Pedro Sánchez, desaparecido y presionado a diario por los barones del partido, que afirman con acierto que el PSOE debe ir a la oposición para rehacerse, sigue empeñado en vetar a Rajoy, impidiendo así que se forme un gobierno sólido, ya sea con apoyo directo socialista o a través de una abstención acordada. Ciudadanos no encuentra su camino y repite los errores que le han debilitado ante las urnas: veto a Rajoy, amistad con el PSOE y declaraciones confusas y contradictorias de sus dirigentes, que aparecen descoordinados y confundidos ante la opinión pública. Unidos Podemos, por su parte, se cuestiona su alianza con IU y empieza a pensar que ha abrazado a un cadáver podrido que lo contamina todo, proyectando a la sociedad la imagen de una lucha a navajazos que el ciudadano siempre desprecia y castiga, mientras sus dirigentes luchan por el poder, provocando rechazo y decepción en un electorado que los adoraba pero que los está abandonándolos poco a poco. Rajoy, por último, recita el mismo guión aburrido de que el merece gobernar y, desde su inmensa mediocridad cansina, se beneficia de la torpeza de sus adversarios y del cansancio de una sociedad española, indignada ante el espectáculo de unos políticos inútiles que reciben dinero y privilegios a cambio de no aportar soluciones a unos males de España que persisten y se hacen endémicos.
El panorama es desolador y angustioso, pero sobre todo cansino y desesperante. El fantasma de unas terceras elecciones se agranda, a medida que los ciudadanos comprueban que sus políticos nunca aprenden y siguen empeñados en sus egoísmos, bajezas y falta de generosidad ante España y la ciudadanía.
La sociedad se llena de decepción y desconfianza, mientras pierde fe en sus dirigentes y en el futuro. La política se hace odiosa y algunos se niegan a hablar de asuntos políticos en público porque empieza a considerarse de mal gusto. España parece cada día más un país bendecido por Dios por su clima y belleza, pero castigado por una clase dirigente repulsiva.
La realidad se empeña en demostrar a diario que lo que el país necesita es una regeneración profunda, sobre todo en la política, pero ese mensaje no lo perciben los partidos políticos y sus dirigentes, enfermos y degradados hasta sufrir torpeza aguda y aislamiento crónico. Los escándalos de corrupción siguen ocupando las portadas de los medios y los telediarios siguen pareciendo catálogos de crímenes, abusos y maldades.
Los políticos, pertinaces en la miseria, no hablan de regeneración, ni de disminuir el tamaño insoportable del Estado, ni de impuestos abusivos, ni de endeudamiento escalofriante, ni de la corrupción que carcome las entrañas del país, ni de la injusta distribución de la riqueza, ni de la inflación de injusticias que destruye la sociedad, ni de la falta de ilusión colectiva, ni del avance imparable de la disgregación, ni del desempleo y la inmensa carga de dolor que genera, ni de otros muchos males que se hacen endémicos porque nadie los combate o ataja.
Los miserables que gestionan el poder, bien custodiados y ayudados por periodistas mentirosos, jueces domesticados y policías con alma de perros de presa, no saben o no quieren ponerse de acuerdo para afrontar los dramas y carencias de esta España martirizada por sus clases poderosas, que, inexplicablemente, sigue votando a sus verdugos cada vez que se abren las urnas, en lugar de echarlos a patadas del poder y las instituciones, por inútiles y dañinos.
Francisco Rubiales
El panorama es desolador y angustioso, pero sobre todo cansino y desesperante. El fantasma de unas terceras elecciones se agranda, a medida que los ciudadanos comprueban que sus políticos nunca aprenden y siguen empeñados en sus egoísmos, bajezas y falta de generosidad ante España y la ciudadanía.
La sociedad se llena de decepción y desconfianza, mientras pierde fe en sus dirigentes y en el futuro. La política se hace odiosa y algunos se niegan a hablar de asuntos políticos en público porque empieza a considerarse de mal gusto. España parece cada día más un país bendecido por Dios por su clima y belleza, pero castigado por una clase dirigente repulsiva.
La realidad se empeña en demostrar a diario que lo que el país necesita es una regeneración profunda, sobre todo en la política, pero ese mensaje no lo perciben los partidos políticos y sus dirigentes, enfermos y degradados hasta sufrir torpeza aguda y aislamiento crónico. Los escándalos de corrupción siguen ocupando las portadas de los medios y los telediarios siguen pareciendo catálogos de crímenes, abusos y maldades.
Los políticos, pertinaces en la miseria, no hablan de regeneración, ni de disminuir el tamaño insoportable del Estado, ni de impuestos abusivos, ni de endeudamiento escalofriante, ni de la corrupción que carcome las entrañas del país, ni de la injusta distribución de la riqueza, ni de la inflación de injusticias que destruye la sociedad, ni de la falta de ilusión colectiva, ni del avance imparable de la disgregación, ni del desempleo y la inmensa carga de dolor que genera, ni de otros muchos males que se hacen endémicos porque nadie los combate o ataja.
Los miserables que gestionan el poder, bien custodiados y ayudados por periodistas mentirosos, jueces domesticados y policías con alma de perros de presa, no saben o no quieren ponerse de acuerdo para afrontar los dramas y carencias de esta España martirizada por sus clases poderosas, que, inexplicablemente, sigue votando a sus verdugos cada vez que se abren las urnas, en lugar de echarlos a patadas del poder y las instituciones, por inútiles y dañinos.
Francisco Rubiales
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