Las tres armas más poderosas de la sedición catalana son armas de propaganda: "El derecho a decidir", "España nos roba" y el concepto que difunden de una España cruel y represora, dispuesta a todo antes que a conceder libertades y derechos a los ciudadanos que sueñan con la independencia.
Por su parte, España, maniatada para utilizar las viejas armas de la represión y la fuerza bruta en un mundo moderno que no tolera esa violencia pública, se enfrenta a la rebelión catalana con armas de inteligencia, propaganda y emocionales no menos poderosas, como el estímulo y fortalecimiento de las mayorías de catalanes contrarios a la independencia, que hasta ahora permanecieron en silencio, "el respeto a las leyes y a la Constitución", "el valor de la unidad frente al peligro de la atomización de Europa" y una actitud de paciencia y calma que le permite que el tiempo trabaje a su favor y que la coalición adversaria, integrada por fuerzas dispares y contradictorias como la CUP, Esquerra Republicana y la vieja Convergencia, se desintegre víctima de sus propias contradicciones y profundas diferencias.
Es evidente que se está librando una guerra de propaganda y de opinión, quizás la primera guerra pura de ese tipo en la historia de la Humanidad.
La propaganda siempre ha sido parte importante de las guerras, pero la que enfrenta a catalanes y españoles es la primera en la que, por ahora, las armas convencionales están vetadas y el conflicto puede librarse únicamente en el escenario bélico de la opinión pública, donde los aviones, tanques y cañones han sidos sustituidos por las cadenas de radio y televisión, los medios de prensa y las redes sociales que inundan Internet.
El mundo ha cambiado y ese cambio hace que las guerras sean ahora batallas propagándisticas y emocionales. El poder ejecutivo ha conseguido "domesticar" a los otros dos poderes básicos del Estado (legislativo y judicial) y se ha elevado como poder dominante en la democracia, algo que ha logrado a través de la estructura de los partidos políticos, que han infiltrado y dominado, desde dentro, a jueces y legisladores. Para mantener su estatus privilegiado, el poder ejecutivo ha fraguado alianzas sólidas con los medios de comunicación, a los que pretende dominar también suministrándole dinero, a través de la publicidad, y poder, por medio de un complejo entramado de influencias, alianzas, concesiones y mecanismos de apoyo mutuo.
El ejemplo más patente del funcionamiento de esos pactos entre gobiernos y medios fueron las recientes guerras libradas por Estados Unidos en Afganistan e Irak, presentadas por los medios como reacciones lógicas defensivas frente a los atentados de Nueva York y como intervenciones preventivas ante la existencia de armas de exterminio masivo, disfrazando así las múltiples facetas colonialistas de esos ataques de la primera potencia mundial a países marcados por la pobreza y el subdesarrollo.
Pero lo más grave y preocupante de la nueva situación es que tanto el predominio del ejecutivo sobre los demás poderes como las alianzas entre el ejecutivo y los medios de comunicación han transformado tanto las reglas del juego en las democracias que, en opinión de muchos autores, esa democracia, como fue concebida en los albores de la modernidad, ya no existe.
Lo que hoy nos gobierna y rige los destinos de más de la mitad del mundo, conocido como el sistema democrático, es en realidad una "partitocracia", en la que el poder, desequilibrado y sin control, es ejercido por el ejecutivo, a través de los partidos políticos que lo respaldan y por aquellos medios de comunicación sometidos o aliados, que suelen ser una gran mayoría.
Este sistema nos coloca ante una verdadera perversión de la democracia y frente a un universal engaño a los ciudadanos, muchos de los cuales siguen creyendo que controlan la situación a través de las urnas, cuando en realidad han perdido su participación y dominio del sistema.
La otra gran conclusión que emana de la nueva situación es la duda de que el dominio del ejecutivo sea transitorio y la probabilidad de que nos encontremos frente a un poder mediático en alza que terminará por asumir el control total y por ejercer su capacidad real de poner o quitar gobiernos y de dominar a los restantes poderes a través del control de la opinión pública, que es el escenario donde se decide y se juegan los destinos del mundo.
