La mujer está dotada de unas cualidades distintas y superiores a las del hombre. Es más paciente y sufrida, gobierna y dirige con mayor razón y acierto; y, sobre todo, es madre. La maternidad la encumbra al primer puesto, es cocreadora, dadora de vida; la primera palabra que aprende el niño es la de “madre”, “mamá”. La maternidad es una realidad exclusiva de la constitución femenina; está destinada a la misión más alta del ser humano, de carácter “cuasi” divino; participa en el acto creador natural. Su constitución para traer nuevos seres al mundo es el hecho más extraordinario y maravilloso, casi incomprensible e inimaginable.
La mujer europea se ha desclasado, se ha desasido de anclajes y sometimientos patriarcales, maritales y sociales, hoy puede compartir derechos, responsabilidades y faenas hasta donde la propia realidad se lo permite. La mujer ha alcanzado ya casi todas las parcelas del quehacer humano y ocupado todo el abanico de puestos y profesiones así como altos cargos directivos tanto en el terreno político como en el empresarial. Así, Iveta Radicova será primera ministra de Eslovaquia, por primera vez una jefa de Gobierno en la Europa del Este, Mari Kiviniemi es la nueva primera ministra de Finlandia, Julia Gillard es la primera jefa de Gobierno de Australia, como Angela Merkel en Alemania, o Ellen Jonson Sirleaf en Liberia. Pero entre tanto, se ha ido retirando de engendrar, parir y criar; también la mujer ha entrado en su crisis espiritual, ha perdido la fe en tener hijos, como aquel personaje de Miguel de Unamuno: San Manuel Bueno y Mártir, el párroco de Valverde de Lucerna, el sacerdote que vive simulando la fe que ha perdido hace mucho tiempo.
España no quiere hijos; sufre una seria dolencia de fe en el embarazo, no cree en el “creced y multiplicaos”. España agoniza poco a poco en su vejez; ha caído el valor de la nueva vida; para la Humanidad, desde su inicio, los hijos siempre han sido fuente de alegría, perpetuidad y riqueza; hoy, se han convertido en una carga; y se implanta el aborto, como una adquisición de modernidad, que camufla el asesinato veleidoso del “nasciturus”. El año pasado nacieron menos de 500.000 niños y fueron asesinados en aborto más de un millón. España se queda sin futuro, esta sociedad ha perdido el Norte; va camino de ser una gran residencia de viejos, a los que pronto, se aplicará también la eutanasia y estos modernos y avanzados se quedarán solos en su infierno. Europa senecta en la que hoy ya hay 85 millones de ancianos por 78 de jóvenes.
Vamos hacia el escenario abanderado de una España arrugada, decrépita, exhausta, que estará gobernada por los exponentes de esta generación de hijos únicos crecida entre algodones sin la menor idea de lo que significa compartir y acostumbrada a ver satisfechos todos sus caprichos al instante. ¿Quién pagará las pensiones de los abuelos? ¿Cuánto tardará en imponerse la eutanasia como solución final?
Se aducen dificultades económicas para justificar la falta de nacimientos, es un argumento falaz. El motivo fundamental no es económico, es más complejo. Es un asunto de mentalidad, de inconsciencia e incultura suicida, para muchos los hijos son considerados un estorbo, un obstáculo, una molestia en su vida y profesión y un desafío demasiado fuerte en cuanto a su crianza y a su educación. En definitiva, los seguidores laicistas anclados en el relativismo no entienden que nada ni nadie les prive de su hedonismo. No quieren saber que los hijos son el mayor bien y el mejor de los regalos, por ello, necesitan grandes dosis de amor, ejemplo, entrega y generosidad.
C. Mudarra
La mujer europea se ha desclasado, se ha desasido de anclajes y sometimientos patriarcales, maritales y sociales, hoy puede compartir derechos, responsabilidades y faenas hasta donde la propia realidad se lo permite. La mujer ha alcanzado ya casi todas las parcelas del quehacer humano y ocupado todo el abanico de puestos y profesiones así como altos cargos directivos tanto en el terreno político como en el empresarial. Así, Iveta Radicova será primera ministra de Eslovaquia, por primera vez una jefa de Gobierno en la Europa del Este, Mari Kiviniemi es la nueva primera ministra de Finlandia, Julia Gillard es la primera jefa de Gobierno de Australia, como Angela Merkel en Alemania, o Ellen Jonson Sirleaf en Liberia. Pero entre tanto, se ha ido retirando de engendrar, parir y criar; también la mujer ha entrado en su crisis espiritual, ha perdido la fe en tener hijos, como aquel personaje de Miguel de Unamuno: San Manuel Bueno y Mártir, el párroco de Valverde de Lucerna, el sacerdote que vive simulando la fe que ha perdido hace mucho tiempo.
España no quiere hijos; sufre una seria dolencia de fe en el embarazo, no cree en el “creced y multiplicaos”. España agoniza poco a poco en su vejez; ha caído el valor de la nueva vida; para la Humanidad, desde su inicio, los hijos siempre han sido fuente de alegría, perpetuidad y riqueza; hoy, se han convertido en una carga; y se implanta el aborto, como una adquisición de modernidad, que camufla el asesinato veleidoso del “nasciturus”. El año pasado nacieron menos de 500.000 niños y fueron asesinados en aborto más de un millón. España se queda sin futuro, esta sociedad ha perdido el Norte; va camino de ser una gran residencia de viejos, a los que pronto, se aplicará también la eutanasia y estos modernos y avanzados se quedarán solos en su infierno. Europa senecta en la que hoy ya hay 85 millones de ancianos por 78 de jóvenes.
Vamos hacia el escenario abanderado de una España arrugada, decrépita, exhausta, que estará gobernada por los exponentes de esta generación de hijos únicos crecida entre algodones sin la menor idea de lo que significa compartir y acostumbrada a ver satisfechos todos sus caprichos al instante. ¿Quién pagará las pensiones de los abuelos? ¿Cuánto tardará en imponerse la eutanasia como solución final?
Se aducen dificultades económicas para justificar la falta de nacimientos, es un argumento falaz. El motivo fundamental no es económico, es más complejo. Es un asunto de mentalidad, de inconsciencia e incultura suicida, para muchos los hijos son considerados un estorbo, un obstáculo, una molestia en su vida y profesión y un desafío demasiado fuerte en cuanto a su crianza y a su educación. En definitiva, los seguidores laicistas anclados en el relativismo no entienden que nada ni nadie les prive de su hedonismo. No quieren saber que los hijos son el mayor bien y el mejor de los regalos, por ello, necesitan grandes dosis de amor, ejemplo, entrega y generosidad.
C. Mudarra
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