María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa apartada, Jn 20,1-9.
El Domingo de Resurrección o Vigilia Pascual es el día de gloria, es la cima del año litúrgico; es el aniversario del triunfo de Cristo, el final feliz del drama de la Pasión. Aquí dolor y gozo se funden, al entroncar en la historia, el acontecimiento más importante de la humanidad. San Pablo afirma: "Aquel que ha resucitado a Jesucristo devolverá asimismo la vida a nuestros cuerpos mortales". La Pascua Cristiana evoca la Judía, que se festejaba y festejan los judíos, como hace tres mil años. Y Jesucristo celebró la todos los años de su vida terrena, según el ritual, hasta el último año de su vida, en la cena en que instituyó la Eucaristía.
Al celebrar la Pascua en la Cena, Cristo dio a la conmemoración tradicional judía un sentido nuevo y de mucha más profundidad. La acción salvadora de la cruz no se reduce a su pueblo, alcanza a la humanidad entera, libera a todo el mundo, para entrar en el Reino de los Cielos. La Pascua Cristiana, plena de simbología celebra la protección constante de Cristo a la Iglesia, hasta que se abran las puertas de la Jerusalén celestial. La fiesta de Pascua es, ante todo, la representación del acontecimiento clave de la humanidad, la Resurrección de Jesús tras su muerte asumida libremente, para rescatar al hombre de su caída. Este acontecimiento es un hecho histórico innegable; lo narran todos los evangelistas y lo confirma San Pablo, como el historiador que se apoya, no solamente en pruebas, sino en testimonios.
La Pascua señala victoria, indica que el hombre es llamado a su dignidad más grande, por Aquel que injustamente sufrió la pasión más terrible y la muerte en la cruz. El triunfo del que fue flagelado, abofeteado y crucificado con tan inhumana crueldad. Es el día de la esperanza universal, el día en que en torno al resucitado, se sufren y se asocian todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las humillaciones, las cruces, la dignidad humana violada, la injusticia y la fractura de la vida humana. El cristiano ha de vivir la esperanza de lograr la victoria del bien sobre el mal. Creer, proclamar y extender la Resurrección. Cristo con su resurrección de entre los muertos ha hecho de la vida de los hombres una fiesta. El mensaje redentor de la Pascua expresa la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase ascética de saneamiento interior, sin embargo, se realiza en dones de plenitud; es la iluminación del Espíritu, la vitalidad del ser en una vida nueva, llena de gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos: la vida del Señor Resucitado. Así San Pablo, con incontenible emoción, expresa: "Si habéis resucitado con Cristo, os manifestaréis gloriosos con Él" (Col 3, 1-4).
La celebración del misterio pascual está en el centro de la fe y de la vida de la Iglesia. La resurrección de Cristo no es solo su victoria sobre el pecado y la muerte, es la manifestación de la divina economía de la Trinidad: el amor infinito y omnipotente del Padre, la divinidad del Hijo y el poder vivificante del Espíritu Santo. Toda la historia de la salvación tiene su centro y su culmen en la Resurrección de Jesús; la Pascua de Cristo, indica su paso de la muerte a la vida. Hacia la resurrección del tercer día, tantas veces anunciada, como coronación de su pasión, va precipitándose toda su vida, sus palabras, sus milagros, sus enseñanzas, hasta los últimos momentos, cuando Cristo demuestra con sus palabras y con sus dolores que está, para pasar de este mundo al Padre, ha venido del Padre y al Padre va, por ello su vida es una Pascua, un paso; Jesús arrastra su propia humanidad, asumida de la Virgen Madre, haciéndola pasar por el misterio de la pasión y de la muerte, a fin de que quede para siempre sellada por el amor sacrificial en su carne, que lleva marcados los estigmas de su pasión gloriosa.
C. Mudarra
El Domingo de Resurrección o Vigilia Pascual es el día de gloria, es la cima del año litúrgico; es el aniversario del triunfo de Cristo, el final feliz del drama de la Pasión. Aquí dolor y gozo se funden, al entroncar en la historia, el acontecimiento más importante de la humanidad. San Pablo afirma: "Aquel que ha resucitado a Jesucristo devolverá asimismo la vida a nuestros cuerpos mortales". La Pascua Cristiana evoca la Judía, que se festejaba y festejan los judíos, como hace tres mil años. Y Jesucristo celebró la todos los años de su vida terrena, según el ritual, hasta el último año de su vida, en la cena en que instituyó la Eucaristía.
Al celebrar la Pascua en la Cena, Cristo dio a la conmemoración tradicional judía un sentido nuevo y de mucha más profundidad. La acción salvadora de la cruz no se reduce a su pueblo, alcanza a la humanidad entera, libera a todo el mundo, para entrar en el Reino de los Cielos. La Pascua Cristiana, plena de simbología celebra la protección constante de Cristo a la Iglesia, hasta que se abran las puertas de la Jerusalén celestial. La fiesta de Pascua es, ante todo, la representación del acontecimiento clave de la humanidad, la Resurrección de Jesús tras su muerte asumida libremente, para rescatar al hombre de su caída. Este acontecimiento es un hecho histórico innegable; lo narran todos los evangelistas y lo confirma San Pablo, como el historiador que se apoya, no solamente en pruebas, sino en testimonios.
La Pascua señala victoria, indica que el hombre es llamado a su dignidad más grande, por Aquel que injustamente sufrió la pasión más terrible y la muerte en la cruz. El triunfo del que fue flagelado, abofeteado y crucificado con tan inhumana crueldad. Es el día de la esperanza universal, el día en que en torno al resucitado, se sufren y se asocian todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las humillaciones, las cruces, la dignidad humana violada, la injusticia y la fractura de la vida humana. El cristiano ha de vivir la esperanza de lograr la victoria del bien sobre el mal. Creer, proclamar y extender la Resurrección. Cristo con su resurrección de entre los muertos ha hecho de la vida de los hombres una fiesta. El mensaje redentor de la Pascua expresa la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase ascética de saneamiento interior, sin embargo, se realiza en dones de plenitud; es la iluminación del Espíritu, la vitalidad del ser en una vida nueva, llena de gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos: la vida del Señor Resucitado. Así San Pablo, con incontenible emoción, expresa: "Si habéis resucitado con Cristo, os manifestaréis gloriosos con Él" (Col 3, 1-4).
La celebración del misterio pascual está en el centro de la fe y de la vida de la Iglesia. La resurrección de Cristo no es solo su victoria sobre el pecado y la muerte, es la manifestación de la divina economía de la Trinidad: el amor infinito y omnipotente del Padre, la divinidad del Hijo y el poder vivificante del Espíritu Santo. Toda la historia de la salvación tiene su centro y su culmen en la Resurrección de Jesús; la Pascua de Cristo, indica su paso de la muerte a la vida. Hacia la resurrección del tercer día, tantas veces anunciada, como coronación de su pasión, va precipitándose toda su vida, sus palabras, sus milagros, sus enseñanzas, hasta los últimos momentos, cuando Cristo demuestra con sus palabras y con sus dolores que está, para pasar de este mundo al Padre, ha venido del Padre y al Padre va, por ello su vida es una Pascua, un paso; Jesús arrastra su propia humanidad, asumida de la Virgen Madre, haciéndola pasar por el misterio de la pasión y de la muerte, a fin de que quede para siempre sellada por el amor sacrificial en su carne, que lleva marcados los estigmas de su pasión gloriosa.
C. Mudarra
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