A pesar del heroico papel de algunos medios, la prensa no fue capaz de frenar el avance de los nuevos estilos intervencionistas, opacos y predadores de los adoradores del Estado y de impedir que la corrupción abriera grietas enormes en las organizaciones de Sevilla y Barcelona 92, grietas que en Cataluña hicieron multimillonarios a Jordi Pujol y a sus amigos nacionalistas y que en Andalucía y España inauguraron una forma de gobernar que condujo al país hasta lo que es hoy, un paraíso para corruptos y una democracia de quinta división.
El juez Baltasar Garzón, ante las informaciones críticas recogidas por la prensa, las acusaciones y filtraciones sobre la corrupción en la organización del V Centenario y de la Expo 92, terminó citando como imputados por malversación, falsedad y apropiación indebida a los gestores de la Exposición Universal, entre ellos a los tres principales: Manuel Olivencia, Emilio Casinello y Jacinto Pellón.
El caso terminó archivado, tras siete años de instrucción en los que el juez no encontró delito, pero la Expo quedó marcada como madre de chapuzas, abusos, corrupciones y opacidades, reñidas con la democracia y la decencia.
La prensa tuvo un papel crucial en aquel cuestionamiento a la Expo. A los medios llegaban las quejas de los empresarios que no habían logrado concesiones o exclusivas y las de otros que, según decían, les habían "exprimido" para obtenerlas. Nadie tenía pruebas y ninguno se atrevía a formular acusaciones porque el miedo al poder funcionaba ya y porque nadie quería salirse de aquel río de dinero que fluía en torno a la Exposición Universal.
El diario ABC creó un cuadernillo especial con información sobre la Exposición que tuvo gran éxito y Diario 16, Cambio 16 y otros medios, entre los que resaltaron algunas emisoras de radio, también se atrevieron a ser críticos, mientras casi todos los restantes medios, sobre todo los públicos y los domesticados con dinero publicitario, se mostraban complacientes y triunfalistas con la Exposición, sin reflejar sus feroces luchas internas, los nuevos estilos predadores, maletines, tráfico de influencias, manejos y trapicheos.
A pesar de todo, la prensa fue, sin duda, el gran freno que evitó que la depredación se desatara más de lo que se desató.
En la organización de la Expo se le tenía terror a la crítica y la lectura diaria del resumen de prensa era un suplicio. Jacinto Pellón, un hombre con poder inmenso y recursos casi inagotables, pudo haber convertido la prensa en la gran aliada del desafío del 92 si hubiera aceptado el juego democrático de la transparencia y la información proactiva, libre y crítica, pero ocurrió todo lo contrario. El gran jefe del evento utilizó todos los recursos imaginables en desplegar una comunicación defensiva, contraria a los criterios profesionales en boga, que aconsejaban transparencia y una comunicación intensa y veraz, mientras los organizadores de la Exposición ponían más énfasis en evitar toda critica mediática que en utilizar a los medios como plataformas informativas y promocionales. En las caracolas, donde se concentraba el poder organizador de la Exposición, nunca se entendieron correctamente las relaciones con la prensa en democracia y sólo se contemplaron como un mecanismo capaz de frenar la crítica. Esa forma de entender el mundo mediático hizo que la Dirección de Comunicación fuera el cargo más vapuleado de la organización, con nada menos que cinco responsables entre 1985 y 1992. El que más tiempo estuvo en el cargo fui yo, el primero, que ocupé esa dirección entre mayo de 1985 y noviembre de 1987.
Hubo cinco direcciones de comunicación y cinco estilos diferentes. Aquel área, difícil y conflictiva, terminó en manos de la multinacional norteamericana "Buson Masteler", que utilizó la publicidad como moneda y gastaba más dinero en un solo mes que el que tuvo mi dirección en casi tres años de trabajo.
A pesar de los problemas y de las críticas, la Expo terminó con un éxito abrumador de público, que tuvo que ser reconocido por todos, incluso por los mas críticos. Los medios de comunicación, al final, reflejaron la grandeza de la obra y contribuyeron con su información a que el recinto se llenara de gente y a que la Exposición se convirtiera en un espectáculo fascinante y lleno de magia.
Aquel gran éxito sirvió de bálsamo, el cual, unido a los ríos de dinero y al creciente poder de los políticos, consiguieron que los grandes dramas, déficits y corrupciones de la Exposición quedaran temporalmente enterrados, hasta que meses después de la clausura, retornara la crítica más feroz ante la incapacidad que demostró el poder para reutilizar el valioso recinto de la Exposición, que estuvo por un tiempo abandonado y en evidente proceso de deterioro.
