imagen cedida por www.lakodorniz.com
Muchos socialistas honrados están perplejos y preocupados porque, aunque saben que la corrupción es una enfermedad que afecta a toda la política española, su partido, el PSOE, parece marcado históricamente por esa lacra y porque todo indica que los mismos dramas y errores que expulsaron a Felipe González de la Moncloa se están reproduciendo, de manera casi milimétrica, en el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero.
La corrupción, galopante y descarada, que ha sobrepasado los límites del municipio y se adentra ya en las entrañas del Estado, amenazando con marcar a fuego a los socialistas y con arrojarlos nuevamente del poder, es ya hoy el principal tema a debate dentro del PSOE, aunque se trate de un debate interno de cuya eficacia muchos dudan porque la mayoría de los participantes, por miedo a perder sus privilegios, en lugar de defender la verdad afirman lo que los dirigentes quieren escuchar.
Sin embargo, cuando opinan en sus círculos de amistad, unos dicen que los delincuentes y corruptos acuden al PSOE como las moscas a la miel y que la izquierda no sabe defenderse de esa invasión perniciosa, mientras que otros, menos indulgentes, culpan directamente al partido del deterioro etico porque el clientelismo y la avidez por el poder generan gastos insoportables que demandan una financiación salvaje a la que la izquierda, tradicionalmente, no ha sabido frenar con barreras y defensas.
Por encima del partidismo, la corrupción se está convirtiendo en un gravísimo problema no sólo para el PSOE sino para toda la política y para el mismo sistema.
Mariano Rajoy, que sabe meter el dedo en la herida, acaba de afirmar que, con los socialistas en el gobierno, ha retornado la corrupción a España y cita como prueba irrefutable que, cuando mandaba la derecha, la corrupción dejó de ser una de las preocupaciones de los ciudadanos, según los sondeos del CIS, mientras que ahora vuelven a percibirla como uno de los grandes problemas del país.
La prensa, sensible a las preocupaciones y obsesiones de los ciudadanos, ya ha convertido a la corrupción en estrella mediática y en tema prioritario de tertulias y análisis.
El diario "El Mundo", en su edición del domingo 29 de abril, publicaba un informe según el cual la "beautiful people" vuelve a colarse en el PSOE, como ocurrió en tiempos de Felipe González, cuando los Mariano Rubio, los de la Concha y otros muchos pusieron al Felipismo contra las cuerdas. La cena de 1.400 euros de Carlos Arenillas, vicepresidente de la CNMV, es todo un símbolo de corrupción elitista, de esos que hacen daño porque se quedan prendidos, durante años, en la memoria popular.
La tesis de muchos analistas es que, aunque la corrupción afecta a todos los partidos, la izquierda y la corrupción, por algunas razones no demasiado claras, cohabitan cómodamente. Y citan las acusaciones de Manuel Conthe, el dimitido presidente de la CNMV, como prueba de que el caudal de la corrupción ya ha desbordado los espacios municipales para adentrarse en los ministerios y en la mismísima Moncloa, donde el equipo de asesores del presidente Zapatero ha sido acusado de actuar irregularmente en el acoso de dos grandes empresas españolas, el BBVA, en 2005, y ENDESA, recientemente.
La corrupción, galopante y descarada, que ha sobrepasado los límites del municipio y se adentra ya en las entrañas del Estado, amenazando con marcar a fuego a los socialistas y con arrojarlos nuevamente del poder, es ya hoy el principal tema a debate dentro del PSOE, aunque se trate de un debate interno de cuya eficacia muchos dudan porque la mayoría de los participantes, por miedo a perder sus privilegios, en lugar de defender la verdad afirman lo que los dirigentes quieren escuchar.
Sin embargo, cuando opinan en sus círculos de amistad, unos dicen que los delincuentes y corruptos acuden al PSOE como las moscas a la miel y que la izquierda no sabe defenderse de esa invasión perniciosa, mientras que otros, menos indulgentes, culpan directamente al partido del deterioro etico porque el clientelismo y la avidez por el poder generan gastos insoportables que demandan una financiación salvaje a la que la izquierda, tradicionalmente, no ha sabido frenar con barreras y defensas.
Por encima del partidismo, la corrupción se está convirtiendo en un gravísimo problema no sólo para el PSOE sino para toda la política y para el mismo sistema.
Mariano Rajoy, que sabe meter el dedo en la herida, acaba de afirmar que, con los socialistas en el gobierno, ha retornado la corrupción a España y cita como prueba irrefutable que, cuando mandaba la derecha, la corrupción dejó de ser una de las preocupaciones de los ciudadanos, según los sondeos del CIS, mientras que ahora vuelven a percibirla como uno de los grandes problemas del país.
La prensa, sensible a las preocupaciones y obsesiones de los ciudadanos, ya ha convertido a la corrupción en estrella mediática y en tema prioritario de tertulias y análisis.
El diario "El Mundo", en su edición del domingo 29 de abril, publicaba un informe según el cual la "beautiful people" vuelve a colarse en el PSOE, como ocurrió en tiempos de Felipe González, cuando los Mariano Rubio, los de la Concha y otros muchos pusieron al Felipismo contra las cuerdas. La cena de 1.400 euros de Carlos Arenillas, vicepresidente de la CNMV, es todo un símbolo de corrupción elitista, de esos que hacen daño porque se quedan prendidos, durante años, en la memoria popular.
La tesis de muchos analistas es que, aunque la corrupción afecta a todos los partidos, la izquierda y la corrupción, por algunas razones no demasiado claras, cohabitan cómodamente. Y citan las acusaciones de Manuel Conthe, el dimitido presidente de la CNMV, como prueba de que el caudal de la corrupción ya ha desbordado los espacios municipales para adentrarse en los ministerios y en la mismísima Moncloa, donde el equipo de asesores del presidente Zapatero ha sido acusado de actuar irregularmente en el acoso de dos grandes empresas españolas, el BBVA, en 2005, y ENDESA, recientemente.
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