A Principios de 1983, Sandro Pertini, presidente de la República Italiana, que tres meses antes había cenado en mi casa de Roma con un grupo de corresponsales de prensa españoles, nos correspondió con un almuerzo en el palacio del Quirinal. Pasamos una velada estupenda, fascinados por las ocurrencias y sentencias sabias de aquel anciano político, libre y descarado, quizás porque, a sus 90 años, ya había perdido el miedo a todo.
Recuerdo que una de las sentencias que más me impresionaron fue: "A veces, en un momento de la Historia, los más corruptos e inmorales de una sociedad toman el poder. Cuando esa desgracia ocurre, el pueblo afectado corre el riesgo de hundirse. Es como un cáncer avanzado, casi imposible de erradicar".
Recuerdo la sentencia porque la apunté en italiano, en mi agenda de entonces, donde puedo leer el curioso término que el presidente empleó: "lumpen morale" (lumpen moral) para referirse a los corruptos que toman el poder. No recuerdo a que se refería concretamente, pero si recuerdo que uno de los ejemplos que puso es el de los Estados Unidos de los años veinte, cuando el país entero estuvo a punto de sucumbir al dominio de los bajos fondos y de la mafia.
Al contemplar los estragos causados en España por los políticos, me pregunto si nuestro país es uno de esos que ha tenido la desgracia de que el "lumpen moral" tome el poder. Quizás no sea para tanto, pero, a juzgar por los resultados, los que gobiernan este país llevan años causándole daños terribles: ruina económica, desempleo masivo, pobreza, corrupción descarada, nepotismo, amiguismo, mentiras, engaños, manipulaciones, marginación del ciudadano, ocupación de la sociedad civil, podredumbre de la Justicia, listas negras de adversarios marginados, división de la sociedad, estímulo del odio, trifulcas políticas, blindaje impune de la casta política... estragos que únicamente son explicables si se asume que la política ha sido copada por gente de bajísimo nivel ético, a la que no le ha importado sustituir la democracia por un socio e ilegítimo dominio de los partidos y de los políticos profesionales.
El delegado del gobierno en Murcia, Rafael González Tovar, se niega a dimitir, a pesar de que se comporta como un comisario del PSOE y que no ha hecho nada por impedir las agresiones a los dirigentes del PP. Nacho Uriarte, presidente de Nuevas Generaciones del PP, se niega a dimitir, a pesar de que ha sido condenado por conducir borracho. Trinidad Rollán, secretario de organización de los socialistas madrileños, también se niega a dimitir, a pesar de que la justicia le ha condenado por prevaricación. Manuel Chaves, vicepresidente tercero del gobierno de Zapatero, se niega a dimitir, a pesar de que los tribunales lo han humillado, obligando a la Junta de Andalucía a que le abran un expediente por haber concedido una subvención de diez millones de euros a la empresa donde trabajaba su hija Paula como apoderada. El gobierno andaluz en pleno, con el presidente Griñán al frente, ni siquiera ha pedido perdón a los andaluces, cuando debería haber dimitido en pleno, por el escámdalo de los EREs falsos, un robo descarado de fondos públicos gracias a los cuales cientos de socialistas y ugetistas cobran pensiones de empresas en las que jamás habían trabajado.
La política española está plagada de profesionales del poder que, desprovistos de honor y de vergüenza, jamás dimiten, y de sospechosos de baja estofa que no pueden explicar su fulgurante enriquecimiento como políticos, un cáncer que afecta a los dos grandes partidos y ante los que la Justicia casi nunca actúa, proyectando hacia la sociedad la imagen insana y democráticamente insorporatable de que los canallas y sinvergüenzas tienen el poder en sus manos.
Felipe González debió dimitir cuando su gobierno se llenó de corruptos y practicó el terrorismo de Estado; Aznar debió dimitir cuando amparó la gran mentira de la guerra de Irak e implicó a España en esa guerra, a pesar de la oposición masiva de su pueblo; el mismo presidente del gobierno actual, Rodríguez Zapatero, tiene decenas de razones para dimitir, más que ningún otro presidente español en los últimos dos siglos, y habría sido obligado a hacerlo en cualquier democracia auténtica del planeta, aunque no en la española, donde, tras la muerte de Franco, parece que se cumplió la sentencia de Lampedusa en el Gatopardo: "cambiar todo para que todo siga igual". Zapatero es culpable de mentir, de despilfarrar, de endeudar al país mas allá de toda prudencia, de alimentar la desigualdad entre los pueblos de España y el separatismo, de amparar a los nacionalistas catalanes, que se declaran insumisos ante las sentencias del Tribunal Constitucional, de convivir fácilmente con la corrupción, de utilizar la Fiscalía con fines partidistas, de usar el dinero público para comprar votos y apoyos y de otros muchas irregularidades y dramas que han convertido a España en un despojo de país, en el que avanzan el desempleo, la pobreza, la miseria ética, el dominio de los corruptos, el caciquismo político, la arbitrariedad pública y otras muchas lacras que, aunque en España no son delito, deberían serlo y lo son en cualquier país decente del planeta.
