Tengo un amigo, profesor universitario de derecho, que opina que es más digno soportar a un tirano que a una oligarquía antidemocrática corrupta, disfrazada de democracia y apalancada en el poder. Aplicando su tesis a España, dice que sería menos humillante ser gobernados por un tirano medianamente inteligente que por un inepto como Zapatero, que nos conduce hacia el abismo, o por cualquier representante de la partitocracia degradada que nos malgobierna, humilla y engaña, autodenominándose "democracia".
Cuenta que la democracia clásica de Atenas solía elegir a un tirano en tiempos de guerra o en medio de crisis agudas, tal vez como la que ahora vive España, cuando el gobierno demostraba su incapacidad para superar los problemas de la sociedad, cuando la división impedía a la asamblea tomar decisiones importantes o cuando el pueblo necesitaba un liderazgo fuerte porque el drama sobrevolaba sus cabezas. La República de Roma también recurrió a la dictadura en tiempos difíciles y designó como dictadores "salvadores" a gente tan famosa como Mario, Sila y Julio César.
Contrariamente a lo que dicen nuestros políticos, la tiranía no es la antítesis de la democracia, sino un recurso que puede ser también democrático, aunque excepcional, apropiado para tiempos muy difíciles. Lo contrario de la democracia, según sus inventores, los griegos clásicos, y cientos de filósofos, no es la tiranía sino la oligocracia, precisamente lo que hoy tenemos en España: un gobierno de los poderosos organizados que suplanta al pueblo y que gobierna anteponiendo los intereses propios a los de la comunidad.
En las actuales circunstancias, algunos empiezan a pensar que tal vez deberíamos buscar a un buen tirano para que sustituya a Zapatero y quiebre su inexorable deriva hacia el fracaso de España y nuestra derrota como pueblo. Es una decisión dura, pero no dramática porque su mandato podría ser temporal y extraordinario, un mal necesario motivado por la incapacidad de nuestros actuales líderes para gobernarnos con justicia y eficiencia.
Mi amigo el profesor cree que tal vez esté llegando el momento de que pudiéramos nombrar en España a un tirano para que nos saque las castañas del fuego, dado que ni Zapatero, ni Rajoy, ni otras "figuras" de la deteriorada tribu de los políticos profesionales españoles, a juzgar por los resultados, parecen capaces de gobernar la nación con la pericia necesaria.
El profesor cuenta que los habitantes de Marbella, hastiados de alcaldes corruptos del PSOE, eligieron un día a Jesús Gil como tirano local. Los italianos, asqueados de tripartitos y pentapartitos corruptos, dominados por la Democracia Cristiana y el Socialismo, encontraron en Berlusconi una especie de tirano, aunque elegido en las urnas, distinto por completo a aquel mundo corrupto y nauseabundo de políticos ineptos. Hoy, a pesar de sus escándalos y chulerías, los italianos siguen apoyando a Berlusconi porque recuerdan al socialista Craxi, al democristiano Andreotti, a los infectos comunistas y a otras tribus de indeseables políticos "profesionales".
Sin embargo, conviene tener en cuenta que elegir a un buen tirano es más complejo que elegir a un presidente de gobierno. Con el tirano hay que afinar y no equivocarse porque, si nos descuidamos, cuando pruebe las delicias y privilegios del poder, es capaz de fundar un partido que le arrope y quedarse en el sillón hasta que muera. Ya ocurrió con Mussolini, elegido contra la partitocracia corrompida de la Italia de los años veinte del pasado siglo.
El tirano, para que salve a la nación del caos y la corrupción, tiene que ser independiente, no tener filiación política ni simpatías acentuadas, ser inteligente, dotado de virtudes y dispuesto a sacrificarse por los demás, toda una "pera en dulce" imposible de encontrar hoy en las filas de los partidos, por lo general fanatizados y en espera permanente de puestos, recompensas, privilegios y poder, cuando ganen los suyos.
Mi amigo el "cátedro" afirma que hay algunos españoles que son buenos candidatos para ser designados "tiranos democráticos" y cuyo dominio sería menos degradante que soportar la caprichosa e hipócrita bota de un oligarca de partido. Entre ellos cita, por ejemplo, a Isidoro Álvarez, presidente de El Corte Inglés, una empresa ejemplar que funciona y que, sin duda, sabría como extraer lo mejor de nosotros, unirnos y luchar juntos para superar la crisis y la asquerosa convivencia a la que nos han llevado los políticos irresponsables. Otros candidatos citados podrían ser Rafael Nadal, a pesar de su juventud, deportista ejemplar y modelo útil para los jóvenes, el escritor Pérez Reverte, cuyos escritos describen y fustigan sin piedad a la nefasta "casta" política española, tal vez Amancio Ortega, empresario triunfador y creador del imperio Zara. Cualquiera - argumenta- sería mejor que un tipo como Zapatero, que antepone sus propios intereses y los de su partido a los del pueblo y cuyo mal gobierno está desquiciando la sociedad, destruyendo la unidad, destruyendo los valores y llevando a España hacia la pobreza y el fracaso.
