Cuando los ciudadanos, como ocurre en España, pagan sus impuestos sólo obligados por el miedo a ser sancionados con multas y cárcel, sin sentido alguno de la solidaridad y sin confiar en que su dinero va a ser utilizado por el gobierno de manera decente, entonces debe pensarse qué España está en bancarrota política y moral y que el gobierno carece de la más mínima legitimidad.
Tengo un amigo, hábil fiscalista y gran conocedor del Derecho Tributario español, que piensa que el mayor signo del deterioro del sistema en España no es la corrupción, ni el abuso de poder, ni la escasa representatividad de los diputados y senadores, ni siquiera la falta de independencia en el funcionamiento de los poderes básicos del Estado, sino la desconfianza y hasta el rechazo y odio de los ciudadanos de España a la Hacienda pública y al sistema de cobro de tributos.
Si se hiciera una encuesta para averiguar qué pìensan los españoles de Hacienda, la sorpresa sería tan grande que, en buena ley, habría que "resetear" el sistema y reconstruirlo porque en democracia no es viable un gobierno que en lugar de disfrutar de la confianza de los ciudadanos, es rechazado por ser sospechoso de arbitrariedad, parcialidad, injusticia y, sobre todo, corrupción. Cuando los ciudadanos creen que sus tributos pueden terminar en el bolsillo de un político delincuente de los muchos que aparecen a diario en los telediarios, entonces el sistema está en ruinas y la democracia ausente.
Aquel viejo eslogan "Hacienda somos todos", es ya sólo el recuerdo de una España que ya no existe. Los ciudadanos, en aquellos tiempos nos sentíamos solidarios y orgullosos de contribuir con nuestro dinero a la igualdad y a costear los servicios comunes, pero hoy, sin confianza en la ética de lo público, sin fe alguna en una justicia igualitaria y redeados de sospechas de indecencia y corrupción, nos sentimos expoliados y amenazados por Hacienda con un trabuco similar al que usaban los bandoleros de Sierra Morena en el pasado.
Si hay una parte del Estado que necesita una urgentísima y profunda regeneración, esa es la Hacienda Pública española, víctima de una pésima imagen y sin los mínimos imprescindibles de confianza y solvencia para que pueda cumplir su vital tarea en una democracia.
La gente piensa que el sistema está tan podrido que ya no puede regenerarse. El Estado necesita ser desparasitado. Hay demasiados parásitos improductivos cobrando del Estado y despilfarrando. Tienen a los españoles agobiados con impuestos injustos, pero no les parece suficiente el dinero que arrebatan a los ciudadanos y a los autónomos y empresas y están, además, endeudando al país hasta la locura y despilfarrando sin prudencia ni decoro.
¿A estos irresponsables y a los muchos sinvergüenzas que pueblan las filas del poder vamos a votar en las próximas elecciones? La falta de confianza en los dirigentes es el peor síntoma de la descomposición de un sistema político. Cuando la gente cree que está siendo gobernada por rufianes, el sistema tiene que regenerarse porque no puede existir democracia sin confianza y sin cobertura ética.
Francisco Rubiales
Tengo un amigo, hábil fiscalista y gran conocedor del Derecho Tributario español, que piensa que el mayor signo del deterioro del sistema en España no es la corrupción, ni el abuso de poder, ni la escasa representatividad de los diputados y senadores, ni siquiera la falta de independencia en el funcionamiento de los poderes básicos del Estado, sino la desconfianza y hasta el rechazo y odio de los ciudadanos de España a la Hacienda pública y al sistema de cobro de tributos.
Si se hiciera una encuesta para averiguar qué pìensan los españoles de Hacienda, la sorpresa sería tan grande que, en buena ley, habría que "resetear" el sistema y reconstruirlo porque en democracia no es viable un gobierno que en lugar de disfrutar de la confianza de los ciudadanos, es rechazado por ser sospechoso de arbitrariedad, parcialidad, injusticia y, sobre todo, corrupción. Cuando los ciudadanos creen que sus tributos pueden terminar en el bolsillo de un político delincuente de los muchos que aparecen a diario en los telediarios, entonces el sistema está en ruinas y la democracia ausente.
Aquel viejo eslogan "Hacienda somos todos", es ya sólo el recuerdo de una España que ya no existe. Los ciudadanos, en aquellos tiempos nos sentíamos solidarios y orgullosos de contribuir con nuestro dinero a la igualdad y a costear los servicios comunes, pero hoy, sin confianza en la ética de lo público, sin fe alguna en una justicia igualitaria y redeados de sospechas de indecencia y corrupción, nos sentimos expoliados y amenazados por Hacienda con un trabuco similar al que usaban los bandoleros de Sierra Morena en el pasado.
Si hay una parte del Estado que necesita una urgentísima y profunda regeneración, esa es la Hacienda Pública española, víctima de una pésima imagen y sin los mínimos imprescindibles de confianza y solvencia para que pueda cumplir su vital tarea en una democracia.
La gente piensa que el sistema está tan podrido que ya no puede regenerarse. El Estado necesita ser desparasitado. Hay demasiados parásitos improductivos cobrando del Estado y despilfarrando. Tienen a los españoles agobiados con impuestos injustos, pero no les parece suficiente el dinero que arrebatan a los ciudadanos y a los autónomos y empresas y están, además, endeudando al país hasta la locura y despilfarrando sin prudencia ni decoro.
¿A estos irresponsables y a los muchos sinvergüenzas que pueblan las filas del poder vamos a votar en las próximas elecciones? La falta de confianza en los dirigentes es el peor síntoma de la descomposición de un sistema político. Cuando la gente cree que está siendo gobernada por rufianes, el sistema tiene que regenerarse porque no puede existir democracia sin confianza y sin cobertura ética.
Francisco Rubiales
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