Han destrozado su prosperidad; han tenido que permitir una "intervención" externa que convierte a España en un "protectorado"; han dilapidado y arruinado el prestigio que los españoles se ganaron como protagonistas de uno de los milagros económicos más sorprendentes del siglo XX; han convertido la "democracia" española en una pocilga sin ciudadanos, donde los partidos políticos, los políticos profesionales y la corrupción tienen el control absoluto; han hecho de España un líder mundial en prostitución, tráfico y consumo de drogas, desempleo, bandas de delincuentes internacionales, avance de la pobreza, blanqueo de dinero, baja calidad de la enseñanza, fracaso escolar, coches oficiales, privilegios para los poderosos, desigualdad, presión fiscal, población encarcelada y otras muchas basuras.
España es hoy un país destrozado por su casta política, la peor del continente europeo y una de las más ineficaces y corruptas del mundo desarrollado.
La destrucción perpetrada por los políticos españoles es tan intensa que una parte destacada de Europa no se cree que España sea un Estado de Derecho.
El drama actual de España se forjo en la Transición, cuando la democracia fue instaurada como simple sustituta del Franquismo, sin el imprescindible debate sobre lo que esa democracia significaba, suplantándose el Movimiento Nacional por un cóctel de partidos políticos sedientos de poder, sin que el espíritu de la verdadera democracia fuera previamente entendido y asumido ni por los políticos ni por los ciudadanos. El drama se consumó cuando los políticos olvidaron que en democracia el liderazgo conlleva el deber de ser ejemplares. Muchos políticos españoles (no todos, pero s´´i los suficientes para que el sistema quedara seriamente dañado), en lugar de constituirse en el ejemplo a seguir por la ciudadanía, actuaron como portaestandartes de la corrupción, el abuso y la sinvergonzonería.
De todos los daños causados a España por su casta dirigente quizás el peor haya sido el de la corrupción, cuyo capítulo urbanístico ha alcanzado niveles asombrosos, transformando el país en un gigantesco vertedero, lleno de políticos ilegalmente enriquecidos, de promotores catetos circulando en Mercedes y BMW, mientras sus mujeres e hijos cobran el paro, viviendo en chalets de lujo y corrompiendo con su negocio putrefacto a notarios, despachos de abogados, registradores, consultores y, sobre todo, a los partidos políticos, que se han acostumbrado a practicar tres vicios profundamente antidemocráticos: la financiación ilegal, la opresión sobre el ciudadano y la sociedad civil y la aniquilación de los controles y cautelas que la democracia exige para limitar el poder político.
La sociedad española, portadora de valores forjados en los tiempos de la pobreza y de la lucha por la libertad, como la honradez, el respeto, el esfuerzo, la austeridad y la decencia, se ha corrompido al convivir con los políticos y ha comenzado a correr, alocada, en dirección a los paraísos corruptos del planeta: Cuba, Venezuela, Maruecos y algunos países desgraciados de África, Oriente Medio y Asia.
En España no se cumple el axioma de que el país tiene los políticos que se merece porque han sido los políticos los que han empujado a la sociedad hacia el estiércol y la vergüenza. Cuando los españoles, en tiempo de Felipe González, vieron como el gobierno le robaba RUMASA a Ruiz Mateos y como Roldán, jefe de la prestigiosa Guardia Civil, robaba a los huérfanos del cuerpo, entendieron que robar era una consigna pública. Mas tarde, con Aznar, nadie reaccionó cuando el PP y el PSOE pactaron intervenir en la Justicia y acabar con la independencia del Poder Judicial, ni nadie protesta hoy cuando la Fiscalía no actúa contra los socialistas, mientras detiene ante las cámaras de la televisión a los políticos de la derecha, ni nadie vomita cuando el presidente del gobierno promueve, personalmente, leyes anticonstitucionales, como el Estatuto de Cataluña y, probablemente, la ley del aborto..
Es posible que ahora los españoles sí merezcamos los gobiernos sucios que padecemos, pero que conste que no hace mucho, los españoles, masivamente, éramos infinitamente más honrados, decentes, dignos y virtuosos que su mediocre, deleznable y corrupta casta dirigente.
El pasado día 6 de julio, en el Parlamento de Estrasburgo, en la sesión dedicada a hacer balance de la presidencia rotatoria española, una diputada británica preguntó a Zapatero si España se disponía a confiscar las propiedades costeras que los ciudadanos británicos han adquirido, como en su día hizo el régimen de Zimbabwe. Era una pregunta absurda, pero, lamentablemente, demuestra el escaso nivel de confianza que la España de Zapatero despierta en Europa.
