Alemania, que es la más fuerte economía de Europa, tiene toda la razón cuando se niega a sostener a los malos gobernantes del sur, a los que, como Zapatero y Papandreu, han recurrido al endeudamiento de sus países para seguir manteniendo sus privilegios y el despilfarro de Estados inflados de burocracia, amiguismo y nepotismo, que son claramente insostenibles.
Alemania, que es un país disciplinado, austero y trabajador, no tiene por qué ayudar a dirigentes como Zapatero, que, a pesar de estar peligrosamente endeudados y con su economía en profunda crisis, regalan más millones que ningún otro país a Cuba, Haití y a otros muchos países amigos, mientras las calles de España están llenas de parados y pobres que tienen que hacer cola en comedores de caridad. Alemania no tiene por qué apoyar a gobernantes que tienen la desfachatez de financiar estudios sobre mapas clitorianos y a los homosexuales de África mientras hay en España más de un millón de familias sin ingresos, desesperadas por la pobreza.
La austeridad, la solvencia y el esfuerzo alemán solidario sólo deben premiar a los países que luchan y trabajan, a los gobiernos que asumen la austeridad y la decencia, a los que siguen las recomendaciones de los expertos y de las instituciones internacionales, a los que realizan las reformas recomendadas, a los que se aprietan el cinturón. Jamás debería servir para mantener en el poder a corruptos, a despilfarradores, a los que, por miedo a perder votos, se niegan a introducir las reformas que el país necesita, a gente escasamente demócrata que, además, es rechazada, de manera creciente, por sus propios pueblos.
Es cierto que la negativa de Alemania tal vez condene a pueblos como el español y el griego, pero nuestra culpa es haber elegido y seguir apoyando, a pesar de sus errores garrafales, a gobiernos ineptos e incapaces.
Por culpa de insensatos como Zapatero y sus colegas de Portugal y Grecia, la Europa del futuro se perfila como un espacio de dos velocidades, donde habrá pueblos trabajadores y democráticos en el pelotón de cabeza, y países dominados por castas políticas escasamente democráticas, poco eficaces y permisivas ante la corrupción, el abuso y la demagogia, gente que gobierna mal a sus pueblos, conduciéndolos hacia la pobreza, la derrota y el fracaso.
España, por la dimensión de su deuda exterior, que no para de crecer, por su mal gobierno y por la corrupción que invade sus arterias, es una de las candidatas a formar parte del pelotón de la torpeza y del atraso.
Pertenecer a la Unión Europea debe implicar deberes ineludibles como el respeto a las reglas de la democracia, una educación de calidad, límites al endeudamiento público, controles al poder político, una economía basada en el esfuerzo y la competitividad y respeto a la voluntad de los ciudadanos, como exige la democracia. La España de Zapatero no cumple ni una de esas exigencias.
La situación obliga a los ciudadanos libres y demócratas españoles a reflexionar seriamente y a situar como prioridad máxima la expulsión de Zapatero del poder y la instauración de una democracia verdadera.
Alemania, que es un país disciplinado, austero y trabajador, no tiene por qué ayudar a dirigentes como Zapatero, que, a pesar de estar peligrosamente endeudados y con su economía en profunda crisis, regalan más millones que ningún otro país a Cuba, Haití y a otros muchos países amigos, mientras las calles de España están llenas de parados y pobres que tienen que hacer cola en comedores de caridad. Alemania no tiene por qué apoyar a gobernantes que tienen la desfachatez de financiar estudios sobre mapas clitorianos y a los homosexuales de África mientras hay en España más de un millón de familias sin ingresos, desesperadas por la pobreza.
La austeridad, la solvencia y el esfuerzo alemán solidario sólo deben premiar a los países que luchan y trabajan, a los gobiernos que asumen la austeridad y la decencia, a los que siguen las recomendaciones de los expertos y de las instituciones internacionales, a los que realizan las reformas recomendadas, a los que se aprietan el cinturón. Jamás debería servir para mantener en el poder a corruptos, a despilfarradores, a los que, por miedo a perder votos, se niegan a introducir las reformas que el país necesita, a gente escasamente demócrata que, además, es rechazada, de manera creciente, por sus propios pueblos.
Es cierto que la negativa de Alemania tal vez condene a pueblos como el español y el griego, pero nuestra culpa es haber elegido y seguir apoyando, a pesar de sus errores garrafales, a gobiernos ineptos e incapaces.
Por culpa de insensatos como Zapatero y sus colegas de Portugal y Grecia, la Europa del futuro se perfila como un espacio de dos velocidades, donde habrá pueblos trabajadores y democráticos en el pelotón de cabeza, y países dominados por castas políticas escasamente democráticas, poco eficaces y permisivas ante la corrupción, el abuso y la demagogia, gente que gobierna mal a sus pueblos, conduciéndolos hacia la pobreza, la derrota y el fracaso.
España, por la dimensión de su deuda exterior, que no para de crecer, por su mal gobierno y por la corrupción que invade sus arterias, es una de las candidatas a formar parte del pelotón de la torpeza y del atraso.
Pertenecer a la Unión Europea debe implicar deberes ineludibles como el respeto a las reglas de la democracia, una educación de calidad, límites al endeudamiento público, controles al poder político, una economía basada en el esfuerzo y la competitividad y respeto a la voluntad de los ciudadanos, como exige la democracia. La España de Zapatero no cumple ni una de esas exigencias.
La situación obliga a los ciudadanos libres y demócratas españoles a reflexionar seriamente y a situar como prioridad máxima la expulsión de Zapatero del poder y la instauración de una democracia verdadera.
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