Los socialistas andaluces están ahora empeñados en enfrentar a los andaluces con Madrid y con lo que llaman "el gobierno central", como si fuéramos vascos o catalanes, sin otra intención que defender sus miserables parcelas de poder. Dicen que Rajoy, con sus recortes, amenaza el bienestar, la riqueza y el buen gobierno que disfruta Andalucía, una patraña sin un ápice de verdad porque la Andalucía que los políticos han forjado en las últimas tres décadas es injusta, pobre, atrasada, con escasa calidad en sus servicios públicos y plagada de desempleados, nuevos pobres y gente sin futuro.
Cada vez que oigo a los políticos hablar de Andalucía, contraponiéndola y enfrentándola a Cataluña, Madrid y otras regiones de España, me lleno de indignación porque detrás de esas proclamaciones no hay grandeza alguna, ni defensa alguna del bien común, sino únicamente ansias de poder y de dominio. Los andaluces son seres universales, pacíficos y tolerantes que jamás pensaron en una identidad enfrentada al concepto de España hasta que llegaron los políticos inmorales, majaderos y avarientos de poder para sembrar la división, fabricar una identidad falsa y acaparar poder y dominio.
El 17 de abril, en la edición sevillana del gratuito “Viva”, un “artista” de la opinión, periodista probablemente “alineado” con alguna de las facciones del poder gobernante, decía la barbaridad de que el conflicto entre Repsol y los argentinos en torno a YPF no afecta lo más mínimo a Andalucía y terminaba con una gracia: “por nosotros, como si se operan”.
Ese criterio refleja perfectamente la España que nos han construido desde el poder en la mal llamada "democracia": egoísta, insolidaria, separada en 17 taifas y desquiciada por una clase política más interesada en crear sus propios reinos y cortes, incluso a costa de destrozar la nación, que en defender la unidad en torno al bien común y a un proyecto colectivo de ciudadanos libres.
En lugar de afirmar sandeces, nuestro amigo el periodista debería saber que Andalucía no existe y que lo que realmente existe es España, aunqiue de ella apenas queden ya despojos. Antes de que llegaran los políticos promotores de las taifas, Andalucía no existía, al igual que Madrid, Murcia, las dos Castillas, Galicia, Asturias y otras regiones y pueblos de España. Lo único que existía entonces era una nación cargada de historia y fusionada en torno a un proyecto común de convivencia que se llamaba España.
Andalucía fue un “invento” forzado por sátrapas políticos de tercer nivel, interesados en crear un reino propio para su lucimiento, poder y dominio. El concepto de una Andalucía separada de la idea de España empezó a ser forjado por Blas Infante, un personaje extraño, insólito y preñado de tonterias que terminó convirtiéndose al Islam. Posteriormente, tras la muerte de Franco, fue alimentado, de manera interesada, por políticos avarientos de poder como los Rojas Marcos, los Escuredos y otros muchos politicastros lanzados a la conquista de sus propios espacios de poder y riqueza, apoyados por esa masa voluble de ciudadanos, amiga del ruido y fácilmente manipulable, que siempre camina en procesión, detrás de políticos sin grandeza que ni siquiera merecen el voto de sus familias.
Andalucía, al igual que Cataluña, el País Vasco, Galicia y otras regiones transformadas en "satrapías" de políticos, fue construida agregando mentira y engaño a la historia, dentro de un plan cuidadosamente trazado por aquellos que querían su propio reino para poder manejarlo y, como ha demostrado la Historia, también saquearlo. El núcleo de la mentira era Al Andalus, pero despojandolo de la grandeza y extensión cultural y geográfica que tuvo. Al Andalus siempre fue algo mucho mayor y más amplio que la Andalucía pequeña de los politicastros andaluces de la democracia adulterada. Sus dominios llegaban hasta Toledo y Zaragoza y sus ideas eran universales y ambiciosas, con influencia en los reinos cristianos de Europa, en Bizancio y hasta en Persia.
La obra de esos políticos sin altura está presente, delante de nuestras narices: un país al que no sólo le han arrebatado la unidad y el sentido de nación, fragmentándolo a base de alimentar envidias, rencores, odios, identidades forzadas y mentiras históricas, sino al que también le han robado los fondos públicos, la dignidad, el prestigio y la esperanza.
El conflicto de Repsol YPF, aunque nuestro periodista citado, y con él una parte de la izquierda mediática, digan que “por nosotros, como si se operan”, sí afecta a Andalucía, a Murcia, a las Castillas y a todos los territorios y pueblos de España y hasta del mismo Occidente. España es una nación, no un puzzle ni un ring de boxeo, aunque la idea hermosa de "unidad en torno a un proyecto común" le pese a esa raza nefasta y corrupta de políticos, interesados siempre en la división de los ciudadanos, para dominarlos mejor, que se han llenado de oprobio al destruir nuestro proyecto común de nación, al fragmentarla, disminuirla y haberla convertido en una potencia mundial en casi todo lo deplorable: alcoholismo, desempleo, trata de blancas, tráfico y consumo de drogas, avance de la pobreza, desprestigio de los políticos, ausencia de esperanza y muchas otras lacras, empezando por una escandalosa insolidaridad, alimenta a diario desde los miserables reductos del nacionalismo excluyente y de la baja política que se practica en nuestras llamadas “autonomías”, a las que el pueblo, sabiamente, llama “autonosuyas”, refiriéndose a la clase política española, una de las peores del planeta.
