Los políticos ya sienten el miedo en la piel. Investigan a los "compañeros" chorizos, publican las cuentas de los partidos, sienten la presión popular y el desprecio por sus fechorías y algunos hasta renuncian a sus cargos. Antes desfilaban por las ciudades y pueblos con la cabeza alta porque ser político era un signo de prestigio, pero ahora se esconden y cada día es mas raro verlos pasear por las plazas y calles de España. Saben que los ciudadanos están indignados con sus abusos, injusticias, corrupciones y mal gobierno y ya conocen el agrio sabor del miedo. Cada día entrenan mas y arman mejor a la policía y aprueban, precipitadamente y con hipocresía, medidas para demostrar que aman la transparencia. Publican su patrimonio, hacen como que escuchan las demandas ciudadanas y algunos, tragándose la arrogancia y el descaro, hasta piden disculpas.
El ex presidente andaluz José Griñán, quizás avergonzado porque bajo su mandato se malversarios muchos millones de euros, desde su propio gobierno y el partido socialista que él presidía, ha decidido marcharse del Senado. Lo ha hecho por miedo, presionado por los ciudadanos. Algo está cambiando en España y el miedo, cuando afecta al poder, es una bendición.
Los políticos saben que los ciudadanos indignados son un peligro y que la venganza de los damnificados por sus abusos e injusticias les espera a pie de urna con ganas de castigo, encumbrando a partidos y políticos nuevos y con deseos irrefrenables de arrojar del poder a los que lo han usado con egoísmo y desvergüenza.
Susana Díaz, por primera vez en su vida, está saboreando el miedo a no conseguir los apoyos necesarios para ser investida presidenta de los andaluces. Los líderes de los demás partidos derrotados no se atreven a hacer lo que hicieron decenas de veces antes, cambiar votos por poder y privilegios, negándose a apoyar la investidura de la socialista andaluza.
Algo está cambiando en España, donde empieza a demostrarse la inmensa sabiduría y la justicia de aquel viejo principio, según el cual "cuando el pueblo teme al gobierno es porque hay tiranía y cuando el gobierno es el que teme al pueblo es porque hay democracia".
El arrogante Pujol se ha tenido que doblegar ante la Justicia, lo mismo que Griñán y la sangre real. El pueblo español, al que robaron y engañaron de manera impune durante décadas, tras la muerte de Franco, porque los ciudadanos creían estúpidamente que vivían en una democracia decente, está despertando del letargo y arroja el miedo por la borda para exigir justicia, decencia y acierto a su clase dirigente, una de las mas inmorales, peor preparadas y menos demócrata del mundo occidental.
Hasta los nuevos políticos de "Podemos" están saboreando el miedo porque sus bases se oponen a las componendas y pactos opacos de Pablo Iglesias y los suyos, que están purgando a los amantes de la horizontalidad en sus filas porque quieren tener todo el poder y porque tienen demasiada prisa por gobernar, aunque sean sólo ayuntamientos y taifas.
El miedo, cuando afecta al pueblo, es indecente y antidemocrático, pero cuando afecta a los políticos es saludable y profundamente democrático. Nada hay mas saludable para España que conseguir que gente como Felipe VI, Zapatero, Pedro Sánchez, Susana Díaz, Rajoy, Aznar, Jordi Pujol, Artur Mas y otros muchos políticos que posean rasgos de sátrapas aprendan a rendir cuantas ante el ciudadano y sientan en su boca al acre y metálico sabor del miedo al pueblo, el cual, aunque ellos quieran ignorarlo, es el único "soberano" en democracia.
El ex presidente andaluz José Griñán, quizás avergonzado porque bajo su mandato se malversarios muchos millones de euros, desde su propio gobierno y el partido socialista que él presidía, ha decidido marcharse del Senado. Lo ha hecho por miedo, presionado por los ciudadanos. Algo está cambiando en España y el miedo, cuando afecta al poder, es una bendición.
Los políticos saben que los ciudadanos indignados son un peligro y que la venganza de los damnificados por sus abusos e injusticias les espera a pie de urna con ganas de castigo, encumbrando a partidos y políticos nuevos y con deseos irrefrenables de arrojar del poder a los que lo han usado con egoísmo y desvergüenza.
Susana Díaz, por primera vez en su vida, está saboreando el miedo a no conseguir los apoyos necesarios para ser investida presidenta de los andaluces. Los líderes de los demás partidos derrotados no se atreven a hacer lo que hicieron decenas de veces antes, cambiar votos por poder y privilegios, negándose a apoyar la investidura de la socialista andaluza.
Algo está cambiando en España, donde empieza a demostrarse la inmensa sabiduría y la justicia de aquel viejo principio, según el cual "cuando el pueblo teme al gobierno es porque hay tiranía y cuando el gobierno es el que teme al pueblo es porque hay democracia".
El arrogante Pujol se ha tenido que doblegar ante la Justicia, lo mismo que Griñán y la sangre real. El pueblo español, al que robaron y engañaron de manera impune durante décadas, tras la muerte de Franco, porque los ciudadanos creían estúpidamente que vivían en una democracia decente, está despertando del letargo y arroja el miedo por la borda para exigir justicia, decencia y acierto a su clase dirigente, una de las mas inmorales, peor preparadas y menos demócrata del mundo occidental.
Hasta los nuevos políticos de "Podemos" están saboreando el miedo porque sus bases se oponen a las componendas y pactos opacos de Pablo Iglesias y los suyos, que están purgando a los amantes de la horizontalidad en sus filas porque quieren tener todo el poder y porque tienen demasiada prisa por gobernar, aunque sean sólo ayuntamientos y taifas.
El miedo, cuando afecta al pueblo, es indecente y antidemocrático, pero cuando afecta a los políticos es saludable y profundamente democrático. Nada hay mas saludable para España que conseguir que gente como Felipe VI, Zapatero, Pedro Sánchez, Susana Díaz, Rajoy, Aznar, Jordi Pujol, Artur Mas y otros muchos políticos que posean rasgos de sátrapas aprendan a rendir cuantas ante el ciudadano y sientan en su boca al acre y metálico sabor del miedo al pueblo, el cual, aunque ellos quieran ignorarlo, es el único "soberano" en democracia.
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