Ojalá no necesitáramos un tirano en España, pero muchos piensan que las cosas están tan mal y nuestros dirigentes son tan nocivos que ya no está del todo claro que un tirano eficiente y ético sea peor que un dirigente elegido en las urnas, pero inmoral, inepto, sectario, empeñado en dividirnos y enfrentarnos, obsesionado con el poder y, aparentemente, fuera de control.
Cuenta que la democracia clásica de Atenas solía elegir a un tirano en tiempos de guerra o en medio de crisis agudas, tal vez como la que ahora vive España, cuando el gobierno demostraba su incapacidad para superar los problemas de la sociedad, cuando la división impedía a la asamblea tomar decisiones importantes o cuando el pueblo necesitaba un liderazgo fuerte porque el drama sobrevolaba sus cabezas. La República de Roma también recurrió a la dictadura en tiempos difíciles y designó como dictadores "salvadores" a gente tan famosa como Mario, Sila y Julio César.
Contrariamente a lo que dicen nuestros políticos, la tiranía no es la antítesis de la democracia, sino un recurso que puede ser también democrático, aunque excepcional, apropiado para tiempos muy difíciles. Lo contrario de la democracia, según sus inventores, los griegos clásicos, y cientos de filósofos, no es la tiranía sino la oligocracia, precisamente lo que hoy tenemos en España: un gobierno de los poderosos organizados que suplanta al pueblo y que gobierna anteponiendo los intereses propios a los de la comunidad.
En las actuales circunstancias, algunos empiezan a pensar que tal vez deberíamos buscar a un buen tirano para que sustituya a Zapatero y quiebre su inexorable deriva hacia el fracaso de España y nuestra derrota como pueblo. Es una decisión dura, pero no dramática porque su mandato podría ser temporal y extraordinario, un mal necesario motivado por la incapacidad de nuestros actuales líderes para gobernarnos con justicia y eficiencia.
Mi amigo el profesor cree que tal vez esté llegando el momento de que pudiéramos nombrar en España a un tirano para que nos saque las castañas del fuego, dado que ni Zapatero, ni Rajoy, ni otras "figuras" de la deteriorada tribu de los políticos profesionales españoles, a juzgar por los resultados, parecen capaces de gobernar la nación con la pericia necesaria.
El profesor cuenta que los habitantes de Marbella, hastiados de alcaldes corruptos del PSOE, eligieron un día a Jesús Gil como tirano local. Los italianos, asqueados de tripartitos y pentapartitos corruptos, dominados por la Democracia Cristiana y el Socialismo, encontraron en Berlusconi una especie de tirano, aunque elegido en las urnas, distinto por completo a aquel mundo corrupto y nauseabundo de políticos ineptos. Hoy, a pesar de sus escándalos y chulerías, los italianos siguen apoyando a Berlusconi porque recuerdan al socialista Craxi, al democristiano Andreotti, a los infectos comunistas y a otras tribus de indeseables políticos "profesionales".
Sin embargo, conviene tener en cuenta que elegir a un buen tirano es más complejo que elegir a un presidente de gobierno. Con el tirano hay que afinar y no equivocarse porque, si nos descuidamos, cuando pruebe las delicias y privilegios del poder, es capaz de fundar un partido que le arrope y quedarse en el sillón hasta que muera. Ya ocurrió con Mussolini, elegido contra la partitocracia corrompida de la Italia de los años veinte del pasado siglo.
El tirano, para que salve a la nación del caos y la corrupción, tiene que ser independiente, no tener filiación política ni simpatías acentuadas, ser inteligente, dotado de virtudes y dispuesto a sacrificarse por los demás, toda una "pera en dulce" imposible de encontrar hoy en las filas de los partidos, por lo general fanatizados y en espera permanente de puestos, recompensas, privilegios y poder, cuando ganen los suyos.
Mi amigo el "cátedro" afirma que hay algunos españoles que son buenos candidatos para ser designados "tiranos democráticos" y cuyo dominio sería menos degradante que soportar la caprichosa e hipócrita bota de un oligarca de partido. Entre ellos cita, por ejemplo, a Isidoro Álvarez, presidente de El Corte Inglés, una empresa ejemplar que funciona y que, sin duda, sabría como extraer lo mejor de nosotros, unirnos y luchar juntos para superar la crisis y la asquerosa convivencia a la que nos han llevado los políticos irresponsables. Otros candidatos citados podrían ser Rafael Nadal, a pesar de su juventud, deportista ejemplar y modelo útil para los jóvenes, el escritor Pérez Reverte, cuyos escritos describen y fustigan sin piedad a la nefasta "casta" política española, tal vez Amancio Ortega, empresario triunfador y creador del imperio Zara. Cualquiera - argumenta- sería mejor que un tipo como Zapatero, que antepone sus propios intereses y los de su partido a los del pueblo y cuyo mal gobierno está desquiciando la sociedad, destruyendo la unidad, destruyendo los valores y llevando a España hacia la pobreza y el fracaso.
Ojalá no necesitáramos un tirano en España, pero muchos piensan que las cosas están tan mal y nuestros dirigentes son tan nocivos que ya no está del todo claro que un tirano eficiente y ético sea peor que un dirigente elegido en las urnas, pero inmoral, inepto, sectario, empeñado en dividirnos y enfrentarnos, obsesionado con el poder y, aparentemente, fuera de control.
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