No hay pruebas, por el momento, de que esas sospechas, aireadas por parte de la prensa y por algunos dirigentes políticos en privado, sean ciertas, pero lo importante es que, dada la suciedad reinante y la bajeza de muchas de las personas que controlan el Estado, son sospechas creíbles y posibles en un país donde los partidos y los políticos tienen un poder casi ilimitado y donde cualquier miserable enloquecido puede acumular en sus manos el poder suficiente para arruinar el país y llevarlo hasta la destrucción.
La reciente crisis del PSOE ha demostrado que el mayor peligro para España y sus ciudadanos no es, como creíamos, que un gobierno alcance el poder y nos gobierne mal, sino que llegue al poder un canalla enfermo mental, que sea capaz de destruir la nación y a todos sus miembros.
Miren los despojos de un Pedro Sánchez al que la ambición condujo a la ignominia y verán también la imagen sucia de la España política degradada. Sánchez pudo haber pasado a la Historia como el reconstructor de su partido, desde la oposición, controlando a un PP débil y en minoría, al que habría podido imponer reformas y cambios buenos para España, pero ha perecido como un imbécil, alzando banderas que nadie entendía y que todos confundían con el odio y la ambición. Pudo haber sido protagonista generoso de un gobierno de concentración capaz de regenerar España y de imponer autoridad en el caos, generando respeto internacional y autoridad, pero sólo ha sido capaz de morir a cuchilladas, enfrentado a los suyos no por ideas nobles, sino por cuotas de poder.
Urge limitar los poderes de los políticos e incrementar esos controles, frenos y contrapesos que son la esencia de las democracia y que el sistema español no los estableció porque lo que instauró la Constitución de 1978 no fue una democracia, como nos dijeron, sino una peligrosa y descontrolada dictadura de partidos políticos.
En consecuencia, todavía más urgente que regenerar la política, gravemente enferma de corrupción, es limitar los poderes de la clase política y de los partidos, porque hoy constituyen un peligro mortal para la supervivencia del país.
España ha padecido ya estragos causados por sus políticos que nunca debieron haberse admitido. El independentismo catalán, que está a punto de destrozar la unidad de la nación, ha sido sucia e irresponsablemente alimentado por el PSOE y el PP, dos partidos que han pactado con el nacionalismo porque necesitaban sus votos, pagando el favor con impunidad y con la cobarde y rastrera tolerancia ante la corrupción, el abuso y hasta el delito. El endeudamiento desbocado que han protagonizado Zapatero y Rajoy, que ha dejado hipotecado el futuro de varias generaciones de españoles, es también un abuso intolerable que el ciudadano nunca debió haber admitido y que hemos tenido que soportar porque la miserable osadía de los poderosos no tiene límites y porque el país carece de leyes que castiguen a los que destruyen la nación de manera irresponsable.
Pero, aunque hay en la política reciente más ejemplos de traiciones y abusos de un poder tan ilimitado y descontrolado que nada tiene que ver con la democracia, lo escalofriante es que ya sabemos que España está indefensa ante un potencial canalla o criminal que alcance el poder "democráticamente" y que, una vez en la Moncloa, controlando todos los recursos del Estado, decida hundir el país y aplastar a sus ciudadanos.
Antes que regenerar el país hay que limitar el poder de los políticos y de sus partidos, al mismo tiempo que se fortalecen los controles, limites, contrapesos, frenos y cautelas. Los poderes básicos del Estado tienen que funcionar con independencia y el Parlamento tiene que ser u templo del debate libre, no como ahora, que es una cuadra donde los potros domesticados de los distintos partidos no hacen otra cosa que obedecer a sus líderes, sin ni siquiera imaginar qué quieren los ciudadanos o que necesita España.
El actual sistema español es una auténtica basura, una hipócrita e indecente basura porque no tiene ningún rasgo democrático y tiene la desfachatez de autoproclamarse "democracia".