Recuerdo que una de las sentencias que más me impresionaron fue: "A veces, en un momento de la Historia, los más corruptos e inmorales de una sociedad toman el poder. Cuando esa desgracia ocurre, el pueblo afectado corre el riesgo de hundirse. Es como un cáncer avanzado, casi imposible de erradicar".
Recuerdo la sentencia porque la apunté en italiano, en mi agenda de entonces, donde puedo leer el curioso término que el presidente empleó: "lumpen morale" (lumpen moral) para referirse a los corruptos que toman el poder. No recuerdo a que se refería concretamente, pero si recuerdo que uno de los ejemplos que puso es el de los Estados Unidos de los años veinte, cuando el país entero estuvo a punto de sucumbir al dominio de los bajos fondos y de la mafia.
Al contemplar los estragos causados en España por los políticos, me pregunto si nuestro país es uno de esos que ha tenido la desgracia de que el "lumpen moral" tome el poder. Quizás no sea para tanto, pero, a juzgar por los resultados, los que gobiernan este país llevan años causándole daños terribles: ruina económica, desempleo masivo, pobreza, corrupción descarada, nepotismo, amiguismo, mentiras, engaños, manipulaciones, marginación del ciudadano, ocupación de la sociedad civil, podredumbre de la Justicia, listas negras de adversarios marginados, división de la sociedad, estímulo del odio, trifulcas políticas, blindaje impune de la casta política... estragos que únicamente son explicables si se asume que la política ha sido copada por gente de bajísimo nivel ético, a la que no le ha importado sustituir la democracia por un socio e ilegítimo dominio de los partidos y de los políticos profesionales.
El delegado del gobierno en Murcia, Rafael González Tovar, se niega a dimitir, a pesar de que se comporta como un comisario del PSOE y que no ha hecho nada por impedir las agresiones a los dirigentes del PP. Nacho Uriarte, presidente de Nuevas Generaciones del PP, se niega a dimitir, a pesar de que ha sido condenado por conducir borracho. Trinidad Rollán, secretario de organización de los socialistas madrileños, también se niega a dimitir, a pesar de que la justicia le ha condenado por prevaricación. Manuel Chaves, vicepresidente tercero del gobierno de Zapatero, se niega a dimitir, a pesar de que los tribunales lo han humillado, obligando a la Junta de Andalucía a que le abran un expediente por haber concedido una subvención de diez millones de euros a la empresa donde trabajaba su hija Paula como apoderada. El gobierno andaluz en pleno, con el presidente Griñán al frente, ni siquiera ha pedido perdón a los andaluces, cuando debería haber dimitido en pleno, por el escámdalo de los EREs falsos, un robo descarado de fondos públicos gracias a los cuales cientos de socialistas y ugetistas cobran pensiones de empresas en las que jamás habían trabajado.
La política española está plagada de profesionales del poder que, desprovistos de honor y de vergüenza, jamás dimiten, y de sospechosos de baja estofa que no pueden explicar su fulgurante enriquecimiento como políticos, un cáncer que afecta a los dos grandes partidos y ante los que la Justicia casi nunca actúa, proyectando hacia la sociedad la imagen insana y democráticamente insorporatable de que los canallas y sinvergüenzas tienen el poder en sus manos.
Felipe González debió dimitir cuando su gobierno se llenó de corruptos y practicó el terrorismo de Estado; Aznar debió dimitir cuando amparó la gran mentira de la guerra de Irak e implicó a España en esa guerra, a pesar de la oposición masiva de su pueblo; el mismo presidente del gobierno actual, Rodríguez Zapatero, tiene decenas de razones para dimitir, más que ningún otro presidente español en los últimos dos siglos, y habría sido obligado a hacerlo en cualquier democracia auténtica del planeta, aunque no en la española, donde, tras la muerte de Franco, parece que se cumplió la sentencia de Lampedusa en el Gatopardo: "cambiar todo para que todo siga igual". Zapatero es culpable de mentir, de despilfarrar, de endeudar al país mas allá de toda prudencia, de alimentar la desigualdad entre los pueblos de España y el separatismo, de amparar a los nacionalistas catalanes, que se declaran insumisos ante las sentencias del Tribunal Constitucional, de convivir fácilmente con la corrupción, de utilizar la Fiscalía con fines partidistas, de usar el dinero público para comprar votos y apoyos y de otros muchas irregularidades y dramas que han convertido a España en un despojo de país, en el que avanzan el desempleo, la pobreza, la miseria ética, el dominio de los corruptos, el caciquismo político, la arbitrariedad pública y otras muchas lacras que, aunque en España no son delito, deberían serlo y lo son en cualquier país decente del planeta.
Comentarios: