Desde Aristóteles hasta Darwin y Spencer, ningún pensador político, filósofo o estudioso había imaginado que una sociedad pudiera ser liderada por mediocres. La historia de la Humanidad, claramente explicada por Darwin, refleja el triunfo de los más fuertes y mejores sobre los peores y los mas débiles. Desde los tiempos antiguos, los mas fuertes alcanzaban el poder y ejercían un liderazgo sustentado por la fuerza o la inteligencia superior. Sin embargo, todo cambió cuando se fundaron los partidos políticos y los mediocres descubrieron que, unidos y organizados, podían imponerse a los más fuertes e inteligentes, casi siempre divididos y desorganizados. A partir de entonces, el mundo, dominado por una panda de mediocres organizados en partidos políticos, está revuelto, es más inepto, injusto y depravado y muchas veces involuciona en lugar de evolucionar. Es la consecuencia directa del triunfo de la mediocridad, que ha tomado el poder y creado un imperio político donde los mediocres controlan la historia con la ayuda de torpes, imbéciles y malvados.
La mediocridad es la gran herejía de nuestra época. Los mediocres se han apoderado del mundo y lo han cambiado todo, desde la política a la religión, sin olvidar los valores, las costumbres y las leyes. Todo está dominado por esa plaga, la peor y mas dañina de todos los tiempos.
La sociedad, al igual que la naturaleza, se regía por la selección de las especies y los mejores se imponían a los peores. De ese modo, el mundo avanzaba y casi siempre mejoraba. Pero la irrupción de los partidos políticos en la escena lo cambió todo y los mediocres tomaron el poder, imponiendo a la Historia un devenir alocado, sin lógica, irracional y muchas veces dominado por el mal y sus secuelas de abuso, corrupción, violencia, desigualdad y opresión.
Un vistazo desinteresado a la Historia demuestra que los líderes antiguos eran los mejores y que el pueblo les exigía mucho, sobre todo que se asemejaran a los dioses. Se sentian orgullosos de sus dirigentes y los adornaban con privilegios para, a cambio, recibir de ellos protección y un liderazgo sabio y prudente. En la antigua Sumeria existían alimentos especiales elaborados para deificar a los reyes, que eran los únicos con derecho a consumirlos. A cambio, las exigencias a los poderosos eran enormes y el fracaso de los líderes se pagaba caro, incluso con la vida. Hoy todo se ha mediocrizado. A los políticos no se les exige nada, ni siquiera que sepan idiomas, y el fracaso ni siquiera provoca la dimisión. Desde que los partidos irrumpieron en la Historia, el liderazgo en la Tierra se transformó en una cloaca.
En el mundo de los líderes no tenían cabida ni la cobardía ni la mentira ni la corrupción, los tres pecados capitales del liderazgo actual. Cuando algún rey caía en esos vicios, la sociedad entera conspiraba para deponerlo porque se sentía indignada de tener a un canalla en el poder.
Los partidos políticos, ideados como estructuras superiores capaces de llevar la voz del pueblo hasta el corazón del Estado, han frustrado todas las esperanzas y traicionado las espectativas del pueblo. Se han convertido en maquinarias que únicamente se mueven por el poder y para el poder, tras haber abandonado al pueblo y adquirido el vicio rastrero de anteponer sus privilegios e intereses al bien común.
La vida interna de los partidos es un desastre antidemocrático y vertical que parece ideado para fabricar mediocres pervertidos y antidemócratas. Dentro de los partidos, para prosperar, hay que someterse al líder y renunciar a la crítica. No existe el debate ni el discernimiento, que son la esencia de la sabiduría y de la formación humana, sino pura sumisión esclava. Para prosperar dentro de un partido no hay que ser inteligente o virtuoso, sino someterse, decir siempre "sí" al líder, no pensar demasiado y acumular rencor y mala leche para cuando el poder se ponga a tiro. La verdad tiene allí menos importancia que la conveniencia y los análisis y conclusiones suelen ser fallidos, arbitrarios y parciales. Cuando después de años sometidos a esa disciplina de sumisión y represión de la creatividad, la imaginación y la chispa, un militante escala puestos y, tras ganar su partido las elecciones, accede a un ministerio o a la presidencia del gobierno, nos encontramos frente a un gran mediocre, cocido en el horno de la mediocridad y cargado de cobardía, hipocresía, falsedad y resentimiento. Cualquier cosa menos un demócrata, pero llevado en volandas por los mediocres hasta el liderazgo y la responsabilidad de gobernar una nación.
Después pasa lo que pasa. Basta contemplar a personajes como Felipe González, José María Aznar, Zapatero y Rajoy para descubrir la fuerza de la mediocridad y la pasta mediocre que inunda e infecta todo el edificio de la política, en España y en otros países, aunque España, probablemente, ejerce un liderazgo mundial en mediocridad difícil de desbancar.
Si alguien no cree en este análisis y en el duro diagnóstico de que el mundo, dominado por la mediocridad de los partidos, retrocede en lugar de avanzar, que mire y analice el balance de lo que han logrado los partidos políticos en los dos siglos que llevan dominando el mundo: No han logrado un mundo mejor sino todo lo contrario. El siglo XX, que fue el siglo del Estado y de los partidos políticos, fue también el de los asesinatos y la violencia. Sin contar con los muertos en campos de batalla, más de cien millones de civiles fueron asesinados por el poder político en limpiezas étnicas, guerras clandestinas, aniquilaciones culturales, odios nacionalistas y exterminios basados en la seguridad nacional. El resultado de la dictadura antidemocrática y anticiudadana de los partidos es aterrador: hambre, violencia, guerras, asesinatos, desigualdad, miedo, distancia creciente entre ricos y pobres, desprestigio de la política, corrupción, injusticia, mentiras, engaños y un largo y estremecedor etcétera, logrado por los mediocres organizados en sus lamentables y dañinos partidos políticos.
La mediocridad es la gran herejía de nuestra época. Los mediocres se han apoderado del mundo y lo han cambiado todo, desde la política a la religión, sin olvidar los valores, las costumbres y las leyes. Todo está dominado por esa plaga, la peor y mas dañina de todos los tiempos.
La sociedad, al igual que la naturaleza, se regía por la selección de las especies y los mejores se imponían a los peores. De ese modo, el mundo avanzaba y casi siempre mejoraba. Pero la irrupción de los partidos políticos en la escena lo cambió todo y los mediocres tomaron el poder, imponiendo a la Historia un devenir alocado, sin lógica, irracional y muchas veces dominado por el mal y sus secuelas de abuso, corrupción, violencia, desigualdad y opresión.
Un vistazo desinteresado a la Historia demuestra que los líderes antiguos eran los mejores y que el pueblo les exigía mucho, sobre todo que se asemejaran a los dioses. Se sentian orgullosos de sus dirigentes y los adornaban con privilegios para, a cambio, recibir de ellos protección y un liderazgo sabio y prudente. En la antigua Sumeria existían alimentos especiales elaborados para deificar a los reyes, que eran los únicos con derecho a consumirlos. A cambio, las exigencias a los poderosos eran enormes y el fracaso de los líderes se pagaba caro, incluso con la vida. Hoy todo se ha mediocrizado. A los políticos no se les exige nada, ni siquiera que sepan idiomas, y el fracaso ni siquiera provoca la dimisión. Desde que los partidos irrumpieron en la Historia, el liderazgo en la Tierra se transformó en una cloaca.
En el mundo de los líderes no tenían cabida ni la cobardía ni la mentira ni la corrupción, los tres pecados capitales del liderazgo actual. Cuando algún rey caía en esos vicios, la sociedad entera conspiraba para deponerlo porque se sentía indignada de tener a un canalla en el poder.
Los partidos políticos, ideados como estructuras superiores capaces de llevar la voz del pueblo hasta el corazón del Estado, han frustrado todas las esperanzas y traicionado las espectativas del pueblo. Se han convertido en maquinarias que únicamente se mueven por el poder y para el poder, tras haber abandonado al pueblo y adquirido el vicio rastrero de anteponer sus privilegios e intereses al bien común.
La vida interna de los partidos es un desastre antidemocrático y vertical que parece ideado para fabricar mediocres pervertidos y antidemócratas. Dentro de los partidos, para prosperar, hay que someterse al líder y renunciar a la crítica. No existe el debate ni el discernimiento, que son la esencia de la sabiduría y de la formación humana, sino pura sumisión esclava. Para prosperar dentro de un partido no hay que ser inteligente o virtuoso, sino someterse, decir siempre "sí" al líder, no pensar demasiado y acumular rencor y mala leche para cuando el poder se ponga a tiro. La verdad tiene allí menos importancia que la conveniencia y los análisis y conclusiones suelen ser fallidos, arbitrarios y parciales. Cuando después de años sometidos a esa disciplina de sumisión y represión de la creatividad, la imaginación y la chispa, un militante escala puestos y, tras ganar su partido las elecciones, accede a un ministerio o a la presidencia del gobierno, nos encontramos frente a un gran mediocre, cocido en el horno de la mediocridad y cargado de cobardía, hipocresía, falsedad y resentimiento. Cualquier cosa menos un demócrata, pero llevado en volandas por los mediocres hasta el liderazgo y la responsabilidad de gobernar una nación.
Después pasa lo que pasa. Basta contemplar a personajes como Felipe González, José María Aznar, Zapatero y Rajoy para descubrir la fuerza de la mediocridad y la pasta mediocre que inunda e infecta todo el edificio de la política, en España y en otros países, aunque España, probablemente, ejerce un liderazgo mundial en mediocridad difícil de desbancar.
Si alguien no cree en este análisis y en el duro diagnóstico de que el mundo, dominado por la mediocridad de los partidos, retrocede en lugar de avanzar, que mire y analice el balance de lo que han logrado los partidos políticos en los dos siglos que llevan dominando el mundo: No han logrado un mundo mejor sino todo lo contrario. El siglo XX, que fue el siglo del Estado y de los partidos políticos, fue también el de los asesinatos y la violencia. Sin contar con los muertos en campos de batalla, más de cien millones de civiles fueron asesinados por el poder político en limpiezas étnicas, guerras clandestinas, aniquilaciones culturales, odios nacionalistas y exterminios basados en la seguridad nacional. El resultado de la dictadura antidemocrática y anticiudadana de los partidos es aterrador: hambre, violencia, guerras, asesinatos, desigualdad, miedo, distancia creciente entre ricos y pobres, desprestigio de la política, corrupción, injusticia, mentiras, engaños y un largo y estremecedor etcétera, logrado por los mediocres organizados en sus lamentables y dañinos partidos políticos.
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