ha sido incapaz de mantenerse al margen de la corrupción, no ha sabido ilusionar a los españoles con propuestas y programas de regeneración ni de representar una esperanza o una alternativa de altura ante el drama demoledor de Zapatero.
La situación es tan triste para los demócratas españoles que se sienten más atraídos por demostrar ante las urnas su profundo rechazo a "la casta" política en general y a la dictadura de partidos reinante, mediante el voto en blanco, el voto nulo o la abstención, que votando a una derecha que no consideran una alternativa ilusionante. Los que, aterrorizados ante lo que Zapatero representa, terminen votando al PP, tendrán que hacerlo con la nariz tapada y portando una mascarilla para eludir el terrible hedor que desprende también la derecha, insertada con todas sus consecuencias en la sucia partitocracia española.
Nadie ha hecho más daño a España que Zapatero. Su negativa a reconocer la existencia de la crisis, su negativa a emprender las reformas que han salvado a otras economías, su miedo a equivocarse y sus decisiones erróneas e inútiles han convertido a España en el país más azotado por la crisis entre las economías prósperas del planeta.
Pero su responsabilidad llega más lejos por haber puesto en crisis también otros ámbitos vitales de la nación española, como son el tejido productivo español, que ha perdido cientos de miles de empresas, comercios, talleres y núcleos productivos autónomos; la sociedad civil, tan ocupada por el sector público e intervenida por el gobierno que se encuentra en estado de coma; la confianza ciudadana en el poder político, destruida por un Zapatero que ha utilizado la mentira y el engaño como punta de lanza de su gobierno; el aparato del Estado, que ha crecido tanto que hoy es insostenible y que, en estos tiempos de crisis, con sus miles de instituciones y empresas públicas y sus cientos de miles de enchufados y colocados innecesarios por el clientelismo, el amiguismo y el nepotismo, pesa sobre el futuro de España como una insoportable losa de plomo.
Los sindicatos mayoritarios y los partidos políticos en general, sobre todo los nacionalistas, han sido los cómplices que Zapatero necesitaba para que su tarea de destrucción de la España diseñada en la Transición quedara completada hasta límites insospechados.
Al abrir las puertas del Estado a los sindicatos mayoritarios, convirtiéndolos en cómplices activos del gobierno, Zapatero no sólo ha comprado al sindicalismo español, sino que también lo ha castrado y privado de futuro. Atiborrados de poder, dinero y privilegios, las élites sindicales del presente han condenado a muerte a los dos sindicatos mayoritarios, Comisiones Obreras y UGT, incapaces de reponerse de la vergüenza de no haber sido capaces de representar a los millones de obreros y empleados que en España han perdido su puesto de trabajo.
El sometimiento esclavo de los sindicatos al gobierno de Zapatero ha constituido el certificado de defunción del sindicalismo tradicional español, cuya imponente traición de clase le ha cerrado las puertas del futuro.
Pero la responsabilidad mayor en la catástrofe española, después de Zapatero, es de los partidos políticos, especialmente de los dos grandes, PSOE y PP, entregados a la corrupción, al privilegio y a sus propios intereses de poder, precisamente cuando España y los españoles más necesitaban su liderazgo.
Especialmente grave y perverso ha sido el espectáculo ofrecido al unísono por el PSOE y los partidos nacionalistas españoles, incluyendo a los separatistas que tienen por bandera el odio a España. Al pactar con ellos para ejercer el poder y al comprar con dinero público sus votos en el Congreso, Zapatero no sólo se ha pervertido él, sino que ha contaminado de manera grave y casi irreversible a su propio partido, a los partidos "socios" y a la misma democracia española, frente a la que el ciudadano demócrata y responsable ha aprendido a sentir asco.
Zapatero ha demostrado hasta el cansancio que es capaz de sellar pactos "contra natura" con partidos políticos de ideología contraria, algunos de ellos claros enemigos del Estado. Al hacerlo una y otra vez, sin otro motivo y fin que el control del poder, ha envilecido la democracia hasta extremos nauseabundos. Cuando ha comprado con dinero público los votos que necesitaba en el Congreso para aprobar sus leyes, no ha cometido ilegalidad alguna porque la deficiente democracia española permite esos desmanes, pero ha traspasado todas las líneas rojas de la decencia y ha desprestigiado al sistema y a la casta política española hasta más allá de lo tolerable, quizás de manera irreversible, perdiendo la confianza de todo ciudadano español que conserve conciencia y sentido de la democracia.
Es cierto que la oposición del Partido Popular no ha participado en esos terribles aquelarres antidemocráticos de Zapatero, pero no es menos cierto que ha sido incapaz de mantener encendida la llama de la decencia en estos tiempos difíciles. Acobardada, con miedo a equivocarse, soñando con heredar el poder no por méritos propios sino por los errores y el desgaste del socialismo, la derecha española ha sido incapaz de mantenerse al margen de la corrupción, no ha sabido ilusionar a los españoles con propuestas y programas de regeneración ni de representar una esperanza o una alternativa de altura ante el drama demoledor de Zapatero.
La situación es tan triste para los demócratas españoles que se sienten más atraídos por demostrar ante las urnas su profundo rechazo a "la casta" política en general y a la dictadura de partidos reinante, mediante el voto en blanco, el voto nulo o la abstención, que votando a una derecha que no consideran una alternativa ilusionante. Los que, aterrorizados ante lo que Zapatero representa, terminen votando al PP, tendrán que hacerlo con la nariz tapada y portando una mascarilla para eludir el terrible hedor que desprende también la derecha, insertada con todas sus consecuencias en la sucia partitocracia española.
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