Antes que regenerar a las personas y a los partidos, hay que crear un sistema que haga pagar caro el delito y el abuso y que, ante la ausencia de virtud y de valores en su clase dirigente, por lo menos disponga del saludable miedo a la ley para que los canallas no se adueñen de nuestro destino y nos envíen al matadero.
Francisco Rubiales
La reciente crisis del PSOE ha demostrado que el mayor peligro para España y sus ciudadanos no es, como creíamos, que un gobierno alcance el poder y nos gobierne mal, sino que llegue al poder un canalla enfermo mental, que sea capaz de destruir la nación y a todos sus miembros.
Miren los despojos de un Pedro Sánchez al que la ambición condujo a la ignominia y verán también la imagen sucia de la España política degradada. Sánchez pudo haber pasado a la Historia como el reconstructor de su partido, desde la oposición, controlando a un PP débil y en minoría, al que habría podido imponer reformas y cambios buenos para España, pero ha perecido como un imbécil, alzando banderas que nadie entendía y que todos confundían con el odio y la ambición. Pudo haber sido protagonista generoso de un gobierno de concentración capaz de regenerar España y de imponer autoridad en el caos, generando respeto internacional y autoridad, pero sólo ha sido capaz de morir a cuchilladas, enfrentado a los suyos no por ideas nobles, sino por cuotas de poder.
Urge limitar los poderes de los políticos e incrementar esos controles, frenos y contrapesos que son la esencia de las democracia y que el sistema español no los estableció porque lo que instauró la Constitución de 1978 no fue una democracia, como nos dijeron, sino una peligrosa y descontrolada dictadura de partidos políticos.
En consecuencia, todavía más urgente que regenerar la política, gravemente enferma de corrupción, es limitar los poderes de la clase política y de los partidos, porque hoy constituyen un peligro mortal para la supervivencia del país.
España ha padecido ya estragos causados por sus políticos que nunca debieron haberse admitido. El independentismo catalán, que está a punto de destrozar la unidad de la nación, ha sido sucia e irresponsablemente alimentado por el PSOE y el PP, dos partidos que han pactado con el nacionalismo porque necesitaban sus votos, pagando el favor con impunidad y con la cobarde y rastrera tolerancia ante la corrupción, el abuso y hasta el delito. El endeudamiento desbocado que han protagonizado Zapatero y Rajoy, que ha dejado hipotecado el futuro de varias generaciones de españoles, es también un abuso intolerable que el ciudadano nunca debió haber admitido y que hemos tenido que soportar porque la miserable osadía de los poderosos no tiene límites y porque el país carece de leyes que castiguen a los que destruyen la nación de manera irresponsable.
Pero, aunque hay en la política reciente más ejemplos de traiciones y abusos de un poder tan ilimitado y descontrolado que nada tiene que ver con la democracia, lo escalofriante es que ya sabemos que España está indefensa ante un potencial canalla o criminal que alcance el poder "democráticamente" y que, una vez en la Moncloa, controlando todos los recursos del Estado, decida hundir el país y aplastar a sus ciudadanos.
Antes que regenerar el país hay que limitar el poder de los políticos y de sus partidos, al mismo tiempo que se fortalecen los controles, limites, contrapesos, frenos y cautelas. Los poderes básicos del Estado tienen que funcionar con independencia y el Parlamento tiene que ser u templo del debate libre, no como ahora, que es una cuadra donde los potros domesticados de los distintos partidos no hacen otra cosa que obedecer a sus líderes, sin ni siquiera imaginar qué quieren los ciudadanos o que necesita España.
El actual sistema español es una auténtica basura, una hipócrita e indecente basura porque no tiene ningún rasgo democrático y tiene la desfachatez de autoproclamarse "democracia".
Antes que regenerar a las personas y a los partidos, hay que crear un sistema que haga pagar caro el delito y el abuso y que, ante la ausencia de virtud y de valores en su clase dirigente, por lo menos disponga del saludable miedo a la ley para que los canallas no se adueñen de nuestro destino y nos envíen al matadero.
Francisco Rubiales
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