El rotundo fracaso del sueño olímpico español coloca a la sociedad española frente a una realidad que siempre le ha sido ocultada por el poder: España es un país quebrado, sin amigos en el mundo, sin peso internacional, lleno de desempleados, marcado profundamente por la corrupción, con tendencias separatistas internas, con sus políticos desprestigiados y rechazados por su pueblo, sin democracia, minado por los privilegios de los poderosos, el despilfarro, el endeudamiento y otras lacras que permiten que sea tomado muchas veces como ejemplo de mal gobierno, decadencia y derrota.
Los políticos y los periodistas, dos profesiones que, según las encuestas, son especialmente criticadas y rechazadas por los ciudadanos, son los principales culpables de haber engañado a los españoles con un sueño olímpico imposible y artificialmente presentado con posibilidades de éxito. Los ciudadanos deberían reclamar responsabilidades a aquellos que les ocultan la auténtica naturaleza de nuestra nación, cuya derrota frente a Tokio y Estambul parece lógica si se tienen en cuenta las verdades de la España actual que se ocultan al ciudadano: un país que lidera casi todo lo triste y lamentable del mundo, desde el tráfico y consumo de drogas hasta la trata de blancas, el blanqueo de dinero y el fracaso escolar, sin olvidar otras lacras tan terribles como el desempleo masivo, la corrupción institucional, el avance de la pobreza, el desprestigio de su clase dirigente, la emigración masiva de sus jóvenes, en busca de empleo, la falta de democracia auténtica y un escasisimo peso y prestigio en la comunidad mundial, que le cierra las puertas de los grandes foros y oportunidades.
La tibieza española frente al dopaje no es la principal causa de la derrota, como algunos sugieren, ni la presentación de la candidatura fue mala. Lo que falló es la realidad de una España que, en manos de esos políticos sin altura que se autoproclaman "demócratas", no para de degradarse y de avanzar hacia su derrota. Pensar que un país como España, atribulado por todos sus dramas, a los que hay que agregar el nada despreciable del proceso separatista de vascos y catalanes, pueda ganar un concurso internacional de élite cuyo premio final es nada menos que la organización de unas Olimpiadas, es un terrible engaño y una ingenuidad enferma. A los españoles se les ha engañado diciéndoles que el triunfo olímpico estaba al alcance de la mano, cuando en realidad, con un país quebrado y minado por el desempleo y la corrupción, era casi imposible. La derrota frente a la candidatura de Turkia, un país acosado por sus conflictos internos, demuestra el lugar que España ocupa en el mundo.
Fracasos como el olímpico, unido a la soledad en el caso de Gibraltar, demuestran que España no solo debe regenerar su degradada democracia y su dañada economía, sino que debe replantearse sus alianzas y dotarse de un liderazgo decente y justo que, aceptado por el pueblo y apoyado por los ciudadanos, sin abusos, suciedades y divisiones partidistas, sea capaz de conducir al país hacia el resurgimiento y el respeto internacional.
Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que España tenía peso y era respetada por las grandes potencias por su poder diplomático. España mantenía entonces unas "privilegiadas" relaciones con Latinoamérica y el mundo árabe y era respetada y hasta temida en algunos foros de influencia, pero aquellos activos han sido dilapidados por los gobiernos del PSOE y del PP, que han querido comportarse como nuevos ricos y que han despreciado con frivolidad todo lo que procedía del pasado, incluso aquello que era positivo.
Los políticos y los periodistas, dos profesiones que, según las encuestas, son especialmente criticadas y rechazadas por los ciudadanos, son los principales culpables de haber engañado a los españoles con un sueño olímpico imposible y artificialmente presentado con posibilidades de éxito. Los ciudadanos deberían reclamar responsabilidades a aquellos que les ocultan la auténtica naturaleza de nuestra nación, cuya derrota frente a Tokio y Estambul parece lógica si se tienen en cuenta las verdades de la España actual que se ocultan al ciudadano: un país que lidera casi todo lo triste y lamentable del mundo, desde el tráfico y consumo de drogas hasta la trata de blancas, el blanqueo de dinero y el fracaso escolar, sin olvidar otras lacras tan terribles como el desempleo masivo, la corrupción institucional, el avance de la pobreza, el desprestigio de su clase dirigente, la emigración masiva de sus jóvenes, en busca de empleo, la falta de democracia auténtica y un escasisimo peso y prestigio en la comunidad mundial, que le cierra las puertas de los grandes foros y oportunidades.
La tibieza española frente al dopaje no es la principal causa de la derrota, como algunos sugieren, ni la presentación de la candidatura fue mala. Lo que falló es la realidad de una España que, en manos de esos políticos sin altura que se autoproclaman "demócratas", no para de degradarse y de avanzar hacia su derrota. Pensar que un país como España, atribulado por todos sus dramas, a los que hay que agregar el nada despreciable del proceso separatista de vascos y catalanes, pueda ganar un concurso internacional de élite cuyo premio final es nada menos que la organización de unas Olimpiadas, es un terrible engaño y una ingenuidad enferma. A los españoles se les ha engañado diciéndoles que el triunfo olímpico estaba al alcance de la mano, cuando en realidad, con un país quebrado y minado por el desempleo y la corrupción, era casi imposible. La derrota frente a la candidatura de Turkia, un país acosado por sus conflictos internos, demuestra el lugar que España ocupa en el mundo.
Fracasos como el olímpico, unido a la soledad en el caso de Gibraltar, demuestran que España no solo debe regenerar su degradada democracia y su dañada economía, sino que debe replantearse sus alianzas y dotarse de un liderazgo decente y justo que, aceptado por el pueblo y apoyado por los ciudadanos, sin abusos, suciedades y divisiones partidistas, sea capaz de conducir al país hacia el resurgimiento y el respeto internacional.
Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que España tenía peso y era respetada por las grandes potencias por su poder diplomático. España mantenía entonces unas "privilegiadas" relaciones con Latinoamérica y el mundo árabe y era respetada y hasta temida en algunos foros de influencia, pero aquellos activos han sido dilapidados por los gobiernos del PSOE y del PP, que han querido comportarse como nuevos ricos y que han despreciado con frivolidad todo lo que procedía del pasado, incluso aquello que era positivo.
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