Cada vez que oigo a los políticos hablar de Andalucía, contraponiéndola y enfrentándola a Cataluña, Madrid y otras regiones de España, me lleno de indignación porque detrás de esas proclamaciones no hay grandeza alguna, ni defensa alguna del bien común, sino únicamente ansias de poder y de dominio. Los andaluces son seres universales, pacíficos y tolerantes que jamás pensaron en una identidad enfrentada al concepto de España hasta que llegaron los políticos inmorales, majaderos y avarientos de poder para sembrar la división, fabricar una identidad falsa y acaparar poder y dominio.
El 17 de abril, en la edición sevillana del gratuito “Viva”, un “artista” de la opinión, periodista probablemente “alineado” con alguna de las facciones del poder gobernante, decía la barbaridad de que el conflicto entre Repsol y los argentinos en torno a YPF no afecta lo más mínimo a Andalucía y terminaba con una gracia: “por nosotros, como si se operan”.
Ese criterio refleja perfectamente la España que nos han construido desde el poder en la mal llamada "democracia": egoísta, insolidaria, separada en 17 taifas y desquiciada por una clase política más interesada en crear sus propios reinos y cortes, incluso a costa de destrozar la nación, que en defender la unidad en torno al bien común y a un proyecto colectivo de ciudadanos libres.
En lugar de afirmar sandeces, nuestro amigo el periodista debería saber que Andalucía no existe y que lo que realmente existe es España, aunqiue de ella apenas queden ya despojos. Antes de que llegaran los políticos promotores de las taifas, Andalucía no existía, al igual que Madrid, Murcia, las dos Castillas, Galicia, Asturias y otras regiones y pueblos de España. Lo único que existía entonces era una nación cargada de historia y fusionada en torno a un proyecto común de convivencia que se llamaba España.
Andalucía fue un “invento” forzado por sátrapas políticos de tercer nivel, interesados en crear un reino propio para su lucimiento, poder y dominio. El concepto de una Andalucía separada de la idea de España empezó a ser forjado por Blas Infante, un personaje extraño, insólito y preñado de tonterias que terminó convirtiéndose al Islam. Posteriormente, tras la muerte de Franco, fue alimentado, de manera interesada, por políticos avarientos de poder como los Rojas Marcos, los Escuredos y otros muchos politicastros lanzados a la conquista de sus propios espacios de poder y riqueza, apoyados por esa masa voluble de ciudadanos, amiga del ruido y fácilmente manipulable, que siempre camina en procesión, detrás de políticos sin grandeza que ni siquiera merecen el voto de sus familias.
Andalucía, al igual que Cataluña, el País Vasco, Galicia y otras regiones transformadas en "satrapías" de políticos, fue construida agregando mentira y engaño a la historia, dentro de un plan cuidadosamente trazado por aquellos que querían su propio reino para poder manejarlo y, como ha demostrado la Historia, también saquearlo. El núcleo de la mentira era Al Andalus, pero despojandolo de la grandeza y extensión cultural y geográfica que tuvo. Al Andalus siempre fue algo mucho mayor y más amplio que la Andalucía pequeña de los politicastros andaluces de la democracia adulterada. Sus dominios llegaban hasta Toledo y Zaragoza y sus ideas eran universales y ambiciosas, con influencia en los reinos cristianos de Europa, en Bizancio y hasta en Persia.
La obra de esos políticos sin altura está presente, delante de nuestras narices: un país al que no sólo le han arrebatado la unidad y el sentido de nación, fragmentándolo a base de alimentar envidias, rencores, odios, identidades forzadas y mentiras históricas, sino al que también le han robado los fondos públicos, la dignidad, el prestigio y la esperanza.
El conflicto de Repsol YPF, aunque nuestro periodista citado, y con él una parte de la izquierda mediática, digan que “por nosotros, como si se operan”, sí afecta a Andalucía, a Murcia, a las Castillas y a todos los territorios y pueblos de España y hasta del mismo Occidente. España es una nación, no un puzzle ni un ring de boxeo, aunque la idea hermosa de "unidad en torno a un proyecto común" le pese a esa raza nefasta y corrupta de políticos, interesados siempre en la división de los ciudadanos, para dominarlos mejor, que se han llenado de oprobio al destruir nuestro proyecto común de nación, al fragmentarla, disminuirla y haberla convertido en una potencia mundial en casi todo lo deplorable: alcoholismo, desempleo, trata de blancas, tráfico y consumo de drogas, avance de la pobreza, desprestigio de los políticos, ausencia de esperanza y muchas otras lacras, empezando por una escandalosa insolidaridad, alimenta a diario desde los miserables reductos del nacionalismo excluyente y de la baja política que se practica en nuestras llamadas “autonomías”, a las que el pueblo, sabiamente, llama “autonosuyas”, refiriéndose a la clase política española, una de las peores del planeta.
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