Los españoles asistieron anoche a un remedo de debate, mediocre y decepcionante, que refleja con toda crudeza no sólo la baja calidad de la democracia española, sino el surrealismo y el esperpento del sistema. Rajoy quiso presentarse ante los ciudadanos como un estadista, pero fracasó porque no supo entusiasmar, ni siquiera interesar con sus propuestas vagas y poco atractivas. Rubalcaba, por su parte, quería desestabilizar al adversario y destruir su discurso, recurriendo a lo que él sabe hacer mejor: lanzar insidias y desacreditar al oponente.
El resultado fue un bodrio desilusionante y mediocre que en lugar de incrementar la confianza de los españoles ante el futuro, incrementó la preocupación al descubrir que el futuro de España, un país en profunda crisis y casi destruido por el gobierno de Zapatero, está en manos de políticos de segunda.
Rubalcaba, quizás fascinado por el agresivo estilo de la periodista Ana Pastor, de Televisión Española, que logró acosar y sacó de quicio a algunos dirigentes de la derecha con sus entrevistas, asumio el mismo papel y quiso desestabilizar a Rajoy, lanzándole insidias, mintiendo y minando su credibilidad. Rubalcaba no paraba de repetir la frase "creo que usted hará...", mediatizando así su discurso. Fue demasiado agresivo y eso puede costarle caro. Rajoy aparecía ante las cámaras como un tipo de pocos recursos, casi agobiado por su contrincante, pero empeñado siempre en mantenerse sereno y educado.
Rubalcaba cometió un grave error estratégico al plantear el debate dando a Rajoy como ganador en las próximas elecciones y futuro presidente, un posicionamiento que fue visible en toda la discusión. Rajoy, que tuvo una oportunidad de oro para proyectar un perfil sólido de estadista y ganarse a los desesperados españoles con un programa ilusionante y ambicioso, proyectando luz al final del túnel, no supo hacerlo. Técnicamente, lo más importante del debate fueron las ausencias. Por decisión de los dos grandes partidos, al pueblo español se le negó el derecho constitucional a ser informado al haberse pactado que no se hablaría del tema que más preocupa a la sociedad, la corrupción, ni de otros que también obsesionan al electorado, como los desahucios, los privlegios de la casta política y la casi impunidad de los políticos corruptos que cometen fechorías.
Uno y otro dijeron lo que ya se sabía y lo que muchos esperábamos que iban a decir. Únicamente una novedad en el debate: el Estado subvencionará la Seguridad Social de los nuevos empleados en "todas las empresas de menos de 50 trabajadores", "cien por cien el primer año, 75 el segundo y 50 y 25" para los siguientes.
El alma del debate fue un desastre. Al vergonzoso silencio pactado sobre grandes temas que preocupan al ciudadano hay que añadir un lamentable culto al pasado. Los dos candidatos se presentaban ante los ciudadanos como emisarios de un pasado ya conocido que como dirigentes de un futuro distinto. Rubalcaba, que huye de Zapatero y de su obra, de la que es responsable, como alma en pena, es un político que ya se quemó en la etapa de los GAL y de la gran corrupción de Felipe González, ´que le acompaña en sus mítines robándole protagonismo. Rajoy, para demostrar su solvencia ante los españoles, no tiene mejor argumento que rememorar lo que hizo el gobierno de Aznar.
No creo que ninguno de los dos ganara de manera contundente, ni que el debate haya servido para inclinar a los indecisos de un lado o del otro. Lo único claro es que, tras el espectáculo pobre y deprimente ofrecido a los angustiados ciudadanos de España, quedaron derrotados el bipartidismo y la esperanza.
El resultado fue un bodrio desilusionante y mediocre que en lugar de incrementar la confianza de los españoles ante el futuro, incrementó la preocupación al descubrir que el futuro de España, un país en profunda crisis y casi destruido por el gobierno de Zapatero, está en manos de políticos de segunda.
Rubalcaba, quizás fascinado por el agresivo estilo de la periodista Ana Pastor, de Televisión Española, que logró acosar y sacó de quicio a algunos dirigentes de la derecha con sus entrevistas, asumio el mismo papel y quiso desestabilizar a Rajoy, lanzándole insidias, mintiendo y minando su credibilidad. Rubalcaba no paraba de repetir la frase "creo que usted hará...", mediatizando así su discurso. Fue demasiado agresivo y eso puede costarle caro. Rajoy aparecía ante las cámaras como un tipo de pocos recursos, casi agobiado por su contrincante, pero empeñado siempre en mantenerse sereno y educado.
Rubalcaba cometió un grave error estratégico al plantear el debate dando a Rajoy como ganador en las próximas elecciones y futuro presidente, un posicionamiento que fue visible en toda la discusión. Rajoy, que tuvo una oportunidad de oro para proyectar un perfil sólido de estadista y ganarse a los desesperados españoles con un programa ilusionante y ambicioso, proyectando luz al final del túnel, no supo hacerlo. Técnicamente, lo más importante del debate fueron las ausencias. Por decisión de los dos grandes partidos, al pueblo español se le negó el derecho constitucional a ser informado al haberse pactado que no se hablaría del tema que más preocupa a la sociedad, la corrupción, ni de otros que también obsesionan al electorado, como los desahucios, los privlegios de la casta política y la casi impunidad de los políticos corruptos que cometen fechorías.
Uno y otro dijeron lo que ya se sabía y lo que muchos esperábamos que iban a decir. Únicamente una novedad en el debate: el Estado subvencionará la Seguridad Social de los nuevos empleados en "todas las empresas de menos de 50 trabajadores", "cien por cien el primer año, 75 el segundo y 50 y 25" para los siguientes.
El alma del debate fue un desastre. Al vergonzoso silencio pactado sobre grandes temas que preocupan al ciudadano hay que añadir un lamentable culto al pasado. Los dos candidatos se presentaban ante los ciudadanos como emisarios de un pasado ya conocido que como dirigentes de un futuro distinto. Rubalcaba, que huye de Zapatero y de su obra, de la que es responsable, como alma en pena, es un político que ya se quemó en la etapa de los GAL y de la gran corrupción de Felipe González, ´que le acompaña en sus mítines robándole protagonismo. Rajoy, para demostrar su solvencia ante los españoles, no tiene mejor argumento que rememorar lo que hizo el gobierno de Aznar.
No creo que ninguno de los dos ganara de manera contundente, ni que el debate haya servido para inclinar a los indecisos de un lado o del otro. Lo único claro es que, tras el espectáculo pobre y deprimente ofrecido a los angustiados ciudadanos de España, quedaron derrotados el bipartidismo y la esperanza.
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