Los medios se están dando cuenta que son ellos los que realmente mandan en este siglo XXI y no sabemos qué ocurrirá el dia que asuman, con todas las consecuencias, esa nueva realidad.
Francisco Rubiales
Por su parte, España, maniatada para utilizar las viejas armas de la represión y la fuerza bruta en un mundo moderno que no tolera esa violencia pública, se enfrenta a la rebelión catalana con armas de inteligencia, propaganda y emocionales no menos poderosas, como el estímulo y fortalecimiento de las mayorías de catalanes contrarios a la independencia, que hasta ahora permanecieron en silencio, "el respeto a las leyes y a la Constitución", "el valor de la unidad frente al peligro de la atomización de Europa" y una actitud de paciencia y calma que le permite que el tiempo trabaje a su favor y que la coalición adversaria, integrada por fuerzas dispares y contradictorias como la CUP, Esquerra Republicana y la vieja Convergencia, se desintegre víctima de sus propias contradicciones y profundas diferencias.
Es evidente que se está librando una guerra de propaganda y de opinión, quizás la primera guerra pura de ese tipo en la historia de la Humanidad.
La propaganda siempre ha sido parte importante de las guerras, pero la que enfrenta a catalanes y españoles es la primera en la que, por ahora, las armas convencionales están vetadas y el conflicto puede librarse únicamente en el escenario bélico de la opinión pública, donde los aviones, tanques y cañones han sidos sustituidos por las cadenas de radio y televisión, los medios de prensa y las redes sociales que inundan Internet.
El mundo ha cambiado y ese cambio hace que las guerras sean ahora batallas propagándisticas y emocionales. El poder ejecutivo ha conseguido "domesticar" a los otros dos poderes básicos del Estado (legislativo y judicial) y se ha elevado como poder dominante en la democracia, algo que ha logrado a través de la estructura de los partidos políticos, que han infiltrado y dominado, desde dentro, a jueces y legisladores. Para mantener su estatus privilegiado, el poder ejecutivo ha fraguado alianzas sólidas con los medios de comunicación, a los que pretende dominar también suministrándole dinero, a través de la publicidad, y poder, por medio de un complejo entramado de influencias, alianzas, concesiones y mecanismos de apoyo mutuo.
El ejemplo más patente del funcionamiento de esos pactos entre gobiernos y medios fueron las recientes guerras libradas por Estados Unidos en Afganistan e Irak, presentadas por los medios como reacciones lógicas defensivas frente a los atentados de Nueva York y como intervenciones preventivas ante la existencia de armas de exterminio masivo, disfrazando así las múltiples facetas colonialistas de esos ataques de la primera potencia mundial a países marcados por la pobreza y el subdesarrollo.
Pero lo más grave y preocupante de la nueva situación es que tanto el predominio del ejecutivo sobre los demás poderes como las alianzas entre el ejecutivo y los medios de comunicación han transformado tanto las reglas del juego en las democracias que, en opinión de muchos autores, esa democracia, como fue concebida en los albores de la modernidad, ya no existe.
Lo que hoy nos gobierna y rige los destinos de más de la mitad del mundo, conocido como el sistema democrático, es en realidad una "partitocracia", en la que el poder, desequilibrado y sin control, es ejercido por el ejecutivo, a través de los partidos políticos que lo respaldan y por aquellos medios de comunicación sometidos o aliados, que suelen ser una gran mayoría.
Este sistema nos coloca ante una verdadera perversión de la democracia y frente a un universal engaño a los ciudadanos, muchos de los cuales siguen creyendo que controlan la situación a través de las urnas, cuando en realidad han perdido su participación y dominio del sistema.
La otra gran conclusión que emana de la nueva situación es la duda de que el dominio del ejecutivo sea transitorio y la probabilidad de que nos encontremos frente a un poder mediático en alza que terminará por asumir el control total y por ejercer su capacidad real de poner o quitar gobiernos y de dominar a los restantes poderes a través del control de la opinión pública, que es el escenario donde se decide y se juegan los destinos del mundo.
Los medios se están dando cuenta que son ellos los que realmente mandan en este siglo XXI y no sabemos qué ocurrirá el dia que asuman, con todas las consecuencias, esa nueva realidad.
Francisco Rubiales
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