Nadie se atreve a decirlo y muchos se escandalizarán al oírlo, pero es rotundamente cierto: un país que no cree en sus dirigentes ni en la falsa democracia que le han impuesto y que se siente víctima de la corrupción, la injusticia y el abuso de poder, carece de la serenidad, la lucidez y la paz interior suficientes para elegir en libertad.
Acudir a las urnas con el desánimo actual, saturados de desconfianza, odiando a los políticos y a sus partidos y con un insano miedo al futuro es peligroso, muy peligroso, porque de la consulta pueden surgir vencedores cargados de riesgo e inquietud.
La democracia es un sistema que se sustenta sobre cimientos que España ha perdido. El primero y principal es la confianza en el liderazgo, en los partidos y en la clase dirigente. Sin esa confianza, no hay condiciones para el voto libre porque muchos ciudadanos, cabreados e indignados, emitirán votos de venganza y de rabia, carentes de serenidad y ponderación.
Los políticos dicen que cuando hay turbación y crisis "hay que dar la palabra al pueblo", refiriéndose al voto, pero eso no es cierto porque lo que hay que dar al pueblo es el poder de influir, participar y decidir, condiciones básicas de la democracia que en España no se otorgan jamás.
Son los partidos, rechazados y denostados por el pueblo, los que eligen a los que después serán representantes de unos ciudadanos que no se sienten representados porque, ciertamente, los elegidos solo representan a los partidos que les han colocado en las listas y ni siquiera conocen a los ciudadanos de sus circunscripciones.
Después viene ya el drama mayor, una aberración antidemocrática que ha logrado instalarse en el alma del sistema, invalidándolo y convirtiendolo en bastardo: los elegidos se consideran con derecho a gobernar con plena libertad y sin tener en cuenta la voluntad popular durante los cuatro años de la legislatura. Esa violación del deseo soberano del pueblo y de la voluntad popular es una brutalidad en democracia porque el ciudadano nunca pierde su derecho a rechazar y deponer a sus administradores, cuando pierde la confianza en ellos, como ocurre en la vida real y en las empresas, donde los ciudadanos retiran su confianz a sus abogados y los consejos de administración deponen a sus directivos cuando ya no confían en ellos.
España es hoy un país histérico, indignado, cargado de rechazo y hasta odio a los políticos y en esas condiciones la democracia, que es confianza pura, no puede existir. Casi medio país va a votar para parar los pies a Podemos y otra multitud lo hará para vengarse de Rajoy o para castigar al PSOE, al que se sigue culpando de gran parte del hundimiento de la nación. Si a esos se suman los que votarán por odio a España y los que lo harán por odio al nacionalismo, el mapa electoral es lo mas parecido a un campo de batalla plagado de violencia contenida y pasiones rastreras.
Nadie puede explicar por qué se han convocado elecciones anticipadas en Andalucía, salvo que se admita el capricho de una socialista educada en el aparato que solo quiere mas poder. En Cataluña, las elecciones se han convocado desde el odio a España y el espíritu de revancha. La histeria y la suciedad han impregnado hasta las urnas.
Si votar en esas condiciones, sin esperanza, sin ilusión y con odio, es democrático, que venga Dios y lo vea.
En esas condiciones deplorables, pueden votarse opciones antidemocráticas e indecentes ue nunca serían votadas en un ambiente sereno. El voto en democracia requiere paz y un debate previo, cuerdo y sosegado, pero en España eso es imposible. Las papeletas entrarán en las urnas impregnadas de rechazo, odio y rabia, demasiada rabia, aunque sea comprensible dado el comportamiento de una clase política que es culpable de haber convertido el país en un basurero injusto, empobrecido e inmoral.
Acudir a las urnas con el desánimo actual, saturados de desconfianza, odiando a los políticos y a sus partidos y con un insano miedo al futuro es peligroso, muy peligroso, porque de la consulta pueden surgir vencedores cargados de riesgo e inquietud.
La democracia es un sistema que se sustenta sobre cimientos que España ha perdido. El primero y principal es la confianza en el liderazgo, en los partidos y en la clase dirigente. Sin esa confianza, no hay condiciones para el voto libre porque muchos ciudadanos, cabreados e indignados, emitirán votos de venganza y de rabia, carentes de serenidad y ponderación.
Los políticos dicen que cuando hay turbación y crisis "hay que dar la palabra al pueblo", refiriéndose al voto, pero eso no es cierto porque lo que hay que dar al pueblo es el poder de influir, participar y decidir, condiciones básicas de la democracia que en España no se otorgan jamás.
Son los partidos, rechazados y denostados por el pueblo, los que eligen a los que después serán representantes de unos ciudadanos que no se sienten representados porque, ciertamente, los elegidos solo representan a los partidos que les han colocado en las listas y ni siquiera conocen a los ciudadanos de sus circunscripciones.
Después viene ya el drama mayor, una aberración antidemocrática que ha logrado instalarse en el alma del sistema, invalidándolo y convirtiendolo en bastardo: los elegidos se consideran con derecho a gobernar con plena libertad y sin tener en cuenta la voluntad popular durante los cuatro años de la legislatura. Esa violación del deseo soberano del pueblo y de la voluntad popular es una brutalidad en democracia porque el ciudadano nunca pierde su derecho a rechazar y deponer a sus administradores, cuando pierde la confianza en ellos, como ocurre en la vida real y en las empresas, donde los ciudadanos retiran su confianz a sus abogados y los consejos de administración deponen a sus directivos cuando ya no confían en ellos.
España es hoy un país histérico, indignado, cargado de rechazo y hasta odio a los políticos y en esas condiciones la democracia, que es confianza pura, no puede existir. Casi medio país va a votar para parar los pies a Podemos y otra multitud lo hará para vengarse de Rajoy o para castigar al PSOE, al que se sigue culpando de gran parte del hundimiento de la nación. Si a esos se suman los que votarán por odio a España y los que lo harán por odio al nacionalismo, el mapa electoral es lo mas parecido a un campo de batalla plagado de violencia contenida y pasiones rastreras.
Nadie puede explicar por qué se han convocado elecciones anticipadas en Andalucía, salvo que se admita el capricho de una socialista educada en el aparato que solo quiere mas poder. En Cataluña, las elecciones se han convocado desde el odio a España y el espíritu de revancha. La histeria y la suciedad han impregnado hasta las urnas.
Si votar en esas condiciones, sin esperanza, sin ilusión y con odio, es democrático, que venga Dios y lo vea.
En esas condiciones deplorables, pueden votarse opciones antidemocráticas e indecentes ue nunca serían votadas en un ambiente sereno. El voto en democracia requiere paz y un debate previo, cuerdo y sosegado, pero en España eso es imposible. Las papeletas entrarán en las urnas impregnadas de rechazo, odio y rabia, demasiada rabia, aunque sea comprensible dado el comportamiento de una clase política que es culpable de haber convertido el país en un basurero injusto, empobrecido e inmoral.
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