Sin embargo, aunque el panorama sea desolador, no todo es decadencia en esta España que parece hacer aguas por todas partes. La parte sucia de la sociedad es la de sus dirigentes políticos, capitanes de la injusticia reinante, del deterioro de los valores, del abuso y del descrédito, y la mas sana de la sociedad es la que resiste, no aquella que se acomoda en el dinero y los placeres de la pocilga del poder, sino la que se rebela y lucha por resurgir, una España que, aunque es minoritaria, crece y recupera cada día moral y fuerza.
¿Dónde está la España indomable que derrotó a Napoleón? ¿Dónde se encuentra aquella España de los tercios, del Gran Capitán y de Lepanto? Existe todavía, pero apenas es un rescoldo que durante tres décadas ha estado a punto de apagarse pero que hoy intenta resucitar empujado por la protesta y la rebelión contra el mal gobierno, la corrupción y el expolio.
Nunca en la Historia los conservadores y los que se adaptan a la pocilga fueron protagonista de heroísmo o avance alguno. El progreso de la Humanidad estuvo siempre reservado a los rebeldes, a los que empujan para conseguir un mundo mejor, arrastrando con su ímpetu a los líderes políticos, la peor de las rémoras, y a los que controlan el poder y el dinero, lógicamente interesados en que todo permanezca igual.
Si alguien duda de la estremecedora decadencia de España que mire las encuestas y vea como un pueblo, de manera mayoritaria, desprecia y rechaza a sus dirigentes, o como una sociedad considera a sus políticos como el mayor problema del país, junto con el paro, un drama que también es, en parte, obra del mal gobierno.
No se trata de opiniones, sino de síntomas claros de la decadencia mas atroz. Un país divorciado de sus dirigentes, a los que desprecia y ya aprende a odiar, es inviable y necesita una regeneración con la máxima urgencia.
El resurgir de España nunca podrá venir de los partidos políticos, convertidos en guaridas de esa clase dirigente que está llevando al país hacia la ruina y la derrota, sino del pueblo que se rebela, de aquellos que sueñan y luchan por crear un mundo mejor que esta pocilga construida por los falsos demócratas, donde los impuestos son abusivos, donde cierran cientos de miles de empresas agobiadas por la avaricia y la torpeza de los que mandan, donde los pobres están desamparados y los ricos son cada vez mas ricos, donde los gobernantes se niegan a ser austeros y en la que el pueblo se siente cada día mas expoliado y frustrado, tras contemplar como los saqueadores y delincuentes ni siquiera son juzgados y nadie les reclama lo que han robado, donde la Justicia está dominada por los partidos y donde las leyes se aplican sin equidad.
La única esperanza de España está en la rebeldía que late en sus barrios, universidades y en cientos de miles de familias que plantan cara al abuso y se resisten a perder las costumbres honradas y los grandes valores que heredaron de sus mayores.
Pero las clases dirigentes españolas, demostrando ser una de las mas descaradas, insanas y fracasadas del planeta, son insensibles al drama que les rodea, ni tienen en cuenta las advertencias que les llegan del extranjero, donde se vaticina una peligrosa explosión social en las calles, provocada por el descontento ante la injusticia y el abuso.
¿Dónde está la España indomable que derrotó a Napoleón? ¿Dónde se encuentra aquella España de los tercios, del Gran Capitán y de Lepanto? Existe todavía, pero apenas es un rescoldo que durante tres décadas ha estado a punto de apagarse pero que hoy intenta resucitar empujado por la protesta y la rebelión contra el mal gobierno, la corrupción y el expolio.
Nunca en la Historia los conservadores y los que se adaptan a la pocilga fueron protagonista de heroísmo o avance alguno. El progreso de la Humanidad estuvo siempre reservado a los rebeldes, a los que empujan para conseguir un mundo mejor, arrastrando con su ímpetu a los líderes políticos, la peor de las rémoras, y a los que controlan el poder y el dinero, lógicamente interesados en que todo permanezca igual.
Si alguien duda de la estremecedora decadencia de España que mire las encuestas y vea como un pueblo, de manera mayoritaria, desprecia y rechaza a sus dirigentes, o como una sociedad considera a sus políticos como el mayor problema del país, junto con el paro, un drama que también es, en parte, obra del mal gobierno.
No se trata de opiniones, sino de síntomas claros de la decadencia mas atroz. Un país divorciado de sus dirigentes, a los que desprecia y ya aprende a odiar, es inviable y necesita una regeneración con la máxima urgencia.
El resurgir de España nunca podrá venir de los partidos políticos, convertidos en guaridas de esa clase dirigente que está llevando al país hacia la ruina y la derrota, sino del pueblo que se rebela, de aquellos que sueñan y luchan por crear un mundo mejor que esta pocilga construida por los falsos demócratas, donde los impuestos son abusivos, donde cierran cientos de miles de empresas agobiadas por la avaricia y la torpeza de los que mandan, donde los pobres están desamparados y los ricos son cada vez mas ricos, donde los gobernantes se niegan a ser austeros y en la que el pueblo se siente cada día mas expoliado y frustrado, tras contemplar como los saqueadores y delincuentes ni siquiera son juzgados y nadie les reclama lo que han robado, donde la Justicia está dominada por los partidos y donde las leyes se aplican sin equidad.
La única esperanza de España está en la rebeldía que late en sus barrios, universidades y en cientos de miles de familias que plantan cara al abuso y se resisten a perder las costumbres honradas y los grandes valores que heredaron de sus mayores.
Pero las clases dirigentes españolas, demostrando ser una de las mas descaradas, insanas y fracasadas del planeta, son insensibles al drama que les rodea, ni tienen en cuenta las advertencias que les llegan del extranjero, donde se vaticina una peligrosa explosión social en las calles, provocada por el descontento ante la injusticia y el abuso.
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