Francisco Rubiales
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PRIMERO
SEGUNDO
TERCERO
CUARTO
El juez Baltasar Garzón, ante las informaciones críticas recogidas por la prensa, las acusaciones y filtraciones sobre la corrupción en la organización del V Centenario y de la Expo 92, terminó citando como imputados por malversación, falsedad y apropiación indebida a los gestores de la Exposición Universal, entre ellos a los tres principales: Manuel Olivencia, Emilio Casinello y Jacinto Pellón.
El caso terminó archivado, tras siete años de instrucción en los que el juez no encontró delito, pero la Expo quedó marcada como madre de chapuzas, abusos, corrupciones y opacidades, reñidas con la democracia y la decencia.
La prensa tuvo un papel crucial en aquel cuestionamiento a la Expo. A los medios llegaban las quejas de los empresarios que no habían logrado concesiones o exclusivas y las de otros que, según decían, les habían "exprimido" para obtenerlas. Nadie tenía pruebas y ninguno se atrevía a formular acusaciones porque el miedo al poder funcionaba ya y porque nadie quería salirse de aquel río de dinero que fluía en torno a la Exposición Universal.
El diario ABC creó un cuadernillo especial con información sobre la Exposición que tuvo gran éxito y Diario 16, Cambio 16 y otros medios, entre los que resaltaron algunas emisoras de radio, también se atrevieron a ser críticos, mientras casi todos los restantes medios, sobre todo los públicos y los domesticados con dinero publicitario, se mostraban complacientes y triunfalistas con la Exposición, sin reflejar sus feroces luchas internas, los nuevos estilos predadores, maletines, tráfico de influencias, manejos y trapicheos.
A pesar de todo, la prensa fue, sin duda, el gran freno que evitó que la depredación se desatara más de lo que se desató.
En la organización de la Expo se le tenía terror a la crítica y la lectura diaria del resumen de prensa era un suplicio. Jacinto Pellón, un hombre con poder inmenso y recursos casi inagotables, pudo haber convertido la prensa en la gran aliada del desafío del 92 si hubiera aceptado el juego democrático de la transparencia y la información proactiva, libre y crítica, pero ocurrió todo lo contrario. El gran jefe del evento utilizó todos los recursos imaginables en desplegar una comunicación defensiva, contraria a los criterios profesionales en boga, que aconsejaban transparencia y una comunicación intensa y veraz, mientras los organizadores de la Exposición ponían más énfasis en evitar toda critica mediática que en utilizar a los medios como plataformas informativas y promocionales. En las caracolas, donde se concentraba el poder organizador de la Exposición, nunca se entendieron correctamente las relaciones con la prensa en democracia y sólo se contemplaron como un mecanismo capaz de frenar la crítica. Esa forma de entender el mundo mediático hizo que la Dirección de Comunicación fuera el cargo más vapuleado de la organización, con nada menos que cinco responsables entre 1985 y 1992. El que más tiempo estuvo en el cargo fui yo, el primero, que ocupé esa dirección entre mayo de 1985 y noviembre de 1987.
Hubo cinco direcciones de comunicación y cinco estilos diferentes. Aquel área, difícil y conflictiva, terminó en manos de la multinacional norteamericana "Buson Masteler", que utilizó la publicidad como moneda y gastaba más dinero en un solo mes que el que tuvo mi dirección en casi tres años de trabajo.
A pesar de los problemas y de las críticas, la Expo terminó con un éxito abrumador de público, que tuvo que ser reconocido por todos, incluso por los mas críticos. Los medios de comunicación, al final, reflejaron la grandeza de la obra y contribuyeron con su información a que el recinto se llenara de gente y a que la Exposición se convirtiera en un espectáculo fascinante y lleno de magia.
Aquel gran éxito sirvió de bálsamo, el cual, unido a los ríos de dinero y al creciente poder de los políticos, consiguieron que los grandes dramas, déficits y corrupciones de la Exposición quedaran temporalmente enterrados, hasta que meses después de la clausura, retornara la crítica más feroz ante la incapacidad que demostró el poder para reutilizar el valioso recinto de la Exposición, que estuvo por un tiempo abandonado y en evidente proceso de deterioro.
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