Los grandes acontecimientos del mundo, desde los triunfos de Donald Trump y del francés Macron hasta la rebelión del pueblo español contra el independentismo nazi de los catalanes son parte de una nueva rebelión mundial de las masas, cansadas de soportar a políticos inútiles y nocivos, que no sólo no han sido capaces de solucionar los grandes problemas de la humanidad, sino que los han agravado y, además, han construido un mundo insoportable, lleno de injusticia, abuso de poder, corrupción, desigualdad y mentiras.
El siglo XX pasará a la Historia como el siglo del Estado y de los políticos, en el que los ciudadanos fueron maltratados, utilizados como cemento por los políticos, despreciados, marginados y masacrados, una "carnicería" popular que protagonizaron sobre todo los regímenes totalitarios marxista y nazi-fascistas, pero en el que también participaron, aunque con disimulo e hipocresía, unas democracias que parecían auténticas pero que resultaron ser falsas y sucias.
La nueva rebelión de las masas se fraguó en el último tercio del siglo XX, después del mayo francés y de la guerra de Vietnam, pero su estallido se produjo en los inicios del siglo XXI, espoleada por la crisis económica, por el fracaso evidente de los políticos tradicionales y por la indignación ante las injusticias, abusos, corrupción, desigualdad, arrogancia del poder, injusticias y otros vicios, casi todos ellos genuinos del poder político y de sus aliados de las élites económicas y financieras.
Los indignados son un conglomerado variopinto en el que militan cientos de millones de personas, compuesto por demócratas asqueados de los abusos del poder, intelectuales disconformes con la sucia deriva del mundo, desempleados, jóvenes sin futuro ni empleo, clases medias maltratadas y en proceso de ruina, decepcionados de la política y jubilados con miedo a perder la pensión, a los que los poderes públicos han arrebatado la tranquilidad y la esperanza que merecen en su vejez.
Todo ese mundo descontento vota ya en contra de lo que el poder quiere y espera, con todas sus fuerzas, que el mundo cambie, lo que está causando a la clase política y a sus protectores del establishment verdaderos quebraderos de cabeza y hasta pánico. Votar es el único poder que los políticos han dejado al pueblo en estas democracias prostituidas en las que sólo mandan ellos. Y el pueblo, consciente de que las urnas son su única baza, las está utilizando para patear el trasero de la casta corrupta e inútil.
El descontento, que crece como un tsunami, se plasma en votos contra los que mandan, nuevos partidos políticos, auge de los radicalismos, desprestigio de la clase política, rabia ciudadana y una resistencia que, aunque difusa e indefinida, va tomando cuerpo y organizándose para cambiar esa política tradicional que nunca soluciona los problemas, que solo baneficia a los políticos y a sus amigos y que exprime, explota, margina y desprecia a los ciudadanos, de los que se sigue diciendo que son los "soberanos" del sistema democrático pero tratados en realidad como basura por la "casta" de los poderosos.
Esa clase política, transformada en casta, rodeada de policías, protegida por los multimillonarios, a los que beneficia, y por los grandes medios de comunicación, a los que han comprado con dinero público, es la que ha sido derrotada en Estados Unidos con la elección de Donald Trump, el primer presidente de los Estados Unidos que ha sido elegido con los medios de comunicación masivamente en contra.
La victoria de Trump, aunque posteriormente frustrada por la arrogancia y las carencias profundas del personaje, se convirtio en un símbolo y en una esperanza para esas masas rebeldes e indignadas que, hartas de políticos inútiles que jamás trabajan para el pueblo y que nunca solucionan nada, han decidido ser, con su rebeldía, la fuerza decisiva del siglo XXI y la mejor noticia para la libertad, la civilización y la decencia.
En España han sido los ciudadanos, enfurecidos ante los desprecies y desplantes de los independentistas catalanes, los que han forjado su derrota practicando el boicot a los bancos y empresas radicadas en Cataluña y presionando al cobarde gobierno de Rajoy para que aplique la Constitución y la ley y acabe con el aquelarre secesionista.
El pueblo, en España y en todo el mundo, parece haberse dado cuenta, por fin, que la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos.
Francisco Rubiales
El siglo XX pasará a la Historia como el siglo del Estado y de los políticos, en el que los ciudadanos fueron maltratados, utilizados como cemento por los políticos, despreciados, marginados y masacrados, una "carnicería" popular que protagonizaron sobre todo los regímenes totalitarios marxista y nazi-fascistas, pero en el que también participaron, aunque con disimulo e hipocresía, unas democracias que parecían auténticas pero que resultaron ser falsas y sucias.
La nueva rebelión de las masas se fraguó en el último tercio del siglo XX, después del mayo francés y de la guerra de Vietnam, pero su estallido se produjo en los inicios del siglo XXI, espoleada por la crisis económica, por el fracaso evidente de los políticos tradicionales y por la indignación ante las injusticias, abusos, corrupción, desigualdad, arrogancia del poder, injusticias y otros vicios, casi todos ellos genuinos del poder político y de sus aliados de las élites económicas y financieras.
Los indignados son un conglomerado variopinto en el que militan cientos de millones de personas, compuesto por demócratas asqueados de los abusos del poder, intelectuales disconformes con la sucia deriva del mundo, desempleados, jóvenes sin futuro ni empleo, clases medias maltratadas y en proceso de ruina, decepcionados de la política y jubilados con miedo a perder la pensión, a los que los poderes públicos han arrebatado la tranquilidad y la esperanza que merecen en su vejez.
Todo ese mundo descontento vota ya en contra de lo que el poder quiere y espera, con todas sus fuerzas, que el mundo cambie, lo que está causando a la clase política y a sus protectores del establishment verdaderos quebraderos de cabeza y hasta pánico. Votar es el único poder que los políticos han dejado al pueblo en estas democracias prostituidas en las que sólo mandan ellos. Y el pueblo, consciente de que las urnas son su única baza, las está utilizando para patear el trasero de la casta corrupta e inútil.
El descontento, que crece como un tsunami, se plasma en votos contra los que mandan, nuevos partidos políticos, auge de los radicalismos, desprestigio de la clase política, rabia ciudadana y una resistencia que, aunque difusa e indefinida, va tomando cuerpo y organizándose para cambiar esa política tradicional que nunca soluciona los problemas, que solo baneficia a los políticos y a sus amigos y que exprime, explota, margina y desprecia a los ciudadanos, de los que se sigue diciendo que son los "soberanos" del sistema democrático pero tratados en realidad como basura por la "casta" de los poderosos.
Esa clase política, transformada en casta, rodeada de policías, protegida por los multimillonarios, a los que beneficia, y por los grandes medios de comunicación, a los que han comprado con dinero público, es la que ha sido derrotada en Estados Unidos con la elección de Donald Trump, el primer presidente de los Estados Unidos que ha sido elegido con los medios de comunicación masivamente en contra.
La victoria de Trump, aunque posteriormente frustrada por la arrogancia y las carencias profundas del personaje, se convirtio en un símbolo y en una esperanza para esas masas rebeldes e indignadas que, hartas de políticos inútiles que jamás trabajan para el pueblo y que nunca solucionan nada, han decidido ser, con su rebeldía, la fuerza decisiva del siglo XXI y la mejor noticia para la libertad, la civilización y la decencia.
En España han sido los ciudadanos, enfurecidos ante los desprecies y desplantes de los independentistas catalanes, los que han forjado su derrota practicando el boicot a los bancos y empresas radicadas en Cataluña y presionando al cobarde gobierno de Rajoy para que aplique la Constitución y la ley y acabe con el aquelarre secesionista.
El pueblo, en España y en todo el mundo, parece haberse dado cuenta, por fin, que la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos.
Francisco Rubiales
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