Zapatero, indignado, respondió que España no se merece ser comparada con Zimbabwe. El presidente español tenía razón, pero solo en parte porque es evidente que los abusos cometidos por él mismo, por sus insaciables socios nacionalistas y también por una oposición casi tan minada por el autoritarismo y la corrupción como el socialismo, están conduciendo a España, con mano firme y alma antidemocrática, hacia los ámbitos políticos y éticos que hoy ocupan en el planeta Zimbabwe, Cuba, Venezuela, Marruecos y otros muchos países malolientes.
España es hoy un país destrozado por su casta política, la peor del continente europeo y una de las más ineficaces y corruptas del mundo desarrollado.
La destrucción perpetrada por los políticos españoles es tan intensa que una parte destacada de Europa no se cree que España sea un Estado de Derecho.
El drama actual de España se forjo en la Transición, cuando la democracia fue instaurada como simple sustituta del Franquismo, sin el imprescindible debate sobre lo que esa democracia significaba, suplantándose el Movimiento Nacional por un cóctel de partidos políticos sedientos de poder, sin que el espíritu de la verdadera democracia fuera previamente entendido y asumido ni por los políticos ni por los ciudadanos. El drama se consumó cuando los políticos olvidaron que en democracia el liderazgo conlleva el deber de ser ejemplares. Muchos políticos españoles (no todos, pero s´´i los suficientes para que el sistema quedara seriamente dañado), en lugar de constituirse en el ejemplo a seguir por la ciudadanía, actuaron como portaestandartes de la corrupción, el abuso y la sinvergonzonería.
De todos los daños causados a España por su casta dirigente quizás el peor haya sido el de la corrupción, cuyo capítulo urbanístico ha alcanzado niveles asombrosos, transformando el país en un gigantesco vertedero, lleno de políticos ilegalmente enriquecidos, de promotores catetos circulando en Mercedes y BMW, mientras sus mujeres e hijos cobran el paro, viviendo en chalets de lujo y corrompiendo con su negocio putrefacto a notarios, despachos de abogados, registradores, consultores y, sobre todo, a los partidos políticos, que se han acostumbrado a practicar tres vicios profundamente antidemocráticos: la financiación ilegal, la opresión sobre el ciudadano y la sociedad civil y la aniquilación de los controles y cautelas que la democracia exige para limitar el poder político.
La sociedad española, portadora de valores forjados en los tiempos de la pobreza y de la lucha por la libertad, como la honradez, el respeto, el esfuerzo, la austeridad y la decencia, se ha corrompido al convivir con los políticos y ha comenzado a correr, alocada, en dirección a los paraísos corruptos del planeta: Cuba, Venezuela, Maruecos y algunos países desgraciados de África, Oriente Medio y Asia.
En España no se cumple el axioma de que el país tiene los políticos que se merece porque han sido los políticos los que han empujado a la sociedad hacia el estiércol y la vergüenza. Cuando los españoles, en tiempo de Felipe González, vieron como el gobierno le robaba RUMASA a Ruiz Mateos y como Roldán, jefe de la prestigiosa Guardia Civil, robaba a los huérfanos del cuerpo, entendieron que robar era una consigna pública. Mas tarde, con Aznar, nadie reaccionó cuando el PP y el PSOE pactaron intervenir en la Justicia y acabar con la independencia del Poder Judicial, ni nadie protesta hoy cuando la Fiscalía no actúa contra los socialistas, mientras detiene ante las cámaras de la televisión a los políticos de la derecha, ni nadie vomita cuando el presidente del gobierno promueve, personalmente, leyes anticonstitucionales, como el Estatuto de Cataluña y, probablemente, la ley del aborto..
Es posible que ahora los españoles sí merezcamos los gobiernos sucios que padecemos, pero que conste que no hace mucho, los españoles, masivamente, éramos infinitamente más honrados, decentes, dignos y virtuosos que su mediocre, deleznable y corrupta casta dirigente.
El pasado día 6 de julio, en el Parlamento de Estrasburgo, en la sesión dedicada a hacer balance de la presidencia rotatoria española, una diputada británica preguntó a Zapatero si España se disponía a confiscar las propiedades costeras que los ciudadanos británicos han adquirido, como en su día hizo el régimen de Zimbabwe. Era una pregunta absurda, pero, lamentablemente, demuestra el escaso nivel de confianza que la España de Zapatero despierta en Europa.
Zapatero, indignado, respondió que España no se merece ser comparada con Zimbabwe. El presidente español tenía razón, pero solo en parte porque es evidente que los abusos cometidos por él mismo, por sus insaciables socios nacionalistas y también por una oposición casi tan minada por el autoritarismo y la corrupción como el socialismo, están conduciendo a España, con mano firme y alma antidemocrática, hacia los ámbitos políticos y éticos que hoy ocupan en el planeta Zimbabwe, Cuba, Venezuela, Marruecos y otros muchos países malolientes.
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