Muchos se extrañan del extraordinario auge del independentismo en España, país del que quieren irse vascos y catalanes, mientras crece el sentimiento de huida en Baleares, Valencia, Galicia y otras regiones. Sin embargo, hay una explicación: España ya no existe como nación porque ni ilusiona, ni cohesiona. El país, víctima de una clase política que no ha sabido ser líder y que ha sembrado el país de corrupción y fracaso, ha dejado de ser una nación para convertirse en una comunidad de descontentos, frustrados, empobrecidos, corrompidos, desilusionados y conspiradores. Los verdaderos independentistas no son ERC, CIU, PNV, Bildu y el BNG, sino los pésimos dirigentes, incapaces de ser ejemplares y justos, que han ocupado las altas instancias del Estado desde la muerte de Franco.
Si una nación es la voluntad de un pueblo de convivir unidos y avanzar hacia metas compartidas, España ya no es una nación porque no existen ni la voluntad de convivir juntos ni metas que compartamos.
Es cierto que en la nación moderna concurren otras circunstancias como la unidad jurídica y el entramado institucional, pero la voluntad de convivir y de compartir metas y destinos sigue siendo la esencia de cualquier pueblo que se constituya en nación.
España, destrozada por sus malos dirigentes, necesita ser reseteada y reconstruir desde la base sus ilusiones y metas, con partidos y gente distinta a las que la han asesinado. Los mismos que han degradado y destruido la nación no pueden ser los artífices de la regeneración y del resurgimiento. Ellos, la clase política y los partidos políticos, han traicionado su razón de existir y han dejado de ser instrumentos de concordia, progreso y participación ciudadana en las decisiones para convertirse en organizaciones de poder, sin otra meta que mantener sus ventajas y privilegios, habituadas ya a anteponer sus propios intereses al bien común.
Los políticos y sus partidos son el problema, no la solución.
Es así de crudo, de real y de duro, aunque jamás lo digan los que gobiernan, ni los que les sirven de pretorianos.
Si una nación es la voluntad de un pueblo de convivir unidos y avanzar hacia metas compartidas, España ya no es una nación porque no existen ni la voluntad de convivir juntos ni metas que compartamos.
Es cierto que en la nación moderna concurren otras circunstancias como la unidad jurídica y el entramado institucional, pero la voluntad de convivir y de compartir metas y destinos sigue siendo la esencia de cualquier pueblo que se constituya en nación.
España, destrozada por sus malos dirigentes, necesita ser reseteada y reconstruir desde la base sus ilusiones y metas, con partidos y gente distinta a las que la han asesinado. Los mismos que han degradado y destruido la nación no pueden ser los artífices de la regeneración y del resurgimiento. Ellos, la clase política y los partidos políticos, han traicionado su razón de existir y han dejado de ser instrumentos de concordia, progreso y participación ciudadana en las decisiones para convertirse en organizaciones de poder, sin otra meta que mantener sus ventajas y privilegios, habituadas ya a anteponer sus propios intereses al bien común.
Los políticos y sus partidos son el problema, no la solución.
Es así de crudo, de real y de duro, aunque jamás lo digan los que gobiernan, ni los que les sirven de pretorianos.
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