Cuando un hombre bueno y entregado da su vida en pro de los pequeños y olvidados de este mundo, los críticos y enemigos de la Iglesia no se enteran o guardan un silencio agudo y cómplice. En el caso contrario, sí que jalean y alborotan, creyendo, que su algarabía y la debilidad del caído van a acabar con la fe cristiana. Vicente ha muerto y, sepultado en la India, casi nadie ha dicho nada.
El father nació el 9 de abril de 1920 en Barcelona, donde vio a ls primeros intocables y comenzó los estudios de Derecho; habiéndose rozado con Dios en la catedral, luego, en el frente del Ebro recibió la su vocación a la Compañía de Jesús, para cumplir su ideal de ayudar a los pobres. Al terminar la guerra, inició el noviciado en un monasterio de las laderas del Moncayo y de allí, nuevo misionero, en Febrero de 1952, viajando tras su largo sueño, atracó en Bombay. Empezó en Mammadh, un pueblecito al norte de la gran urbe, desde una pequeña casa que le dejó una organización protestante, en la que sólo había una mesa, una silla, una máquina de escribir y un mensaje en la pared: «Espera un milagro»; construyó con sus manos un pequeño hospital, luego un colegio, después un pozo tras otro, hasta que finalmente se puso a repartir trigo con un carro tirado por un par de bueyes. «Nunca les hablaba de Dios, había otras prioridades», él no había llegado allí para orar, ver y callar. Siempre se dijo que no había que esperar el milagro, que había que salir a buscarlo, que era una locura, pero había que intentarlo.
Sus métodos suscitaron el disgusto y rechazo de la Compañía de Jesús y de las autoridades locales que lo consideraron demasiado poderoso, por lo que estas intentaron expulsarlo y Aquella reconducirlo; pero, enterada, Indira Gandhi, Presidenta del País, le dio su beneplácito. En 1969, tras su expulsión, llegó a Anantapur de Andhra Pradesh, único estado indio que le permitió quedarse; allí se enfrentó a la pobreza absoluta, ayudó a los que nunca recibieron ayuda, y les dijo a los ‘intocables’, a los pobres de los pobres, que ellos también tenían derecho a vivir y a vivir con dignidad. Puso en marcha el RDT (Rural Development Trust o Consorcio para el Desarrollo Rural), y en 1996 vio la luz la Fundación Vicente Ferrer (FVF) y con ella un programa de apadrinamiento de niños.
Vicente Ferrer, convirtiendo el desierto de una región desechada, en oasis y en una finca de frutales, hizo que los desheredados pudieran vivir dignamente y comer, y disponer en su vida diaria del agua, de un trabajo digno, de una vivienda, de lo imprescindible; más aún, no sólo logró que sus hijos tuvieran la educación que ellos no recibieron y una atención sanitaria de calidad… No, les dio mucho más, les abrió el camino de ser, les ofreció la esperanza y la base que jamás vieron, les aportó la dignidad negada y desconocida.
Hay hombres que hacen de su vida un ofrecimiento al prójimo por amor a Jesucristo; son los misioneros innumerables de Diócesis, Institutos, Congregaciones y Conventos de la Iglesia Católica, tan denostada hoy, que dieron de beber al sediento y de comer al hambriento en una entrega total, cada vez que salieron a su encuentro.
C. Mudarra
El father nació el 9 de abril de 1920 en Barcelona, donde vio a ls primeros intocables y comenzó los estudios de Derecho; habiéndose rozado con Dios en la catedral, luego, en el frente del Ebro recibió la su vocación a la Compañía de Jesús, para cumplir su ideal de ayudar a los pobres. Al terminar la guerra, inició el noviciado en un monasterio de las laderas del Moncayo y de allí, nuevo misionero, en Febrero de 1952, viajando tras su largo sueño, atracó en Bombay. Empezó en Mammadh, un pueblecito al norte de la gran urbe, desde una pequeña casa que le dejó una organización protestante, en la que sólo había una mesa, una silla, una máquina de escribir y un mensaje en la pared: «Espera un milagro»; construyó con sus manos un pequeño hospital, luego un colegio, después un pozo tras otro, hasta que finalmente se puso a repartir trigo con un carro tirado por un par de bueyes. «Nunca les hablaba de Dios, había otras prioridades», él no había llegado allí para orar, ver y callar. Siempre se dijo que no había que esperar el milagro, que había que salir a buscarlo, que era una locura, pero había que intentarlo.
Sus métodos suscitaron el disgusto y rechazo de la Compañía de Jesús y de las autoridades locales que lo consideraron demasiado poderoso, por lo que estas intentaron expulsarlo y Aquella reconducirlo; pero, enterada, Indira Gandhi, Presidenta del País, le dio su beneplácito. En 1969, tras su expulsión, llegó a Anantapur de Andhra Pradesh, único estado indio que le permitió quedarse; allí se enfrentó a la pobreza absoluta, ayudó a los que nunca recibieron ayuda, y les dijo a los ‘intocables’, a los pobres de los pobres, que ellos también tenían derecho a vivir y a vivir con dignidad. Puso en marcha el RDT (Rural Development Trust o Consorcio para el Desarrollo Rural), y en 1996 vio la luz la Fundación Vicente Ferrer (FVF) y con ella un programa de apadrinamiento de niños.
Vicente Ferrer, convirtiendo el desierto de una región desechada, en oasis y en una finca de frutales, hizo que los desheredados pudieran vivir dignamente y comer, y disponer en su vida diaria del agua, de un trabajo digno, de una vivienda, de lo imprescindible; más aún, no sólo logró que sus hijos tuvieran la educación que ellos no recibieron y una atención sanitaria de calidad… No, les dio mucho más, les abrió el camino de ser, les ofreció la esperanza y la base que jamás vieron, les aportó la dignidad negada y desconocida.
Hay hombres que hacen de su vida un ofrecimiento al prójimo por amor a Jesucristo; son los misioneros innumerables de Diócesis, Institutos, Congregaciones y Conventos de la Iglesia Católica, tan denostada hoy, que dieron de beber al sediento y de comer al hambriento en una entrega total, cada vez que salieron a su encuentro.
C. Mudarra
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