He pagado en 2016 más impuestos de los justos, he financiado a partidos y sindicatos, forzado por el gobierno, he sufrido robos, estafas y engaños por parte del poder político, sin poder defenderme, he tenido que trabajar 198 de los 365 días del año para el Estado y los 167 restantes para mi y mi familia, lo que considero un abuso indignante, he tenido que contemplar, sin poder hacer nada por evitarlo, como la clase gobernante violaba la Constitución, no defendía las fronteras como era su deber, mentía, incumplía sus promesas electorales y deterioraba un poco más los servicios básicos, a los que el ciudadano tiene derecho, he tenido que recurrir a la sanidad privada porque la pública se deteriora cada día más y he tenido que ayudar con esfuerzo a que mis nietos reciban educación privada porque la pública me da desconfianza y miedo por su baja calidad moral y docente.
He tenido que sufrir la televisión basura y me he mordido los labios de rabia ante la guerra de Siria, la caída general de los valores, la desfachatez del independentismo catalán, las mentiras del poder y la baja calidad del liderazgo en todo el mundo. He sentido indignación ante el miedo de los ancianos a perder las pensiones en España, ante los desahucios, que continúan a ritmo trepidante, ante el desamparo de los débiles y ante la indignante arrogancia de los políticos, que prefieren saquear los bolsillos del ciudadano antes que renunciar al despilfarro, al endeudamiento atroz y a sus muchos privilegios inmerecidos.
Ni siquiera hemos tenido la satisfacción de ver a los Pujol en prisión y a los que propagan el odio desde Cataluña sentados en el banquillo.
He vivido de cerca cómo robaban a algunos de mis amigos y cómo la policía les decía que mejor reclamen al seguro porque ellos no podían hacer nada. Esos mimos policías, en privado, te dicen que las tasas reales de delincuencia se disparan porque muchos inmigrantes son adictos al crimen. He sentido indignación ante las fechorías del periodismo, que oculta realidades, engaña, miente, confunde y protege a los poderosos frente a la indignación razonable de los débiles y desamparados. he contemplado con indignación e impotencia el empobrecimiento de las clases medias y el acoso burocrático y fiscal a los emprendedores y a sus empresas.
Me he sentido mal ante una democracia que se ha transformado en dictadura de partidos y de políticos, en la que el ciudadano cada día está mas desplazado e ignorado. He sentido asco ante el comportamiento de la clase política, que sigue conviviendo con la corrupción, que sigue atrincherado en la impunidad y que mantiene vivos los aforamientos, los lujos, los privilegios y sus sucias tendencias a despilfarrar y endeudarse sin medida, hipotecando y arruinando el futuro de varias generaciones.
Me he sentido fatal cuando he visto que tipos como Montoro vuelven a ser ministros y que el gobierno, una vez más, ha incumplido su promesa electoral de no subir los impuestos, engañando a los ciudadanos.
Termina el año y no sé si lo peor ha sido el baño de odio y de mentiras que nos llega desde el independentismo catalán o el espectáculo bochornoso que nos ha ofrecido un Pedro Sánchez que derrocha sin pudor una insorportable ambición por el poder y un impúdico odio a su adversario Rajoy.
Pero no todo ha sido negativo en este año 2016. También han ocurrido cosas esperanzadoras y hermosas. Ha ganado Trump las elecciones en Estados Unidos, derrotando a una Hillary Clinton que representaba una forma deplorable de hacer política, siempre en contra de los intereses populares y a favor de los poderosos. Ella era la favorita del sistema y contaba con el apoyo de toda la prensa y del poderoso establishment, pero la rebeldía del pueblo la derrotó, contra todo pronóstico. La muerte de la desgraciada Rita Barberá fue triste e injusta, porque los suyos y la clase política la condeno sin juicio y la castigo con la pena del telediario y del abandono. Pero al menos su muerte ha servido para que descubriéramos cuanta vileza anida en la clase política española. Pero sobre todo ha sido hermoso haber vivido casi todo el año sin gobierno y haber comprobado que sin ellos gobernando el país ha ido mejor, mejorando en economía y convivencia, con menos corrupción, más libertad y mucha más dignidad y esperanza.
Francisco Rubiales
He tenido que sufrir la televisión basura y me he mordido los labios de rabia ante la guerra de Siria, la caída general de los valores, la desfachatez del independentismo catalán, las mentiras del poder y la baja calidad del liderazgo en todo el mundo. He sentido indignación ante el miedo de los ancianos a perder las pensiones en España, ante los desahucios, que continúan a ritmo trepidante, ante el desamparo de los débiles y ante la indignante arrogancia de los políticos, que prefieren saquear los bolsillos del ciudadano antes que renunciar al despilfarro, al endeudamiento atroz y a sus muchos privilegios inmerecidos.
Ni siquiera hemos tenido la satisfacción de ver a los Pujol en prisión y a los que propagan el odio desde Cataluña sentados en el banquillo.
He vivido de cerca cómo robaban a algunos de mis amigos y cómo la policía les decía que mejor reclamen al seguro porque ellos no podían hacer nada. Esos mimos policías, en privado, te dicen que las tasas reales de delincuencia se disparan porque muchos inmigrantes son adictos al crimen. He sentido indignación ante las fechorías del periodismo, que oculta realidades, engaña, miente, confunde y protege a los poderosos frente a la indignación razonable de los débiles y desamparados. he contemplado con indignación e impotencia el empobrecimiento de las clases medias y el acoso burocrático y fiscal a los emprendedores y a sus empresas.
Me he sentido mal ante una democracia que se ha transformado en dictadura de partidos y de políticos, en la que el ciudadano cada día está mas desplazado e ignorado. He sentido asco ante el comportamiento de la clase política, que sigue conviviendo con la corrupción, que sigue atrincherado en la impunidad y que mantiene vivos los aforamientos, los lujos, los privilegios y sus sucias tendencias a despilfarrar y endeudarse sin medida, hipotecando y arruinando el futuro de varias generaciones.
Me he sentido fatal cuando he visto que tipos como Montoro vuelven a ser ministros y que el gobierno, una vez más, ha incumplido su promesa electoral de no subir los impuestos, engañando a los ciudadanos.
Termina el año y no sé si lo peor ha sido el baño de odio y de mentiras que nos llega desde el independentismo catalán o el espectáculo bochornoso que nos ha ofrecido un Pedro Sánchez que derrocha sin pudor una insorportable ambición por el poder y un impúdico odio a su adversario Rajoy.
Pero no todo ha sido negativo en este año 2016. También han ocurrido cosas esperanzadoras y hermosas. Ha ganado Trump las elecciones en Estados Unidos, derrotando a una Hillary Clinton que representaba una forma deplorable de hacer política, siempre en contra de los intereses populares y a favor de los poderosos. Ella era la favorita del sistema y contaba con el apoyo de toda la prensa y del poderoso establishment, pero la rebeldía del pueblo la derrotó, contra todo pronóstico. La muerte de la desgraciada Rita Barberá fue triste e injusta, porque los suyos y la clase política la condeno sin juicio y la castigo con la pena del telediario y del abandono. Pero al menos su muerte ha servido para que descubriéramos cuanta vileza anida en la clase política española. Pero sobre todo ha sido hermoso haber vivido casi todo el año sin gobierno y haber comprobado que sin ellos gobernando el país ha ido mejor, mejorando en economía y convivencia, con menos corrupción, más libertad y mucha más dignidad y esperanza.
Francisco Rubiales
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